Entrevista al doctor Luis Padilla Drago 

Introducción

La entrevista al Doctor Luis Padilla Drago es la segunda, de las que tengo programada, de personajes prominentes de la medicina barranquillera con los que de una u otra manera he tenido vínculos familiares, de amistad o colegaje. La primera  la realice al doctor Julio Mario Llinás.

El doctor Padilla Drago es mi amigo desde los bancos inolvidables de la Facultad de medicina de la Universidad de Cartagena. Iba dos años delante de mí. Graduó en 1967 y yo en 1969. Ahora por los gajes de la vejestud yo y mi señora somos sus pacientes. Qué gran médico, qué excelente ortopedista, es el doctor Padilla Drago.

Tal vez, en la actualidad, el más prominente de los médicos barranquilleros de talla nacional. No solo como distinguido profesional de la salud, de la ortopedia y traumatología especialidad, sino como persona de los más altos quilates morales, de una vida sin tachas.

 En esta entrevista se desnuda generoso, sin tapujos: amoroso, sencillo, sabio, místico y maestro regalándonos la impronta de su extraordinario y exitoso periplo vital y profesional.

Lucho, como lo llamo cariñosamente, es un “enamorado del amor” que nos deja con sus propias palabras un mensaje de optimismo, de fe y esperanza en nosotros mismos y en el futuro de la profesión.

Gracias Lucho por tanta amabilidad. 

Teobaldo Coronado. 

Entrevista a doctor Luis Padilla Drago

 
Cuéntanos de tu infancia

Nací en Barranquilla, en un hogar acomodado, pleno de amor y espíritu cristiano; unos padres ejemplares en su relación conyugal y dos hermanos amorosos respaldándonos afectivamente. Nuestra niñez y adolescencia transcurrió sin perturbaciones. En mi casa reinó el positivismo y la alegría en todo momento que nos facilitó un desempeño estudiantil excelente.

Desde los cursos elementales manifesté el interés por las ciencias naturales, sin descuidar otros temas de aprendizaje. En muchas ocasiones actué como monitor de esta materia, por mis altas calificaciones tanto en la escuela primaria como en el Colegio Barranquilla para Varones en donde cursé el bachillerato.  En este colegio, con el eslogan de “Ser Bachiller del Colegio Barranquilla es un honor”, insistían en el buen comportamiento con una disciplina rigurosa. Gradúe de bachiller ocupando el segundo lugar entre 103 graduandos.

Desde pequeño fui amante de la lectura. Recuerdo inolvidable tengo de mi padre que compro una obra enciclopédica de veinte voluminosos tomos conocida como “El Tesoro de la Juventud” que leía y estudiaba con mis hermanos. Creo, contribuyó para lograr la excelencia en nuestros estudios.

¿Por qué medicina?

A los siete años observé algunos médicos que, asistían a mi casa con fines profesionales, llegaban bien vestidos con saco, corbata y su maletín profesional, tenían apariencia de médicos de verdad, verdad. Llamaba la atención sus gestos, buenos modales y educación. Nada parecido a lo que hoy sucede.

Pasado un mes del grado de bachiller persistían mis deseos de estudiar medicina y presenté examen de admisión en la Universidad de Cartagena. Fui aprobado ocupando el puesto 19 entre 720 aspirantes. Ha sido uno de los días más felices de mi vida, al ver cómo se cumplía el sueño de ser médico.

Al día siguiente de la publicación de la lista de admitidos hablé con un señor muy gentil, empleado de la facultad de medicina, que llamaban “el decanito”, para que me diera una orientación sobre los libros utilizados en el primer año de medicina. Facilitó el título de los libros y en la propia Cartagena los compré y traje a Barranquilla.  De inmediato comencé a repasarlos, cual niño con juguete nuevo.

Ya en la universidad de rutina y con antelación estudiaba todos los temarios a tratar en días posteriores. De esta forma era más fácil salir con una buena compresión y discernimiento de los temas tratados en clase.

