Crónicas de un puerto sonoro (3)

Perro que llora

Perro que llora

Por: Erudino Alma

En pantaloneta, con los pies descalzos y embarrados de fango,  el enjuto Lucho Luis conducía su pequeño aro de acero con un palito provisto de un clavo en la punta, trotando alegre sobre lodazales, renegridos charcos y una estera de escombros molidos, porque la calle, sin pavimentar y sin alcantarillado, era surcada por una zanja (motivo de muchas riñas, ya se verá), un pequeño río de aguas negras y putrefactas, mientras en la cantina de “Las chupadeos” Daniel Santo preguntaba Dónde va José tan triste, Dónde va José tan solo, y más arriba, a la vuelta del mercado, en el traganíquel de Olga Ochoa, las Hermanitas Calle gritaban a dúo que un despechado “Borracho y muy triste se encuentra en la esquina tomando y llorando por una mujer”.

Entonces escuchó un rumor bravío, de esos propios de las colmenas populares, y vio cómo la gente caminaba de prisa hacia la cantina El Senado, al lado del restaurante El Jimmy y frente al teatro Colón, una cantina que se llenaba de tinterillos, políticos de poca monta y gestores de notarías; se escuchaba música en el ambiente, la gente se aglomeraba. Como pudo se metió por un portillo de piernas y entonces reparó en un perro que aullaba delante de un traganíquel. Fue enterándose cuál era el fenómeno: Juntando voces y rumores pudo entender que ese perro basto y sin pedigrí, de rayas marrones y negras (“color de perro corriendo”, decía mi abuela) venía todas las tardes a acompañar a su dueño, un cachaco, bogotano para más señas, y según se supo el tipo andaba desaparecido hacía varios días, pero el perro seguía apareciendo religiosamente después de las tres de la tarde en ese local y que había sido la costumbre de su amo tomarse una botella de aguardiente todas las tardes, dicen que cariacontecido, tal vez despechado, y ponía a repetir muchas veces un tango que era el que ahora se escuchaba narrando que“…Hoy que la Lluvia entristeciendo está la noche y las nubes en derroche tristemente veo pasar”

Contrario a lo que se podría creer, alguien con voz entendida dijo que ese tango no era de origen argentino, sino colombiano y más específicamente de Guamal, Magdalena, que su autor era nada menos que Julio Erazo, uno de los integrantes de los Corraleros de Majagual, y que su composición fue originalmente un paseo vallenato, con la fortuna de que alguna vez en Medellín, aquel pequeño grupo de caja, guaracha y acordeón,  actuó de telonero en una presentación estelar de Los Caballeros del tango, con la voz del consagrado Raúl Garcés. Les gustó el numerito y lo grabaron en versión de tango allí mismo en tierras paisas, pero pasó desapercibido para el gran público cantinero y quedó en el olvido.

alguien accionó la tecla de ese tango alguna tarde mientras el perro yacía echado en el local y fueron espeluznantes aullidos, lo que escucharon los allí presentes. Y vieron cómo se le erizaban los pelos en el lomo, cómo temblaba y no solo aullaba, sino que gimoteaba, lastimero, como si se reencontrara con alguien conocido

Otro de los curiosos agregó que, años después, uno de esos mecánicos que arreglan traganíqueles, encontró un montón de discos arrumados en una de las oficinas de Sonolux y era precisamente aquel tango del cual se hablaba, “Lejos de Ti”. Conforme iba arreglando aquellos aparatos musicales (en el eje cafetero y pueblos de Antioquia) iba dejando en cada cantina uno de esos discos revividos, que para esa época eran de 78 revoluciones por minuto y sonaba una canción por un lado.

Así que, ¡oh! divina providencia, alguien accionó la tecla de ese tango alguna tarde mientras el perro yacía echado en el local y fueron espeluznantes aullidos, lo que escucharon los allí presentes. Y vieron cómo se le erizaban los pelos en el lomo, cómo temblaba y no solo aullaba, sino que gimoteaba, lastimero, como si se reencontrara con alguien conocido, pero de repente se encrespaba de horror, como si estuviese ahora ante el mismo demonio. Por momentos se quedaba mirando al vacío, a un punto fijo más allá de esta dimensión y la noticia se regó como pólvora encendida y El Senado era invadido todas las tardes por curiosos del municipio de Soledad,  y hasta de otros pueblos lejanos, atraídos por la espeluznante historia,  y mucho más de gentes  de Barranquilla, entre ellas algunos pupis, que buenos para chismosear si son, venidos en sus lujosos carros,  y, es bueno decirlo, aprovechaban para comer butifarras soledeñas donde el Jimmy y tomarse unas cervezas en esa cantina que ya se había hecho famosa, especialmente después de que al periodista José Orellano se le ocurriera publicar una nota a cuatro columnas en el periódico El Heraldo y entonces sí, era como para alquilar balcón,  había que ver la romería de gente que se apostaba desde las dos de la tarde en los alrededores del local y del propio teatro Colón, que para esa época anunciaba un espectáculo de Strip-tease que se hacía por las noches.

A veces veíamos por las mañanas al famoso perro deambulando por los corredores del mercado. Lucho Luis se apresuraba en acercársele, queriendo ganarse tal vez un gesto de cariño del can, que en realidad era feo, pero indudablemente reconocido por casi todos los comensales de las fondas y fritangas del mercado. Algunas cocineras le ponían algo de alimento en un plato. Lucho Luis ingenuamente le gritaba: ¡Perro que llora! ¡Perro que llora! No había caso, el perro ni se inmutaba. No se daba por enterado.

Y sí. Fue una gran decepción para Lucho Luis el día en que lo vio rebuscando comida entre los montones de basura del mercado. “Un perro tan famoso no debería ponerse en eso”, dijo.

Dejó de admirarlo. Y no solo eso, también lo levantó a piedras para que se fuera de ahí.

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