Anestesiólogo – Durmiólogo

Médico anestesiólogo

A mí nunca me han hecho una entrevista. Ni cuando estaba en ejercicio pleno de la especialidad, joven y bello, menos ahora, que estoy retirado, viejo y decrépito. En lenguaje deportivo, ya colgué los guayos.

Valgo, por lo tanto, de una entrevista que hicieron a la doctora Cristina Iglesias Fernández, anestesióloga del Hospital Universitario Central de Asturias, y publicada en el periódico “La Nueva España” de Oviedo, España, en enero 3 de 2016. Una auto entrevista, si se quiere.

Trataré de responder dos de las cuestiones formuladas a la colega asturiana apartado, obvio, de sus interesantes respuestas, dándoles solución de acuerdo con mi modesto leal saber y entender.

Mucha gente asocia al anestesista con dormir al paciente, y ahí se acaba la historia.

Correcto. Lo más lamentable es que, no solo, los profanos de la profesión médica lo creen así, los mismos compañeros de trajín hospitalario en forma irónica, sarcástica o burlesca, dan igual asociación.

En la forma como la periodista formula el interrogante, de manera tácita, sigue el juego a los que pretenden semejante aberración, con lo ridículo que envuelve, además, afirmar “Y ahí se acaba la historia”. Ofende al criterio de racionalidad científica que demanda una especialidad de tanto rigor clínico, la anestesiología, aceptar que el acto de dormir es equivalente al acto médico de anestesiar.

Durmiólogo. En cierta ocasión, ha ya muchos años, en el Hospital donde yo trabajaba, el Cirujano preguntó a la enfermera jefe del área de quirófanos:

 ¿Quién era él “durmiólogo” que iba a darle la anestesia? 

El joven anestesiólogo asignado para la intervención, al escucharlo, estaba ahí presente; ofendido y con la fiebre del especialista recién egresado, ante lo chocante de la averiguación, le caminó a golpes, furioso, “zampó la mano”, tal decimos en el argot barranquillero, exigiendo respeto. “A mí me respeta”, le increpó airado.

La lealtad y consideración como colegas descalifica este tipo de trato, de cierta manera humillante, si tenemos en cuenta que, cualquiera sea la especialidad, cada uno es un profesional de su oficio, con competencias y, por ende, con responsabilidades que, individualmente, toca aceptar dentro de un solidario trabajo en equipo, el equipo médico.

Creo, en este sentido, hoy en día la imagen del médico-anestesiólogo ha cambiado; es de las más encumbradas de la profesión médica. En mis comienzos, década de los 70, el cirujano ordenaba y mandaba, su autoritario criterio se imponía ante un anestesiólogo y personal de cirugía sumisos a sus decisiones. El rol, en la actualidad, es otro: el anestesiólogo decide quién puede o no operarse en base a unas guías de manejo, a una lista de chequeo de seguridad que garantizan un mínimo de riesgos posibles.

La anestesiología es respetable y respetada, académica y asistencialmente en el amplio espectro de las especialidades médicas.   Preferida por los estudiantes de medicina, les atrae como disciplina a seguir una vez culminen estudios de pregrado. Son muchos los alumnos que han seguido mis pasos.

La obligada consulta preanestésica ha permitido que el candidato a una intervención quirúrgica tenga contacto estrecho con el anestesiólogo que, años atrás, no se daba. Cuando uno se presenta como tal, observa con halago, la admiración y aprecio que los pacientes le tienen.  Son conscientes de nuestra valía científica, de la jerarquía profesional que nos distingue.

Hay gente que sigue temiendo a la anestesia. El consentimiento que firmas dice que incluso te puedes morir.

El miedo a la anestesia puede ser por exceso o por defecto. Temor mayor que tiene un paciente a la cirugía es “que lo pasen de anestesia”, quedar anestesiado, indefinidamente, por exceso, lo que equivale a morir. Este temor predomina sobre el mismo recelo a la acción cortante, traumática, del escalpelo.