Fueron siete años de estudios médicos, sin sobresaltos, en esa universidad, de la que me siento muy orgulloso por la pléyade de excelentes profesores que tenía, magníficos educadores de la ciencia médica.

¿Cómo influyeron tus padres en los estudios y comportamiento profesional?

Desde joven influyeron en mí las palabras de mis padres. Los admiraba en demasía al apreciar su filosofía de vida plena de amor y cargada de perdón, sin odios, ni espíritu vengativo. Jamás, de ellos, escuché o vi un acto despectivo hacia persona alguna.

Mi padre fue un liberal de centro con ideas arraigadas, bien establecidas. En ningún momento cambió de pensamiento, de ideales. Son los mismos principios que comparto desde mi juventud.

Asombraba su férrea voluntad y conducta positiva, no se doblegaba ante circunstancias negativas. Nunca escuché denigrar de una persona, así tuviera ideas opuestas a las de él. Manifestaba que no tenemos por qué agraviar a personas que no piensan igual a nosotros. Estuvo en desacuerdo con gobernantes despóticos y arbitrarios.

Esta filosofía de vida ha sido una gran escuela para vivir en paz conmigo mismo, con mis semejantes.  Ayuda, ostensible, a nuestro bienestar físico, emotivo, moral y espiritual.

 Mi madre, una gran cristiana, profesaba su devoción con altruismo y desprendimiento que la llevaron a ser “archicofrade” de la iglesia del Perpetuo Socorro. Allí asistía, yo, los lunes a las 5-45 am a visitar a Jesús crucificado, fervor que permanece hasta estos días. El “busto” del crucificado permanece en mi habitación y en mi consultorio, encomiendo mis actos médicos cuando inicio la diaria consulta.

Pensamiento constante en mi corteza cerebral es que la vida trae cosas buenas a las personas plenas de emociones positivas, que practican el amor y destierran el odio.  Emociones que debe mostrar un médico de verdad al brindar y repartir su conocimiento a los semejantes necesitados de salud física, espiritual, y emocional. Circunstancias, además, en que la fe en Dios constituye un gran soporte.

Desde mi lejana juventud fui apasionado por la lectura de libros en relación con el comportamiento del hombre y su estructura mental y fisiológica. Uno que me marcó, leí varias veces, fue “La Incógnita del Hombre” del médico francés Alexis Carrel, premio nobel de medicina 1911, En este libro el Dr. Carrel hace un análisis del hombre desde el punto de vista anatómico, fisiológico y mental. Estudió el comportamiento del ser humano para comprenderlo mejor y, aún hoy, después de tantos años sus conceptos permanecen en mi pensamiento como una grabación esculpida en piedra marmórea.

He seguido interesado en el estudio de las emociones, positivas o negativas, al dejar de ser del dominio privado de sicólogos y siquiatras y ser, en la actualidad, de domino público su conocimiento y compresión.

Comencé a dar mucho valor a lo que pensaba desde joven sin saber, en esa época, que eso que ocupaba mi atención se llamaba “emociones”.

Solo a finales del siglo pasado las emociones y los sentimientos fueron incorporadas para su análisis en el aspecto social. Actualmente, ya en mi madurez, al analizar la infinidad de personas que, a diario, atiendo he llegado a la conclusión de que las emociones cumplen una función de adaptación al entorno y las persona con las que interrelacionamos. Sirven para informarnos sobre lo que necesitamos, sobre nuestras metas y valores prioritarios; preparan e impulsan para actuar en forma correcta, con ética profesional, en especial a los médicos que somos profesores en una facultad de medicina.

Mi estructuración mental se la debo a la educación que mis padres inculcaron desde niño. Razón por la que siempre he insistido en la importancia de la educación paterna, en cuanto promueve la adquisición de los valores sociales y el desarrollo moral.

Basado en este concepto considero que, en la situación político social que vive el país, el comportamiento de los progenitores ha sido elemento de relevancia en la proliferación del odio y la venganza, gestores de la rutinaria violencia que nos azota. Mientras nuestros hijos sigan educados en un ambiente y espíritu de guerra, esta será el común denominador de nuestra sociedad.

