Coeficiente

Wensel Valegas

No se burle, doctor. Sepa usted que, en algún momento, soñé con ser como Einstein, el científico. Todo comenzó cuando vi un documental en National Geographic sobre la teoría de la relatividad, que hablaba de la velocidad de la luz, el espacio, el tiempo, la gravedad y los observadores. Me emocioné tanto con la idea de comprender esos misterios que decidí seguir ese camino, ser científico, como él.

Sin embargo, mi profesor, el director de grupo desde noveno hasta undécimo grado, me desanimó de inmediato. Al comentarle mi deseo, me miró con desdén y preguntó, de forma burlona, quién me metía semejante idea en la cabeza. Respondí que nadie, que me interesé al ver el documental. Sin mirarme ni inmutarse, me dijo que era un “bruto” y que la ciencia no servía para nada, ni siquiera daba dinero. Según él, mi coeficiente intelectual no daba para más, que no podía pelear contra la genética y no me veía como científico, sino como un simple chofer de taxi o un empleado de oficios varios. Me sentí derrotado, pero mi sueño de ser como Einstein siguió vivo, aunque la realidad que él me pintaba parecía tan distante.

Le dije que era inteligente, que era el mejor jugador del equipo, el número diez, además, el entrenador siempre me animaba, diciéndome que tenía una inteligencia kinésica jugando fútbol. Me miró con la intención de quitarme la esperanza y los sueños, “vea mijo, eso no es inteligencia ni un carajo”, afirmó, casi a grito, con la amargura en su rostro de maestro fracasado. Quería ser científico, pero uno que jugara fútbol, además, ¿por qué no?

Al final, cambié de opinión y me obsesioné con ser astronauta, para viajar por el espacio infinito y aterrizar en cada uno de los planetas, menos en el sol, usted sabe, doctor. ¿Qué opina, profe?, le pregunté. Te dije que tu problema es de coeficiente y no escarmientas, eres terco como una mula, lento para pensar, pésimo en matemática, en física tu promedio es bajísimo, y en cálculo ni se diga. No sobresales en nada, terminó diciéndome, para que no insistiera, para que no le siguiera jodiendo la vida, pero sabe, doctor, yo soy el vivo retrato de la terquedad, terco como una mula, como me decía el profe.

Le hice caso al profesor y opté por redireccionar mi vocación a la filosofía de la no violencia, quise ser como Gandhi, un hombre de paz, espiritual y compasivo. Profe, deseo ser Gandhi, sereno y mensajero de la no violencia, ¿qué le parece? Admiro tu insistencia, Martín, pero no tienes hábitos de lectura, te aburres leyendo un texto y los filósofos elaboran sus discursos, ayudado por la lectura, además de una vocación y sabiduría, que da la experiencia de la vida, ¡ah!, y recuerda que, con los actos de indisciplina y belicosidad, has ganado la fama de buscapleitos. A ver, el año pasado, ¿cuántas veces se llamó a tu acudiente?, ¿no lo sabes o no lo recuerdas? Diez o doce veces. No creo que seas competente en esto que deseas. Repito, búscate algo práctico qué hacer, como te he venido diciendo.

Fue lo último que le escuché y el último sueño que le conté. No entendió que los sueños eran míos, no de él, que lo que buscaba era aclarar el miedo de no saber qué hacer en el futuro. Reconocía que los números no eran mi fuerte; que leía poco y no quería terminar como el loco Medina, que de tanto leer se le secó el cerebro. Que, a falta de hábitos, lo que tenía eran vicios. Qué culpa tengo de poseer un coeficiente intelectual bajo; de no tener disciplina y andar distraído y sin control, queriendo abarcarlo todo y fracasar en todo.

Ahora me apodan Brutus, sabe por qué, porque usted planificó mi vida, haciéndome creer mi torpeza, mi condición de iletrado, de ignorante; me hizo tosco y animal, salvaje y brutal, ¿qué tal mi coeficiente, profe, sirvo o no sirvo para este sueño?

Lo que no entendía es que después de enseñarme a leer y escribir, se resistiera a ayudarme en la búsqueda de mis sueños, a orientarme sin insultos y burlas, dejando de lado la amargura y el rencor cuando se dirigía a mí. La vida se ensañó conmigo, los sueños se fueron esfumando, me cortaron las alas desde temprano, como si estuviese prohibido imaginar y tener aspiraciones, nunca me dejaron asomar al horizonte, no tuve apoyo ningún. Los sueños se perdieron en la utopía del futuro, y eso es la tremenda frustración que me habita y me consume, la indignación que usted mismo dice que llevo por dentro, doctor.

Mi madre decía que desde niño quería ser de todo y siempre me bajaba de la nube de los sueños, argumentando; la pobreza en la que vivíamos y limitaba mis aspiraciones, y si tenía problemas académicos, asumía la culpa diciendo que heredé su pobre inteligencia, a mí se me hacía un nudo en la garganta al verla llorar sin control, impotente y sin consuelo alguno. La recuerdo, leyéndome el fracaso en el rostro al llegar del colegio. Me consolaba el llanto que me impedía hablar, tragándome las palabras, consciente de la tara genética que alteraba mi coeficiente. Muchas veces la escuché decirse, bruta, bruta, culpándose de mis errores cuando las cosas no salían bien en la escuela, aquí el inteligente es tu papá – decía –. Menos mal que nunca le confesé que al profe lo único que le faltó fue ponerme unas orejas de burro.

