“El control de los impulsos es la clave”. Frans de Waal, biólogo.
Robert Stenberg, psicólogo de la Universidad de Yale, es autor del libro “el triángulo del amor“, donde expone su inicial teoría sobre el amor. Las partes del triángulo se conforma así: intimidad, pasión y compromiso. Discípulos suyos lo aplican para interpretar los conflictos originados por el vínculo matrimonial. Explican que se deshace o rompe con más frecuencia porque la pasión se acaba más pronto que las expectativas de una intimidad común, subsistiendo solo el compromiso que generó patrimonio e hijos.
Más tarde Stenberg evolucionó dicha teoría superándola escribió el libro “Historias de Amor“, donde plantea que cada amor de pareja tiene su propia historia y que es en ella donde se debe indagar sobre el origen y efectos de los conflictos o las “eternas” satisfacciones de una determinada unión matrimonial. Uniendo ambas tesis es viable suponer, desde la psicología cognitiva, que la pasión amorosa genera el amor matrimonial o lo disuelve extinguiéndose por distintas vías: O legales o sociales.
Científicamente, entonces, se podrían aplicar dichas teorías para comprender el fenómeno, en boga por estos días de brisas y carnavales del 2023, de la infidelidad matrimonial, a partir que la misma afecta por igual a ambos sexos, es consecuencia del decline u ocaso de la pasión, a la que los atenienses de la Antigua Grecia, denominaron erótica. Ello para distinguir si ser infiel es ser un traidor, como se ha venido propagando desde redes y medios alrededor del “affaire” mediático del exfutbolista catalán y la canta-autora barranquillera.
Desconozco si existe una asignatura en el pensum de Educación Superior Colombiana denominada: socio-biológica, que ayude a una formación desde la antropología y la sociología para responder al interrogante: ¿qué es el hombre? Hasta dónde llega mi información académica, una asignatura de esa envergadura existe en Francia, se cursa al ingreso de cualquier disciplina universitaria, como pre-requisito. Se creó durante el gobierno de Francois Mitterrand.
Es claro que el hombre, varón o hembra, es un animal. Aristóteles enseñó que por naturaleza es social. Pero la biología (zoología) nos clasifica entre los mamíferos -que maman-. Por tanto, su comportamiento pasional a nivel sexual debe estudiarse como un mamífero especial, porque habla y piensa. Así lo concibe el historiador israelí, Noam Yuval Harari, en el libro: “De animales a dioses. Breve Historia de la Humanidad”(Debate) donde manifiesta, según mi interpretación, que la fidelidad amorosa depende de la atracción bioquímica de amantes, compañeros o cónyuges.
…la evolución proporcionó sensaciones placenteras como recompensas a los machos que diseminaban sus genes al tener sexo con hembras fértiles. si el sexo no estuviera acompañado de este placer, a pocos machos les preocuparía. Al mismo tiempo, la evolución se aseguró de que estas sensaciones placenteras se desvanecieran rápidamente. si los orgasmos duraran siempre, los felicísimos machos morirían de hambre por falta de interés en la comida, y no se tomarían la molestia de buscar otras hembras fértiles”
Harari cuenta: “Por ejemplo, la evolución proporcionó sensaciones placenteras como recompensas a los machos que diseminaban sus genes al tener sexo con hembras fértiles. si el sexo no estuviera acompañado de este placer, a pocos machos les preocuparía. Al mismo tiempo, la evolución se aseguró de que estas sensaciones placenteras se desvanecieran rápidamente. si los orgasmos duraran siempre, los felicísimos machos morirían de hambre por falta de interés en la comida, y no se tomarían la molestia de buscar otras hembras fértiles”(ver pág. 423. Opus cite).
Para más adelante asegurar que: “Es verdad que los casados son más felices que los célibes y los divorciados, pero esto no significa necesariamente que el matrimonio produzca felicidad. Podría ser que la felicidad cause el matrimonio. o, más correctamente, que la serotonina, la dopamina y la oxitocina provoquen y mantengan un matrimonio. las personas que nacen con una bioquímica alegre suelen ser, por lo general, felices y contentas. Son cónyuges más atractivos, y en consecuencia tienen una mayor probabilidad de casarse. También es menos probable que se divorcien, porque es mucho más fácil vivir con un cónyuge feliz y contento que con un deprimido e insatisfecho”(pág. 425).
Ahora bien, esa es la visión científica de la evolución de la humanidad. Pero ocurre que equiparar una infidelidad con una traición, como se expresa sin mayores consideraciones en “la esnaqui”, al asunto se le carga con unos componentes más allá de lo zoológico-social, como son los de una ética del deber ser matrimonial y un pecado mortal desde la ortodoxia católica que configuró al matrimonio como un sacramento “para toda la vida“, despojándolo del ingrediente pasional instintivo de la especie y solo señalando castigo para quien viole “la ley divina“.
Aunque no se puede olvidar que, para nuestra medieval legislación civil, todavía vigente, las eufemísticas “relaciones extra-matrimoniales“, por uno de los miembros de la pareja, en un determinado tiempo, se convierten en una de las tantas causales de divorcio o perdida de efectos civiles del matrimonio católico. Y los cónyuges deberían ser ilustrados, tanto en el juzgado como en el altar, en esa consecuencia que si ha sido prevista por la ley es por ser históricamente real.
En fin, el concepto de infidelidad admite diversas lecturas, desde las ignotas hasta las sabías. Pero lo que no se puede olvidar que su ocurrencia es diaria en todos los ámbitos de la vida sexual humana, desde las altas esferas privadas como en las íntimas de la gente humilde. Ello porque no somos educados como primates, sino creyéndonos ángeles o dioses. el(a) infiel no traiciona, solo que no controla el impulso de su naturaleza zoológica. La cumple. No entenderlo es desconocer lo que somos: animales sociales. Sino es así ruego lean las noticias desde Clinton hasta Dani Alves. amen.
La próxima. La tutela: Espada de Damocles a periodistas irresponsables.