Por desgracia observo un país egoísta, sumiso a las emociones negativas, que no hacen más que enfrascarlo en el desasosiego. Condena a las personas con pensamiento diferente, establece un círculo vicioso en que los hijos actúan igual a la forma malsana que ven en sus padres. Círculo vicioso que creo no terminará. Lamentable es el futuro de nuestro país.

¿Por qué ortopedia?

Cuando cursaba cuarto y quinto año de medicina iba los domingos, con las hermanas del Colegio Eucarístico del barrio Manga vecino a mi residencia, a la Ciénaga de la Virgen en cuyos islotes habitaban gran cantidad de personas en extrema pobreza. Llevábamos artículos de primera necesidad y medicamentos; con los escasos conocimientos de un estudiante de medicina, les ayudaba en el tratamiento de sus patologías.

Esta experiencia produjo inmensa satisfacción hasta el extremo de pensar en ser “médico misionero”.

Después de graduarme este pensamiento estuvo rondando en mi mente hasta cuando, ya en Italia, hice eco a una solicitud del Vaticano en donde solicitaban médicos ortopedistas misioneros para desempeñar su actividad en Burundi, país ubicado en la región de los grandes lagos del África oriental. Una vez aceptado renuncié al enterarme de que la alimentación, de los médicos extranjeros, no era de mi agrado.

En los años de pregrado llamó la atención la patología. En vacaciones de mitad   y finales de año junto a Redondito un compañero de mi promoción de apellido Redondo, bajo de estatura, nos quedábamos de lunes a viernes ayudando en las autopsias y haciendo las descripciones macroscópicas de los especímenes de patología.

En el examen de patología de mitad del tercer año redondito obtuvo el primer puesto, yo el segundo. En la prueba final se invirtió el resultado. Los dos éramos foco de admiración y respeto de todo el departamento de patología, bajo la jefatura del Dr. Olegario Barbosa, eminente patólogo de talla nacional. Dada esta circunstancia   deseaba, entonces. Especializarme en patología.

Sin embargo, el anhelo de ser patólogo decreció al observar que en esta rama de la medicina había poco contacto con el paciente, lo que más me atraía de la carrera. Cambiar de orientación fue bastante difícil pues, me había enamorado de esta especialidad.

Cuando pasé por ortopedia tuve dos grandes profesores, los doctores Juan Burgos Arteaga y Pedro Pereira Ramos. Al evaluarlos como docentes, ver su desempeño en cirugía y trato a los pacientes, con los que guardaban una gran comunicación, inclinó mis deseos para cambiar patología por una especialidad donde existiera mayor relación médico – paciente y en ortopedia encontré esta aspiración


¿Cómo transcurrieron tus años de estudio en la universidad de Cartagena?
 

Los siete años de estudio de medicina, pasaron tan rápido que no tuve tiempo de darme cuenta como transcurrían.

Hice el internado tres meses en el Hospital Santa Clara de Cartagena y nueve en el “Barco Hope”, un barco hospital de los Estados Unidos que navegaba por todo el mundo, permaneciendo dos o tres años en los países que visitaba.

La rotación por el Barco Hope fue una rica experiencia que amplió mi práctica médica. Allí atendían casos de alta complejidad que se discutían entre los profesores de la Universidad de Cartagena y los médicos americanos. Las sesiones clínicas eran de maravilla, yo no perdía ninguna. La estancia, además, en este navío era cómoda y agradable.

En diciembre, de ese año, obtuve el grado de médico cirujano, con el máximo puntaje en la historia de los últimos veinte años de la Facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena. El promedio en mis siete años de estudio fue de 4.45. Hoy, con infinito orgullo, conservo en mi consultorio, enmarcado, el acta de grado original de la Universidad de Cartagena en dónde aparece mi nota definitiva.

