A todo lo largo de mi ejercicio profesional tuve la suerte de recibir el generoso respaldo de muchos colegas que dieron el empujón necesario para salir adelante, en mis inicios, sobre todo. Es así como guardo profundo agradecimiento a los doctores José Ignacio Casas, Eduardo Carballo, Julio Mario Llinás, José León Esmeral, Basilio Henríquez, Luis Francisco Ovalle Eberto Pedroza, Miguel del Rio y Alfonso Cervantes para mencionar algunos.
Sin embargo, en esta nota quiero exaltar el nombre del doctor Fermín Zurbarán Barraza quien junto a los ya nombrados fue factor decisivo para mi buen suceso en la práctica privada y en la labor docente y asistencial. Cuando en este 2024 se cumplen diez años de su partida definitiva al más allá a consecuencia de un fulminante infarto cardiaco. Tenía 84 años.
Fermín Zurbarán heredó el prodigioso virus de la ciudad que tiene la fama, decir de sus aborígenes, de que allí la “inteligencia es peste”, la Sabanalarga señorial en donde nació y de donde proviene, también, la heredad familiar por el lado de mi padre Francisco de Jesús Coronado Tesillo.
Egresado, el Dr. Zurbarán, de la incomparable y vieja escuela médica de la Universidad de Cartagena se internó, desde estudiante, en el antiguo Hospital de Caridad, Hospital General de Barranquilla hoy en día, cada vez la ocasión lo permitía, para nutrirse de las destrezas clínicas y quirúrgicas de los talentosos maestros de la medicina que prestaban servicio en el más grande y calificado hospicio que tenía la costa atlántica en aquellos tiempos, del siglo pasado.
En editorial titulado “Un nuevo balcón” de la Revista Biomédicas 1, No 1, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Cartagena, escrito por el doctor Álvaro Monterrosa anota que “En septiembre de 1973, bajo la dirección de los Doctores Hernando Taylor Sáenz y Adolfo Pareja Jiménez. Un consejo de redacción compuesto por los profesores Boris Calvo del Rio, Carlos Barrios Angulo, Óscar Guardo Núñez, Fermín Zurbarán Barraza, Hernando Castellón García y Olegario Barbosa Avendaño. Aparece el primer número de la “Revista de Información Científica Docente y Asistencial”, que circuló hasta 1976.
Callado y sobrio, sin ínfulas de ejecutivo, llegó a ocupar altos cargos directivos de las instituciones en donde laboró. Mientras, en su mayoría, los médicos que ocupaban estos cargos lucían elegantes vestidos enteros Zurbarán vestía a la usanza caribe con guayabera blanca o camisa de cuello y corbata en combinaciones de color y forma que a la vista o al parecer de algunos no entonaban; motivo de frívolas críticas, a las que poca atención ponía.
Personaje proactivo fue director del Hospital General de Barranquilla y Hospital Universitario, CARI.
Fundador, presidente, Rector, Decano, y profesor de cirugía de la Facultad de Medicina de la Universidad Libre, seccional Barranquilla; dirigió sus destinos en la que podría considerarse etapa difícil y al tiempo gloriosa del claustro Fundado en 1929 por el general Benjamín Herrera. La generación de médicos egresados de la Libre formados durante su patronato ejemplar son hoy en día profesionales que ejercen con lujo de competencia a lo largo y ancho del país en las distintas especialidades del florido quehacer médico. Los egresados de la primera promoción tuvieron la oportunidad de recibir de sus manos el diploma que los acredita como tal durante su gestión rectoral en solemne ceremonia realizada el 26 de marzo de 1982, en el Hotel del Prado.
