En cada rincón del mundo
habrá un estadio vacío
un niño sin juguete,
cuando sepan que te has ido.
(Tango: Mago Diego), Enrique Bugatti.
“Crecí en un barrio privado de Buenos Aires…
Sí, privado de agua, de luz, de teléfono“.
D.A. Maradona
Me hubiese gustado conocerte de veras, pero ya ves la vida es así, fuimos contemporáneos, tú y yo. Siempre me maravilló verte jugar con el balón en los pies, sobre todo con esa zurda magistral que muchos equipos del mundo envidiaban. Desde muy joven te sigo la vida, desde la vez aquella en que estuviste en el mundial juvenil representado a tu país, no me acuerdo ahora en dónde fue, pero ya brillabas con luz propia en toda la Argentina, en América Latina y el resto del mundo. Me gustaba compararme contigo en esa época, tenías dos años menos que yo. ¿Sabes qué?, hubiese querido ser tu hermano mayor para estar al lado tuyo diciéndote el fútbol es efímero, es un sueño que puedes vivir y tener un despertar horrible, o un final feliz; decirte, por ejemplo, la fama también es volátil. Sin embargo, no fue así. Pero no importa, soñaba que siendo tu hermano mayor me escucharías, incluso, para decirte que fueras precavido en la escogencia de tus amistades. De pronto, esto que te digo es quitarte el placer de tomar decisiones sobre tus amistades, pero, ¿qué no haría un hermano mayor por ti?, sabiendo que ese talento y dominio del balón, el tiempo y el espacio, han causado envidia en los equipos que te deseaban, en los jugadores con limitaciones; sin embargo, nunca te iban a faltar aduladores interesados en tu amistad por algún tipo de conveniencia. Incluso, te hubiese sugerido mirar el pasado, cuando eras una persona anónima, cuando eras la ilusión de mucha gente en tu barrio, en tu ciudad, en esos equipos infantiles que hicieron parte de tus itinerarios deportivos, esos debieron ser tus verdaderos amigos, pero quizás los olvidaste el día que los medios de comunicación te globalizaron, los dejaste atrás, estabas acostumbrados a correr riesgos. Y te aseguro que cuando algún día regreses a tu barrio se acercarán a ti para admirarte, tocarte y asombrarse de como tu talento te fue llevando a la cúspide mundial del fútbol.
Lo mismo que tu vida la perdiste aquí,
en esta esquina, la perdiste en todos los lugares.
A veces, cuando te veía entrenar con el Boca Junior de Argentina, o cuando venías a Barranquilla a jugar frente a nuestra selección, me imaginaba estar ahí pegadito a la valla que separaba la cancha de las graderías, en tu país o en el mío, viéndote entrenar, acercarme a ti para saludarte, y tú con la burla en los labios preguntándole a tus compañeros: vos lo conoces – me señalabas – ¿Qué se ha creído este? – Lo decías con petulancia. Yo no quería imaginar eso, pero lo imaginaba porque mi cerebro había leído tanto de ti que mis pensamientos se gozaban tu actitud déspota. Aun así, sabes, nunca dejaste de ser mi héroe. Reconozco que recién supe de ti y ver como jugabas me decía que quería ser como tú. Pero el paso del tiempo me permitió entender que tenías una asombrosa habilidad para dominar el balón, para percibir los espacios, para driblar con rapidez y colocar la pelota como con la mano. Eso lo aprendiste en el barrio en que viviste hasta hacer la multiplicidad de malabares con la pelota y el cuerpo. Estoy seguro que fueron muchas horas de entrenamiento, pero muy pocas para la educación recibida, no suficientes para esa inteligencia y pensamiento crítico que tanto molestaba a los empresarios que tienen el poder del fútbol. A medida que fui viendo esos comportamientos fue cuando más soñaba que era tu hermano mayor y recuerdo – gritándote en los sueños -, que el fútbol pasa, pero los estudios quedan. Tú, sólo me veías en tus sueños con esa sonrisa burlona, quizás pensando: y este qué se ha creído, che. Y, al final de esos sueños, veía tu sonrisa apagándose y tu rostro desaparecía en la agonía de una mueca horrible que no vaticinaba nada de felicidad.