Pensamiento constante en mi corteza cerebral es que la vida trae cosas buenas a las personas plenas de emociones positivas, que practican el amor y destierran el odio.  Emociones que debe mostrar un médico de verdad al brindar y repartir su conocimiento a los semejantes necesitados de salud física, espiritual, y emocional. Circunstancias, además, en que la fe en Dios constituye un gran soporte.

Háblanos de tu especialización en ortopedia y traumatología 

Hospital de Florencia, Italia.

 Días antes de la ceremonia de grado como médicos, el Laboratorio italiano Carlo Erba, se fue de Colombia, ofreció un agasajo a los graduandos y anunció que ofrecía a la Universidad de Cartagena una beca para estudiar durante cuatro años ortopedia y traumatología, en la ciudad de Florencia, Italia.  Daba a la universidad la opción de escoger al aspirante.

Para la época, en la Universidad de Cartagena el graduando con máximo puntaje de notas durante los siete años de estudio tenía el derecho de ser admitido “de facto”, en cualquiera especialidad. Yo, con anterioridad, había hecho esa solicitud para ortopedia. El consejo directivo de la universidad consideró mi solicitud y otorgó la beca.

Como el trámite para viajar a Italia era demorado, por los cupos en ese país para hacer dicha especialidad, pude cumplir con la medicatura rural y realizar un año como residente 1 de ortopedia en el Hospital Santa Clara y Clínica del Niño de Cartagena. Tiempo que no fue validado en Italia por lo que tocó hacer allá los cuatro años completos, de tal forma que fuero cinco los que hice en la especialización.

Viajé a Italia, vía marítima, en compañía de mi esposa y de mi hijo mayor, de poca edad. Travesía maravillosa de 16 días, visitando lugares fabulosos.

En Italia concursé para otra beca, de 100.000 liras mensuales, que gané y permitió vivir con holgura en la ciudad de Florencia.

La Universidad de Florencia otorgó el título de ortopedista y traumatólogo, con distinción “Cum Laudem” al obtener un promedio de calificación en los cuatro años de 4.5.

Los años de especialización en Italia pasaron felices y aumentó mi inclinación hacia las artes y la historia, sobre todo la romana.

Momentos libres lo pasábamos en los museos de la ciudad de Florencia. En vacaciones recorríamos los mejores sitios de ese hermoso país.

Universidad libre. Docente y fundador. Primer secretario académico. Cuéntanos esa historia.

Al terminar la residencia en Italia, regresamos a Colombia también por vía marítima. Llegué un sábado y el lunes siguiente comencé a trabajar como ortopedista en el Hospital de Barranquilla.

Su director el Dr. Arturo Álvarez, mando a llamar manifestándome que había leído mi desempeño como estudiante de medicina y en la especialidad, que le gustaría que yo formara parte de un grupo, interesado en crear la primera facultad de medicina de la ciudad, que esa noche tendría su primera reunión. Le manifesté mi aceptación y ese mismo día, en un restaurante situado en la carrera 53 con calle 61, “La Colonia”, se efectuó la reunión para creación de la primera facultad de medicina de Barranquilla.

Asistimos los doctores: Arturo Álvarez Hernández, José Insignares (mi profesor de histología y embriología en la Universidad de Cartagena), Hernando Álvarez Bolaños y yo.

Fue un fructífero encuentro de cuatro horas en dónde cada uno de los asistentes expuso sus ideas. Inició, allí, una lucha que yo califico de titánica por la fuerte oposición de dos grupos que, también, deseaban crear su primera facultad de medicina. Tenían el apoyo económico y político para hacerlo, incluso institucional en Bogotá. Esos grupos eran la Universidad Metropolitana y la Universidad del Norte.

A los de la Libre se unieron otros médicos de excelente preparación y trayectoria, con conocimientos adquiridos en su actividad profesional. Intervinieron con mucho amor y pundonor, contribuyendo al éxito de nuestro empeño.

Tras dos años de discusiones con entes gubernamentales de Bogotá, que deseaban favorecer a nuestros oponentes, fuimos primeros en obtener la licencia de funcionamiento el 24 de julio de 1974 para dar a luz la primera facultad de medicina de Barranquilla.