Un segundo temor es expresado como miedo a sentir, a tener dolor, por defecto.  No como consecuencia de la acción propia del cirujano, sino por la falta de anestesia, a una falla del anestesiólogo. Son miedos lógicos a una agresión de su humanidad, de su cuerpo, que el anestesiólogo debe enfrentar con suma delicadeza y fino tacto, tras una evaluación preoperatoria que dé medida del umbral al dolor del paciente y su capacidad de resiliencia, para prevenirlos o tratarlos. Además, de la indispensable valoración de su estado físico clínico.

Sin embargo, existen temores tabúes, apartados de los riesgos inherentes a la cirugía y la anestesia,  que conllevan pánico hacia la intervención del anestesiólogo, no tanto del cirujano. Se achacan a los anestésicos, técnica anestésica o al anestesiólogo, sin reparos, los males habidos y por haber que siguen a la operación, desde las complicaciones más leves hasta las de mayor repercusión. Frecuente, esta apreciación en personas del común y, peor aún, entre agentes sanitarios: médicos, enfermeras, estudiantes etc., ajenos al complejo mundo de los quirófanos. Sin fórmula de juicio, si al paciente después de la cirugía se le cae el cabello y las uñas, pierde el apetito, tiene insomnio, frigidez o disfunción eréctil y la pareja lo deja; razón mágica que lo explica todo: “eso es culpa de la anestesia”.

Pocos cirujanos, a la ligera, para evadir responsabilidades y quedar bien, achacan al acto anestésico complicaciones consecuencia de la acción quirúrgica, sin desconocer, por ello, que se pueden presentar inconvenientes de exclusiva incumbencia anestésica y del anestesiólogo.

Ejemplo: En alguna ocasión di anestesia a un niño para una herniorrafía inguinal. Al día siguiente de la cirugía presentó distensión abdominal con severa dificultad respiratoria. El cirujano que lo intervino, de una, inculpó la complicación que consideró de índole pulmonar, supuestamente, por broncoaspiración. Otro cirujano evaluó al niño y después de analizar los estudios paraclínicos lo reintervino de urgencia con diagnóstico de abdomen agudo. “Cantidades navegables” de orina, como diría el doctor Marcos Llinás, se encontró en cavidad abdominal por perforación de la vejiga que dificultaban la ventilación del pacientico. 

CONSENTIMIENTO INFORMADO. El consentimiento informado se realiza como parte del obligatorio cumplimiento de un anexo de la historia clínica, Ley 1995 de 1999, que reglamenta su diligenciamiento, por parte del médico en Colombia.

De acuerdo con esta disposición se debe informar al paciente o sus responsables de los riesgos, reacciones adversas o efectos colaterales que conlleva el acto médico, para que autorice su realización y firme su consentimiento en forma consciente, libre y voluntaria.

El riesgo se entiende como la posibilidad de morbilidad (complicaciones) o mortalidad (muerte).  No hay acto médico sin riesgos, más aún, si va a ser sometido a un procedimiento anestésico quirúrgico.

AMAMOS LA VIDA. Sin embargo, “Toca al Anestesiólogo vivir, laborar, la mayor parte de su diario quehacer muy cerca de los sinsabores y pesares del hombre, sin poder acostumbrarse a ello, experimentar solidario el drama terrible de su destino final. De allí, su lucha irreconciliable, sin fronteras contra la muerte, ante el desafío que en cada intervención impone. Somos sus acérrimos enemigos quizás, como ningún otro médico o especialista, por la condición de reanimadores tenemos la preparación, los medios para enfrentarla. En cada anestesia que damos y por supuesto en cada despertar logramos jubilosos una resurrección…

Para superar con éxito el intenso aguijón del dolor, nos corresponde con frecuencia llegar silenciosos, pero, con paso seguro a vecindades en donde habita el enemigo común; rondamos muy inmediatos a la muerte, sin que nos vea, sin que nos sienta. Es que no deseamos verla, no nos gusta, para llegar tan solo a los senderos claros donde el corazón se solaza con el fuego de la vida. Amamos la vida, de ella nos prendemos con fuerza, con sapiencia, la conciencia templada y muchísimo coraje”.


 Coronado H, Teobaldo. 2012. Pioneros e Ilustres de la Anestesiología en Colombia. Sociedad Colombiana de Anestesiología y Reanimación, SCARE. Panamericana Impresos y Formas, Bogotá, p. 620 – 622.

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