Sofía cumplirá siete años este mes de mayo. Junto a su gracia y belleza infantil se resalta su asombro de niña madura ante los títulos y el colorido de los libros en los estantes de mi biblioteca. Le encanta la música, tararea melodías de canciones en alemán cuyos significados todavía no conoce; por su sangre corre raudo el caribe en forma de cumbia, salsa, vallenato, reguetón, mapalé. Baila desde que tenía un año de nacida hasta hoy en que es capaz de bailar al son que le toquen. Es capaz de conversar hasta agotarnos porque tiene la capacidad de contar el cuento de Rampusel y crear diferentes versiones de la misma historia. Y, ¿qué tal si…?, dice, mostrando una narración de nunca acabar.
Además de la música, la danza y los deportes, a Sofía le fascinan los libros. Se regodea en una visita a cualquier librería de la ciudad y, también – como buen vecino – la invito a leer en mi biblioteca personal. Observa los libros en los anaqueles con sorpresa y murmura despacio para que la oiga en secreto: “también tengo una biblioteca, es pequeña, pero un buen día tendré una como la tuya”, me lo dice tuteándome con espontanea ingenuidad, flexionando el tronco y girando el cuello para leer los títulos en el lomo de los libros. Su escucha atenta se concentra en las fábulas de Esopo – que le leo – y su mente infantil, sin salir del asombro, se desborda en una retahíla de preguntas e interpretaciones que no puede contener: “por confiada, la liebre perdió la carrera”, concluye después que la liebre fue derrotada en una carrera por la tortuga; “no está bien decir mentiras”, dice después de haberle leído el Pastor y el lobo; “me encanta la Hormiga y la Paloma, porque la hormiga demostró su agradecimiento”. Dos competencias que la escuela muy poco favorecen y ha descuidado en el desarrollo infantil: hablar y escuchar; por lo general, se enfoca en que los estudiantes lean y escriban. ¿Cuántas veces vivimos la experiencia de leer a los niños y provocarles el deseo a través de la conversación, que implica el habla y la escucha?
Después de haber disfrutado de la escucha y la oralidad, Sofía aprende a leer y a escribir; y cuando escribe evoco el proceso de Freire comentado en La educación como práctica de la libertad, en las favelas brasileras, donde la alfabetización permite que a través de la escritura inicial del nombre se afianzan la identidad y la conciencia de ser en el mundo. Se emociona Sofía con sus primeros trazos, sus combinaciones, las creaciones de palabras sueltas que tienen que ver con el entorno próximo: mamá, papá, hermana, abuelo, abuela, Sofía. Sin tener que someterla a una prueba extenuante, Sofía, posee inteligencia lingüística, buena inteligencia kinésico-motriz, excelente manejo de la inteligencia interpersonal, todo esto desde la óptica de las investigaciones de Howard Gardner.
Para ella, “el libro abierto es como un abrazo deseado y el libro cerrado está de brazos cruzados, pero se deja abrazar hasta perder la timidez”, lo dice con una sabiduría infantil y una sonrisa pícara en su rostro de niña.
Noto el placer de visitarme de vez en cuando, recorre con su mirada asombrada la vasta biblioteca, me mira y se promete a sí misma: “cuando aprenda a leer súper bien, quiero leer todos estos libros”. También tendré muchos libros como tú, ¿sabes cuál es mi escritor favorito?, Anthony Brown, me dice susurrándome al oído, sin que alcance a responder su pregunta.
Me invita a su casa y veo su pequeño estante de libros. “Ves mi biblioteca, no es tan grande como la tuya”, me dice señalando con orgullo sus libros. Veo una Biblia infantil, una versión para niños de Las Mil y una Noche, cinco o seis libros de Anthony Brown, Cuentos de los hermanos Grimm, cuentos de Pombo. ¿Quieres leer conmigo uno de estos cuentos?, le respondo que sí. Abre un libro de Brown y lee las imágenes mientras escucho atento. Sofía es feliz ante un libro abierto, o cerrado. Para ella, “el libro abierto es como un abrazo deseado y el libro cerrado está de brazos cruzados, pero se deja abrazar hasta perder la timidez”, lo dice con una sabiduría infantil y una sonrisa pícara en su rostro de niña. Disfruta la voz de su padre en las noches cuando su padre o madre le leen un cuento. Cuando recibe un libro de regalo. La primera visita que le hice le llevé una versión infantil del Quijote, ese día se me anticipó preguntándome: “me trajiste algo de leer”, lo afirmó con alegría. ¿Qué tal si me lees algo de Cervantes y su Quijote?, lo dice con ingenuidad, fijándose en el autor del caballero de la triste figura.
Sofía es atlanticense y colombiana, aprovecha siempre las oportunidades que se le presentan: una biblioteca, una visita a una librería, o cuando como buen vecino interpreto su sed de lecturas y sus ansias de aprender. Pero ella no es solo libros, de vez en cuando se toma un respiro y juega con su casa de muñecas e inventa una historia, y cuando el confinamiento de la pandemia la estresa le dice a su papá: ¿Me llevas a patinar, papá?, su padre mira la dulzura en sus ojos y no puede negarse. El vicio de leer se evidencia en sus palabras y preguntas formuladas; en su capacidad para escuchar relatos e historias que su abuelo le cuenta y mes a mes le surte y agranda su pequeña biblioteca; en la escritura consciente que moldea la oralidad, trazo a trazo.
La veo llegar una tarde de finales de abril. Observa el libro que descansa en mis piernas: “El infinito en un junco…Irene Vallejo”, lee despacio, casi deletreando; pregunta de pronto: “¿Qué es un junco?” le respondo. “Quién es Irene Vallejo”, sigue con sus preguntas sin quitarme la vista de encima. Le cuento una breve biografía. “¿De qué trata el libro?”, pregunta abierta que muestra un interés. Le explico sobre la historia y la invención de los libros en la antigüedad. Mira el estante, detrás de mí, y descubre un título nuevo, Sócrates está enamorado. Me hace dos preguntas en una: ¿Quién es Sócrates y qué significa estar enamorado? Le hablo del filósofo griego y antes de responder la segunda pregunta descubre la palabra amor dentro de la palabra enamorado. ¿Acaso enamorado tiene que ver con el amor? Me pregunta con picardía en los ojos. ¿Me gustaría saber de quién está enamorado Sócrates? Abro el libro para leer y me escucha atenta. En ese instante, mientras leo, ella se concentra en mis palabras, así los dos nos sumergimos en la pasión de la lectura.
Los niños viven el presente y la vivencia plena se alcanza cuando hacen lo que les interesa. Sofía es incansable en la dimensión de su ocio creativo: sus mejillas muestran la pasión vivida en los juegos de carreras y persecuciones; su porte concentrado ante una lectura inaplazable; la fluidez en sus bailes expresivos. Ella quiere ser de todo, sus padres solo la escuchan y le facilitan el camino para que viva los sueños. Tampoco se le insinúa ningún tipo de rol, sólo siguen sus juegos de sueños y alegría. Sin embargo, en la brevedad de su vida intensa es agradable verla como una lectora in fabula, es decir, compenetrada con el texto, escrutándolo, preguntándole, acosándolo, infiriéndolo, interpretándolo, cooperando con él a través del goce hasta caer en un estado de flow donde el tiempo se ha detenido en un instante eterno.