Siendo su primer decano el Dr. Arturo Álvarez Hernández, primer jefe de educación médica el Dr. Hernando Álvarez Bolaño y primer secretario académico el Dr. Luis Padilla Drago.

Mi activa participación en la creación de esta facultad de medicina hizo merecedor a que la Cámara Junior de Barranquilla reconociera como “Joven sobresaliente de la ciudad de Barranquilla”, en solemne acto realizado en el Hotel el Prado”.

Desde entonces hemos funcionado sin interrupción formando médicos que, actualmente, sobresalen en su ejercicio profesional.

Ocho años después del inicio de labores en la Libre renuncié a la posición de secretario para volver, de nuevo, a Italia a realizar un post grado en patología y cirugía de la columna vertebral, con permiso otorgado por la universidad y el hospital en donde laboraba.

Al regreso de Italia continué la vinculación al Hospital Universitario  y a la  Universidad Libre en condición de docente.

En esta institución alcancé la categoría de Profesor Titular, cargo que desempeñé hasta el 31 de diciembre de 2022 con la promesa de la decana, de ese entonces, de reconocerme como “Profesor Emérito”, según sus palabras. Al parecer aun la universidad lo está pensando, al no oficializar, hasta el día de hoy, tan justa distinción.   

Con la colaboración de mi nieto, el Dr. Luis Padilla Mercado, ortopedista y traumatólogo de la Universidad Libre, organizamos y redactamos el programa para la residencia de ortopedia y traumatología y con el decano de ese momento, el Dr.  Felipe Zapata y otros profesores, obtuvimos la aprobación de la especialización.

El día que practicamos el examen de admisión para los aspirantes a esa especialidad se dio un desacuerdo con el rector y renunciamos: el Dr. Zapata a la decanatura y yo a continuar gestionando la creación de la mencionada especialidad. Seguí de profesor en pregrado.

Coméntanos tu trayectoria profesional en Barranquilla

Doctores. Luis Padilla, Luis Sánchez, Carlos Barrera

Ya te comenté, en pregunta anterior, lo sucedido a mi llegada a Barranquilla desde Italia.

Al tiempo de arrancar a trabajar en el Hospital de Barranquilla, con la venia del director, comencé una fructífera labor en la Clínica de Rehabilitación del Club Rotario. Instale mi consultorio en el Centro Médico once de noviembre del Dr. Issa Abuchaibe, que fungió para mí como un generoso benefactor. Dos días después hacia mi inaugural intervención quirúrgica en Barranquilla, en la Clínica del Caribe a una ciudadana italiana con fractura de cadera que evolucionó satisfactoriamente. Muchos años después cuando la encontraba yo le decía: “Eres mi estandarte en Barranquilla”.

Trabajé unos cuatro o cinco años en el Hospital de Barranquilla hasta la inauguración del Hospital Universitario, CARI, en 1979, a donde pasé a ser equipo con los doctores: Pedro Muskus, Julio Lora, y Hernando Montes. Ortopedista de este hospital viajé, nuevamente, a Italia al postgrado en cirugía y patología de la columna vertebral.

 A pocos meses de estar en Italia, asistí a un congreso de nuestra especialidad, en la ciudad de Pasto, Colombia. Al finalizar el evento, manifesté a mi esposa que algún día seria presidente de esta sociedad.

Algunos años después posesioné como presidente de la Sociedad Colombiana de Cirugía Ortopédica y Traumatología, en el Centro de convenciones de Paipa, en Boyacá.

 En el Hospital Universitario, inicié el servicio quirúrgico de columna vertebral. Las damas rosadas contribuyeron en la adquisición de instrumental quirúrgico con donaciones de diferentes entidades. Junto al Dr. Raymundo Hernández, hicimos una loable labor quirúrgica hasta cuando el Hospital CARI fue cerrado en el año 2008.

A mi regreso de Italia solicité a Ascofame, la validación de mi título como ortopedista.  Informaron que era necesario completar la rotación por patología, que hice en la facultad de medicina de la Universidad de Cartagena como instructor de ortopedia durante 12 meses, en cambio de patología.