Indagué sobre ti todo lo que podía y quería saber. Me dolió que tu paso por el colegio Avellaneda fuera efímero, te la pasabas haciendo pinolitas, exhibiendo tu habilidad técnica, llamando la atención porque estabas descubriendo tu potencial y necesitabas el reconocimiento de todos, como bien dice Maslow en su Pirámide de Necesidades. A los quince años cuando un estudiante está pensando en terminar su secundaria ya tú estabas debutando en Argentino Junior en primera división en el setenta y seis. A los veintiún años, te fuiste al Barcelona y ganaste el torneo nacional, la Copa del Rey y la supercopa de España. Después a los veinticuatro te vinculaste al Nápoles y lo hiciste visible con tu magia y tu carisma ganando cuatro títulos en siete años. Ahí también desee con fuerza ser ese hermano mayor que no tenías, sólo para decirte que aprovecharas esta ola de triunfo para prepararte explotando esa otra cara tuya que el fútbol había vuelto invisible. Por todo lo que decías estaba seguro de tu inteligencia, fuiste muy hábil y fluido con el lenguaje y rápido de pensamiento al definir el primer gol a Inglaterra como “la mano de Dios”, quizás dando a entender esa rabia contenida por la Guerra de las Malvinas, cuatro años atrás. El segundo gol fue sencillamente magistral, eludiste como a cinco jugadores, las miradas del planeta estuvieron puestas en tus gambetas y el zurdazo final. El mundo del fútbol vibró emocionado. Nosotros, en Colombia, festejamos la gracia del buen fútbol bajo la emotiva alocución de Edgar Perea.
Tiempo después la droga fue parte de tu vida, ahí, en ese momento tenías que haber sacado tu sabiduría, pero no fue así. El asombro recorrió el mundo del fútbol, los escándalos se hicieron más frecuentes. Había gustado tanto tu fútbol; la gente sabía de tus orígenes que hasta perdonó esa vida oscura de la cual muchas veces no fuiste consciente. La Argentina se quedó atónita, en Bangladesh una manifestación salió a la calle a insultar a la FIFA, pedían el retorno del héroe expulsado. Estaba seguro que no le caías bien a alguien por el sólo hecho de ser el mejor, también por denunciar a los poderosos del fútbol que se jactaban de que una golondrina no hace verano. Y terminaste dándoles la razón. Nadie se preocupó cuando caíste en ese mundo bajo, estoy seguro que pensabas que la gloria y la fama eran muy importantes; creo que esa actuación te fue pesando y poco a poco te agobiaba el personaje que la gente buscaba en ti, no se enteraban del esfuerzo que hacías para no sucumbir, por eso drogabas la máquina de tu cuerpo: me cuentan que tu cuerpo crujía, las piernas te dolían, las pastillas del sueño para opacar el insomnio eran una adicción; y el alto rendimiento enfocado en los resultados, el triunfo, los goles, todo lo sobrehumano para no dejar de ser dios en medio de analgésicos, cortisona y aplausos. En medio de tu omnipotencia estaba la responsabilidad de quedar bien con los admiradores, exigiéndote más y más.
Si pierdo lo que tengo, ¿quién soy, si soy lo que tengo?
Nada más que un ser humano vencido, roto, digno de lástima,
testimonio de un modo de vida equivocado.
