“La inmadurez es la incapacidad de usar la propia inteligencia sin la guía de otro”. Kant.
Durante la Licenciatura de Ciencias Sociales y Económicas estudié filosofía. Con docentes “mamertos”, “troskistas” y “maoistas” que nunca, durante los años 70s, enseñaron la filosofía de Immanuel Kant bajo la premisa de ser un filósofo revisionista, reaccionario y pequeño burgués. Ellos, al unísono, eran fervientes partidarios del materialismo histórico por ser la escuela, en boga, diseñada por la dupla Engels-Marx.
Siendo catedrático en una Facultad de Derecho cursé una Maestría en filosofía política, mis estudios más deliciosos desde lo intelectual. Y en esos dos años, durante la Maestría todo fue diferente, porque los profesores, con mayor formación académica, ponderaron los postulados filosóficos de los más grandes pensadores, tanto de la antigüedad como de la modernidad, sin reducciones políticas o ideológicas.
Entonces, mi panorama académico e intelectual cambió. Mejoró. Aprendí que, en la historia universal del pensamiento, sobre el hombre y la sociedad, existen dos pilares fundamentales: Aristóteles y Kant. ¿La razón? Desde el griego todos los filósofos posteriores son aristotélicos y los pensadores de la modernidad son kantianos. Frente a ese hecho incontrovertible mis estudios se inclinaron por El Estagerista como por el prusiano, a quien Occidente, en abril pasado, recuerda por los tres siglos de su nacimiento. De ahí está nota.
Luego de la proclamación de la actual Constitución Política, en junio de 1991, se dio una cerrada y pequeña discusión académica sobre si la nueva carta está cimentada, filosóficamente, en las ideas de Inmanuel Kant, considerado “el padre intelectual de la Revolución Francesa” y del liberalismo moderno. Quienes plantearon tal influencia aseguraban que ella se debió a la presencia del filósofo colombiano Danilo Cruz Vélez entre la nómina de asesores de la Asamblea Nacional Constituyente.
Un estudio de Derecho comparado, en la época de catedrático, me permitió verificar que nuestros constituyentes “copiaron” algunas ideas de la Constitución Española de 1978 y ésta fue obra de la intelectualidad ibérica que se fue a estudiar a Alemania, huyendo de la Dictadura Franquista. Y la Constitución Alemana de 1948, postguerra, es una construcción política del ideario del profesor de ética de la Universidad de Konigsberg.
Para sostener lo anterior me bastó un seguido estudio de lo consagrado en los artículos primero y cinco de la Constitución del 91. En el primero la República se funda en el principio de la dignidad humana. Y en el cinco El Estado reconoce: “La primacía de los derechos inalienables de la persona”. En ambas normas constitucionales brotan las raíces kantianas de la dignidad, la autonomía y la libertad como postulados del liberalismo filosófico.
“Un Estado no es un patrimonio (patrimonium) (como el suelo sobre el que tiene su sede). Es una sociedad de hombres sobre la que nadie más que ella misma tiene que mandar y disponer. Insertarlo en otro Estado, a él que como un tronco tiene sus propias raíces, significa eliminar su existencia como persona moral y convertirlo en una cosa, contradiciendo, por tanto, la idea del contrato originario sin que no puede pensarse ningún derecho sobre un pueblo” (pág. 6, edición de Tecnos. (1996)).
Pensamiento de Kant “Sobre la Paz Perpetua” me comparto el siguiente párrafo.
Obviamente esta filosofía constitucional aplicada en una sociedad feudal, aún, como la colombiana, no es fácil de comprender más allá de la academia. Por ello correspondió, en mi entender, a la primera corte constitucional, como guardiana de la Carta Política, interpretar y ordenar que tales derechos inalienables se garantizarán efectivamente por ser fines esenciales del estado social de derecho. Para materializar en los ciudadanos, como personas autónomas, su dignidad humana. En la Jurisprudencia se vislumbran las raíces kantianas de la Constitución del 91.
Pero recordar a Kant, desde su natalicio y su filosofía, en nuestro país en sempiterna GUERRA, por la tierra, me permite señalar la existencia perdurable, para todas las guerras que fragmentar a la humanidad actual, de su pequeña gran obra: Sobre la Paz Perpetua, 1795, publicada “poco después de la Paz de Basilea entre Francia y Prusia”. Dudo que quien en Colombia “aboga”, retóricamente, por “La paz total” haya perdido sus noches en el monte leyendo a Kant.
Para ilustrar mejor en pensamiento de Kant “Sobre la Paz Perpetua” me comparto el siguiente párrafo:
“Un Estado no es un patrimonio (patrimonium) (como el suelo sobre el que tiene su sede). Es una sociedad de hombres sobre la que nadie más que ella misma tiene que mandar y disponer. Insertarlo en otro Estado, a él que como un tronco tiene sus propias raíces, significa eliminar su existencia como persona moral y convertirlo en una cosa, contradiciendo, por tanto, la idea del contrato originario sin que no puede pensarse ningún derecho sobre un pueblo” (pág. 6, edición de Tecnos. (1996)).
A Kant, Savater, en “carne gobernada“(pág 147), lo llama “El Sereno” seguramente por sus hábitos diarios que se hicieron costumbres entre sus vecinos prusiano (hoy rusos). Pero el sereno ha recibido homenajes en todo Occidente, desde Alemania hasta Buenos Aires. Nosotros, los colombianos, deberíamos estudiar un poco más la filosofía liberal kantiana, filtrada en la Constitución del 91 para ver sí consolidamos la paz, tanto como derecho como deber de “obligatorio cumplimiento“.
La próxima: “rectora” y traficante.