Ascofame validó mi título y en el siguiente Congreso de la Sociedad Colombiana de Cirugía Ortopédica y Traumatología, ingresé como miembro titular presentando, requisito para su ingreso, el trabajo titulado “Operación Sustitutiva Para La Parálisis Del Nervio Radial”.

Anualmente participaba en sus congresos, con seminarios, trabajos libres, mesas redondas, que me hicieron muy conocido a nivel nacional para llegar a ocupar su presidencia.

El congreso correspondiente a mi presidencia se llevó a cabo en la ciudad de Barranquilla, con participación de ortopedistas de fama internacional y nacional. Primer congreso nacional realizado en forma sistematizada en que distinguí como Presidente Emérito al Dr. Juan Burgos Arteaga, mi admirado guía en Cartagena.

Fui el cuarto presidente nacional oriundo de la costa caribe después de los doctores: Juan Burgos Arteaga, Modesto Martínez y Pedro Muskus Gracia.

En mi gestión presidencial creamos el Capítulo de Cirugía y Patología de Columna Vertebral en Colombia, siendo su tercer presidente nacional. Han creado, después, once capítulos que funcionan en forma excelente.

Soy cofundador de la “Sociedad Colombiana para el Estudio del Dolor”, y de la “Sociedad Colombiana de Osteoporosis y Metabolismo Mineral”

En el mismo año que fui elegido presidente de la Sociedad Colombiana de Cirugía Ortopédica y Traumatología, se dio el nombramiento como magistrado del Tribunal de Ética Médica del Atlántico. Presidente por un periodo ejercí la magistratura por cuatro años.  

Con el Dr. Pedro Muskus somos pioneros, en la costa atlántica, de los primeros reemplazos articulares de cadera y rodilla.

Con la compañía del Dr. Raymundo Hernández pioneros de las modernas técnicas de la instrumentación de patologías de columna.

 ¿En qué momento decidiste organizar un hogar?

Siempre manifesté que me casaría al culminar la especialidad. Sucedió que iniciaba sexto año cuando conocí en Barranquilla a una mujer que comenzaba estudios universitarios. Su gracia y encanto me obnubilaron para alcanzar la plenitud del amor por ella. Contraje matrimonio el 23 de diciembre de ese mismo año. Desde entonces, han pasado 58 años, hemos sido una pareja plena de amor mutuo, rebosante de felicidad, de afecto y afinidad que ha perdurado a través de los años hasta el día de hoy. En compañía de esta noble mujer completé mi pregrado, hice la especialidad y maestría en ortopedia y subespecialidad en cirugía y patología vertebral en un país interesante y bello como Italia. 

 Por ser mi esposa   hija de una pareja de italianos somos con mis dos hijos, ciudadanos activos de la república italiana, hace más de cuarenta años.

Por mi bella experiencia matrimonial he pensado y considero lo importante que es tener la compañía de una buena mujer para el buen desarrollo profesional como médicos. La esposa desempeña papel fundamental en la vida de un médico cuando comprende bien que este discípulo de Galeno dedica gran parte de su existencia al servicio de tanta gente que necesitan de sus conocimientos y pericia.

¿Con relación a la ética médica en nuestro país cuál es tu concepto?

He pensado, desde estudiante y reforcé, después, con el juramento hipocrático, que ayuda a ser buen médico el amor al prójimo y tener una mentalidad positiva en el ejercicio de la profesión. Seres portadores, que debemos ser, de salud física, mental incluso espiritual para dar a nuestros pacientes la atención que sea necesaria.

Ejercemos una profesión con estudios prolongados y especializados desde que recibimos la autorización para su ejercicio. Después de una infinidad de requisitos es primordial conservar el bienestar de nuestros pacientes por encima de cualquier interés personal. Este compromiso público diferencia de otras profesiones.

Con preocupación he observado que mis pacientes en ocasiones se quejan de la atención brindada por sus médicos. Pienso que el progreso de la profesión es muy veloz   con relación a la tecnología, esto ocasiona que los médicos se dediquen más a ella que a los pacientes.