Excelente facultativo, en su desempeño profesional descolló con indiscutible competencia clínica y sobrada pericia quirúrgica. En la década de los 70 y 80, en mi opinión como anestesiólogo que tuve el privilegio de compartir quirófano con la mayoría de los cirujanos de la ciudad de esas calendas, atrevo a clasificarlo entre las más altas eminencias de los que blandían el filoso bisturí, junto a: Humberto Espinoza, el Toto Daéz, Luis Francisco Ovalle, Mauricio Rodríguez y José Vélez De la Lastra. Impresionante su habilidad quirúrgica y, por lo tanto, la seguridad operatoria que procuraba a sus pacientes. La imperturbabilidad en los trances difíciles salía a flote como un don espontaneo, natural, personal. Daba gusto contemplar sus manos prodigiosas en la disección y divulsión de órganos y tejidos.
Rindo homenaje póstumo con esta nota a un grande de la cirugía, tal vez el cirujano más diestro y talentoso que tocó lidiar en mi extensa trayectoria como practicante “Del arte de los Dioses”.
La gran virtud del Doctor Zurbarán – para muchos, incómodos porque no podían emularlo, su mayor defecto, – fue su exclusiva formación autodidacta en el Hospital General de Barranquilla al lado de los maestros Aquileo Hernández Barreto, Dolcey Manga Rosales, Luis Cristiansen y Pompilio Gutiérrez.
Fueron muchas las ocasiones en que un cirujano general o de otra especialidad, novel o veterano, complicado, desesperado e impotente ante una inesperada complicación me decía, casi suplicante: “Coronado, llámate a Zurbarán, localízalo donde sea”. Con pasmosa “sangre fría”, sin ostentaciones, humilde, recomponía los campos quirúrgicos y con la tranquilidad absoluta de quien sabe y domina su oficio encontraba y solucionaba el impasse que un colega en suma estresado era incapaz de resolver.
Su solvencia operatoria se extendía más allá de los terrenos propios de la cirugía general para incursionar en otras áreas quirúrgicas con sin igual maestría. Así, lo pude ver practicando histerectomías abdominales, cesáreas, prostatectomías, cirugía de tórax (lobectomía pulmonar) incluso, en alguna ocasión, recuerdo, operamos un paciente con un hematoma cerebral, al que le practicó una trepanación que le salvo la vida.
Esta estela de médico grandioso, excelso, pasaba desapercibida ante la sencillez de su personalidad descomplicada, sin ostentaciones. No se ufanaba de nada, un hombre en extremo sencillo. Callado y sereno, se tornaba combativo cuando de salvaguardar sus intereses se trataba. Defendía con vehemencia, por ejemplo, sus criterios médicos en las sesiones clínicas donde se discutía la complejidad de los casos quirúrgicos, con fundamentos apoyados en abundante literatura científica actualizada ante la prepotencia de encumbrados especialistas ufanos con sus títulos logrados en el exterior.
Unilibrista de tiempo completo dictó en su gestión administrativa y docente una ejemplar cátedra de mística y sentido de pertenencia a la universidad que está en mora de hacerle el justo reconocimiento a uno de sus impulsores más preclaros.
En 1981 con el decidido apoyo del Dr. Fermín Zurbarán, Rector de la época, ante las exigencias del ICFES y ASCOFAME para graduar la primera promoción, recibí su colaboración entusiasta para la iniciación de la cátedra de Ética médica.
Promotor de esta asignatura, que se dictaba en 7º semestre, colaboraba también en su desarrollo dictando algunas conferencias en la que contribuían además como invitados los Doctores: Fredy Trujillo, Eduardo Usta, Álvaro Jurado y Luis Accini.
Rindo homenaje póstumo con esta nota a un grande de la cirugía, tal vez el cirujano más diestro y talentoso que tocó lidiar en mi extensa trayectoria como practicante “Del arte de los Dioses”. Además de ser guía incondicional tanto en el Hospital de Barranquilla como en la Universidad Libre me escogió como uno de sus anestesiólogos de cabecera en las intervenciones que realizaba en la antigua Clínica la Piedad, hoy Clínica La Merced.
Fue mi amigo fiel, con quien tuve la fortuna de compartir en la tertulia relajante de la bohemia barranquillera en donde desplegaba, con abrumadora sapiencia, su inmensa cultura humanística, tan peculiar de los médicos de antes y tan escasa, lamentablemente, en los médicos de ahora.