No sé por qué le cuento esto, doctor, pero desde ese día no volví a contarle a nadie mis sueños. Ese profesor nunca me animó, siempre me bajoneaba. Hasta papá se burlaba, diciéndome que me volvería loco; mis amigos me gritaban que aterrizara, que estudiar no servía para nada. Aterricé en la realidad de mi vida, pensando que tenían razón, casi sin darme cuenta, desde el profe hasta los amigos del barrio. Tanta insistencia venció mi persistencia, hasta que puse los pies en la tierra. Sin embargo, yo insistía en querer ser alguien en la vida, porque en la escuela nos decían – a través de algunos profesores, no todos – que debíamos luchar por los sueños, persistir sin desfallecer, pero con el tiempo sentí que las puertas se cerraban, que a la gente le aburrían mis sueños de grandeza. ¿Acaso usted también en algún momento no luchó por los sueños y quiso ser alguien, doctor?

Decidí experimentar otros rumbos, ya que no servía para nada. Establecí alianzas y amistades con gente de dudosa reputación. Tomé conciencia que me matarían y un día aparecería tirado en una de las trochas, en las afueras de la ciudad, según las palabras sabias del tío Lucho. Perdí el miedo y dejé de escuchar los consejos. Sabe qué doctor, mi malicia se agudizó, robé en las tiendas del barrio, atraqué a los comerciantes que madrugaban a hacer sus compras, asalté bancos, y me hice coger miedo de la gente.

En uno de esos atracos, el profe me reconoció, se hizo de la vista gorda, pero lo enfrenté y pensando que me delataría, lo obligué a tirarse al piso y le apunté a la cabeza, susurrándole bajito para que supiera que lo reconocí. Ahora me apodan Brutus, sabe por qué, porque usted planificó mi vida, haciéndome creer mi torpeza, mi condición de iletrado, de ignorante; me hizo tosco y animal, salvaje y brutal, ¿qué tal mi coeficiente, profe, sirvo o no sirvo para este sueño? Le hablé al oído para que nadie dentro del banco escuchara, ni lo relacionaran conmigo, para que supiera que aún me quedaba un saldo de bondad, que nací bueno, que nunca maté a nadie, que mi problema era sólo de coeficiente, que no tenía remedio. No sé qué será de mí al salir de esta cárcel, pero me consta que nací bueno. A ver, doctor, dígame, después de todo lo vivido, me pregunto: ¿quién realmente me corrompió? ¿Fue mi coeficiente, mi falta de apoyo, o algo más profundo que nunca llegué a entender?

4 thoughts on “Coeficiente

  1. Mi admirado amigo, la pregunta final del texto no me atrevo todavía a darle respuesta. Has direccionado de tal manera el texto, que insinúas casi la respuesta. Mas la dirección de su vida la tomó él y nada más él. Alguien hablaría del libre albedrío. No supo sobreponerse a él mismo. Una tragedia personal.

  2. Mi estimado amigo con quien tengo el gran placer de sostener conversaciones que nutren, esa pregunta tiene múltiples aristas que genera respuestas con diversos enfoques; que si el muchacho tenía una tara genética, incluso insalvable, y bueno donde está el diagnóstico; que no supo superarse así mismo, y bueno que sabemos de su entorno, de su círculo de apoyo, sólo de una madre y padre que a todas luces no estuvieron para el.

    De niño, algo así como cincuenta o más años en el pasado, pasé por una situación algo parecida. Después de la clase de ciencias naturales de cuarto de primaria, me acerqué a mi profesor y entablé una conversación con el docente, con fundamento en un material que había leído, de esos libros que mi abuelo ponía a mi disposición, le indagué sobre la posibilidad de cambiar el tipo de combustibles que se utilizaban en los automotores, llegando incluso a ofrecer soluciones como la nuclear o algo más sencillo y eficaz como la hidrólisis para obtener el hidrógeno y el oxígeno para que este estallara en los pistones del carro en ves de la gasolina y así en lugar de humo saliera vapor de agua.

    El profesor me miró con desdén y solo atinó a decirme “Solano, te vas a volver loco”. La conversación llegó hasta ahí, lo corte con un amable “Profe nos vemos en clases”, no volví a tocar ningún tema mas que escuchar sus clases y responder sus exámenes, no se si por intuición o mi perspicacia, era un niño pero mi entorno familiar me había formado antes de ingresar al colegio y ahora veo que fue lo más saludable, creo que si lo hubiese dejado contaminarme de sus amarguras, de sus frustraciones, de haberlo hecho, no hubiese sido el mejor estudiante del Magdalena, ni las mejores pruebas universitarias ni haber sido becado en mis futuras carreras y no estaría dando de mi lo mejor para mi familia y mi entorno, definitivamente “otro gallo cantaría”; así las cosas, pienso que la frase de Jean-Jacques Rousseau: “El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”, forma parte de las respuestas que se le pueden dar a la pregunta planteada.

    Gracias Wencel por tu amistad, tus valiosas conversaciones y consejos que sabes que valoro y aplico, nunca olvides de esa gran labor como educador ayudando a forjar los sueños de esos niños y niñas que mañana serán los que darán de si lo que recibieron en sus hogares y el colegio.

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