Observo que las historias clínicas son deficientes y falta, en forma alarmante, una empatía positiva en la relación médico paciente, lo que me parece desastroso. Anomalía que ha aumentado las quejas de los pacientes y sus familiares en los Tribunales de Ética Médica.

La gente necesita médicos que comprendan su padecimiento, que sepan extenderle la mano, buscan un médico amigo.

El buen médico atiende a sus pacientes con simpatía y comprensión, demuestra la intención de ayudarlo en su problema. No sólo debe ser un connotado científico; debe ser, también, humanista y ético.

Es perentorio para el profesional de la medicina considerar su ejercicio como un eje para brindar al paciente el conocimiento que posee, con fe, confianza en su curación, aceptación de la adversidad como un fenómeno vital. La relación médico paciente es la base de la ética médica contemporánea.

En la Sociedad de Cirugía Ortopédica y Traumatología los presidentes nacionales, al terminar su periodo, automáticamente, entran a formar parte del Comité de Ética Médica de la especialidad. De tal forma que como expresidente formé parte de este Comité, por muchos años, hasta cuando en una asamblea se acordó elegirlos por votación.

La experiencia en el Tribunal y en el Comité de Ética Médica permitió analizar, comprobar y sacar como conclusión que  la empatía  médico paciente tiene en nuestro medio un balance, parcialmente,  negativo sobre todo en  consultorios de las EPS y urgencias.

¿Qué piensas de la salud en Colombia?

La prestación de este fundamental servicio está empañada por una corrupción crónica.  Acompañada por un marcado sentimiento de odio y venganza, con intereses personales, políticos y económicos que estimulan y tienen origen, en la parte más primitiva del cerebro humano.

Existe afán lucrativo de algunos profesionales, embolsando y recibiendo dinero por aparte de entidades de salud, también, con intereses ocultos.

Es vergonzoso que, sin importar la condición económica del paciente – incluso de aquellos que se ven en necesidad de hipotecar su vivienda para cancelar la actividad profesional – existan colegas que participen en acto tan denigrante para la profesión. Esto induce a que muchos dirigentes actúen según conveniencia personal, impulsados por emociones negativas. Proceden cual caballos desbocados que hacen incierta el futuro de la salud en Colombia.

Para alcanzar la salud en Colombia primero se debe sanar la salud mental de muchas personas.  Saneamiento que debe comenzar en el hogar con unos padres que no transmitan odio ni venganza, plenos de amor hacia lo positivo.

Nuestro sistema de salud si amerita un cambio que se haga en paz, consensuado, y exigiendo a cada uno de los participantes despojarse de  emociones negativas y pensar sólo en nuestro  país.

En mi viaje de hace algunas semanas a Italia tuve oportunidad de constatar el funcionamiento de la salud en ese país y otros de Europa. Existe un único sistema de salud nacional (SSN) para asistencia de sus ciudadanos apoyado por sistemas regionales. Las entidades privadas de salud están rigurosamente controladas. Existen copagos para ciertos procedimientos. No hay intermediación en el manejo del dinero que el gobierno aporta a las entidades que prestan los servicios médicos.

A la mujer post menopaúsica, sin importar su clase económica, se le inicia manejo preventivo de la osteoporosis. Con esta prevención el ahorro del Estado en el tratamiento de fracturas por fragilidad ósea es inmenso, lo mismo sucede con la diabetes e hipertensión arterial.

Durante mi residencia, en los días de turno, llegaban con frecuencia pacientes de edad mayor con fracturas por fragilidad ósea; actuales   residentes me manifiestan que estos episodios casi no se ven, gracias a la prevención de la osteoporosis.

Con la medicina preventiva están disminuyendo las complicaciones por diabetes, cáncer uterino, cáncer prostático y accidentes cerebro vasculares.

Estoy consciente de que la modificación de nuestro sistema de salud es necesaria, pero, mientras existan personas sólo pensando en ellas el cambio será difícil.

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