Confieso que el día que te escuché interrogar e interrogarte sobre lo que acontece en el mundo del fútbol, reflexioné y me dije: ¿Qué importa que no haya estudiado, pero su experiencia acumulada lo ha vuelto un inconforme y ese conocimiento bien organizado puede lograr muchas cosas? Eso lo corroboró después Eduardo Galeano al hacer una síntesis de tus inquietudes insoportables para los dueños del fútbol. Dice Galeano sobre las preguntas insoportables de Diego: el jugador de fútbol ¿es el mono del circo? ¿Por qué los jugadores no conocen las cuentas secretas de la FIFA? ¿Por qué no se puede saber cuánto dinero producen las piernas de un jugador como él? ¿Por qué los jugadores no son consultados por la FIFA a la hora de tomar decisiones? ¿Por qué se alteran las reglas de juego sin que los jugadores puedan decir ni pío? Esas preguntas me causaron admiración porque en el negocio del fútbol los empresarios les siguen debiendo respuestas a los futbolistas del mundo, sino pregúntenle a Joseph Blatter, acusado de fraude y corrupción en compañía de otro grande, Michael Platiní. Diego, por Dios, siempre tuviste esa lucidez brillante e inquisitiva, a la que se refiere Saramago en su Ensayo sobre la Lucidez. Tales interrogantes evidenciaban, no sólo una epistemología cotidiana, sino también preguntas sobre tu vida misma, Diego, donde de por sí ya sabías las respuestas, que a los que detentaban el poder les aterraba contestar.
Del hombre gastado en su abismo
Nacieron las sales sangrientas.
Bueno Diego, como ves, esto que te digo es pura fantasía, mía, claro, ha sido una utopía pensar que podría ser tu hermano, o amigo. Está bien no me aceptes como hermano mayor, déjame ser tu amigo, ves no me conformo. No, no pretendo juzgarte, ¿acaso los amigos no se dicen las verdades en la cara, aunque tengan que recibir un puñetazo? Siempre te seguí en silencio y me dolía cuando hablaban de ti, sabía que no eras dueño de tus actos, que la sociedad de consumo obnubiló la razón, que lo único fiero en ti era esa conciencia crítica para dilucidar las manipulaciones. Lástima que esa conciencia interior, o intrapersonal, no te permitió sobreponerte a las dificultades de ese mundo que alucinabas y te llevó a la tumba.
Estoy seguro, cuando alguna vez estuve en el estadio de Boca, o en las gradas del Metropolitano que, si hubieses podido mirar hacia la grada en el Metro y las mallas de la Bombonera, habrías visto mi mirada de amistad desprevenida, pero no fue así, cada vez que entrabas a un escenario del mundo y los aplausos sonaban en tu nombre la fama se te subía a la cabeza y ya no tenías ojos para nadie.
Lo siento hermano, estoy consciente que no soy tu hermano; lo lamento mucho, Diego, amigo; también estoy consciente que jamás fui tu amigo. Sin embargo, me pregunto, ¿cuántos como yo alguna vez desearon ser hermano tuyo, o amigo tal vez? Pero te jactaste de tenerlo todo, de pensar que nada te faltaba, ¿para qué preocuparse?, seguro pensaste. Jamás quise ser tu hermano por interés, por alguna debilidad tuya, por alguna carencia que tenías. Sólo quise relacionarme contigo para que vieras en mi amistad la bondad y la virtud para comprender otras facetas y pudieras auto – descubrir tus otros talentos que el fútbol te negó.
Estamos inclinados a la generosidad por naturaleza;
de la misma forma, no nos inclinamos a la amistad
por la esperanza de pago, sino que creemos que hay que
buscarla porque todo su fruto está en el amor.
CAVAFIS, C.P. Poesía completa. Visor de poesía. Madrid. 2003. Pág. 13
FROMM, Eric. La atracción de la vida. Aforismos y opiniones. Paidos. Barcelona. 2003. Pág. 33.
NERUDA, Pablo. Poesía completa. Tomo II (1948 – 1954). Poema: el héroe. Seix Barral. Barcelona. 2019. Pág. 154.
CICERON. Sobre la amistad. Alianza editorial. España. 2018. Pág. Pág. 134
Aún hay muchos Diego y no precisamente juegan a pelota, nuestra tarea es buscar como hacerse hermano o amigos de Diego. Me siento afortunado, puedo decir que he tenido muchos hermanos y algunas veces, por un corto instante, muy buenos amigos; solo espero haber sido lo mismo para ellos o para muchos.
Por otra parte, considero que las escuelas de fútbol deben añadir a su misión formativa de futuros jugadores un… Me gustaría ser tu hermano. Aunque en la cadena alimenticia de los futbolistas, el depredador no querría que su presa algo así supiera.