Introducción. Caminaba a un costado del florido jardín de nuestra alma mater, al término de una clase de Bioética, cuando escucho, tras de mí, paso presuroso de una joven estudiante que gritaba: ¡profesor, profesor, profesor! Detengo la marcha y me dice un tanto agitada y con rostro encendido: ¡Ay profe! Yo soy estudiante de décimo semestre y antes de que le avisen, oficialmente, me quiero adelantar para comunicarle que en una reunión que acaba de terminar lo escogimos a usted para la ceremonia de imposición de la bata blanca. La fecha no está fijada. En su oportunidad le informarán.
– ¿Si acepta profe? interrogó inquieta.
– ¡Claro mija! Honor que me hacen, con mucho gusto.
La exaltación de mi parte vino después, cuando analizando la propuesta entendí en su real magnitud semejante invitación. Pensé, reconfortado, esta escogencia era muestra clara de simpatía que, de los alumnos agradecidos, recibía por mi consagración y entrega a la docencia en la Facultad de Medicina de la Universidad Libre.
¿Cuál es el significado de esta ceremonia de imposición de la bata blanca a los estudiantes?
Bien hicieron los que implantaron este rito, en nuestra escuela de medicina, al final del periodo regular del currículo como preámbulo al año de internado rotatorio. Cuando en algunas universidades lo tienen programado al ingreso a la facultad, en otras a mitad de carrera, en su introducción a las especialidades clínicas.
Cierto es, desde primíparos comenzamos a usar la bata blanca en prácticas de laboratorio correspondientes a las ciencias básicas, para protegernos de los reactivos químicos; luego, en las prácticas hospitalarias para no contaminarnos con secreciones o fluidos emanados del cuerpo de los enfermos. De allí, la necesidad imperiosa de utilizarla solo al interior de las instituciones de salud y evitar ser portadores de gérmenes patógenos fuera de su entorno tal cual observamos a diario en sitios ajenos a la actividad asistencial.
Símbolo magnifico de la profesión.
La solemne formalidad que se cumple con la imposición de la bata blanca pretende proyectarla más allá de este objetivo preventivo que obvio, también, cumple a lo largo de la carrera, para entronizarla como un símbolo entre tantos que dan identidad y dignidad a la profesión médica.
Llevar puesto este atavío no solo sirve para resguardar nuestra integridad física, sino que transmite en su estimación más noble: estatus profesional, jerarquía científica, prestancia académica, señorío intelectual y pulcritud personal; significaciones representativas de la rigurosa competencia que deben caracterizar a un médico excelente.
El consumismo y los vaivenes de la moda han pretendido, en forma sacrílega, desplazarla por multicolores atuendos sin significado alguno, que no encarnan el valor supremo de la bata blanca como la pulcra camiseta que distingue a auténticos servidores de la vida, los profesionales de la salud que se han preparado para consagrar su vida misma en la protección de la vida y el bienestar de los demás. “Consagraré mi vida al servicio de la humanidad” prometemos cumplir en el juramento médico.
¿Por qué tiene que ser la bata de la médico blanca y no de cualquier otro color?
Desde el antiguo Egipto, hace 3500 años, la imposición de la bata blanca formaba parte del acto de iniciación de los educandos que ingresaban a las “casas de la vida”, así se denominaban las universidades rudimentarias de la época, en donde se cursaba, entre otras materias, medicina en una especie de sanatorio bajo la protección de Ra, el dios sol: el que daba la vida.
Luego, en la Europa medioeval los verdaderos galenos se distinguían por llevar una larga bata blanca hasta la rodilla para diferenciarlos de los barberos, cirujanos no médicos, que portaban una corta bata blanca.
En 1993 el Dr. Arnold P. Gold auspició la que se considera primera ceremonia de imposición de la bata blanca en la era moderna para dar bienvenida a los jóvenes que comenzaban estudios en la Facultad de Medicina de la Universidad de Columbia, en Nueva York; una forma de incentivarlos muy temprano en el cumplimiento de las mismas responsabilidades que incumben a un practicante de la medicina ya graduado.
Llevar puesto este atavío no solo sirve para resguardar nuestra integridad física, sino que transmite en su estimación más noble: estatus profesional, jerarquía científica, prestancia académica, señorío intelectual y pulcritud personal; significaciones representativas de la rigurosa competencia que deben caracterizar a un médico excelente.
El médico, sacerdote ante el altar de la vida
Blanca es la coloración por antonomasia que evoca el formidable milagro de la vida, contrario sensu, lo natural de la muerte, exteriorizada por el luctuoso tinte negro.
En la usanza judeocristiana los acontecimientos trascendentales de la existencia se engalanan de este tono inmaculado desde la primera batica del recién nacido hasta las níveas sábanas que envuelven nuestra corporeidad hacia su destino final. Y, así, las celebraciones religiosas se adornan de blanco resplandeciente en el bautizo, la primera comunión, la pompa nupcial y cuanto evento trascienda lo efímero de la condición humana.
Los Consejos de Esculapio interrogan, en tono bastante severo, al novicio en las huestes hipocráticas:
¿Quieres ser médico hijo mío? Aspiración es ésta de un alma generosa, de un espíritu ávido de ciencia. … “No cuentes con que ese oficio tan penoso te haga rico; te lo he dicho: es un sacerdocio”.
En tanto el sacerdote, celebrante del ritual religioso, oficia ante el sagrado altar de Dios; de distinta manera tras el culto a la ciencias de la salud, somos los médicos sacerdotes que, envestidos con la casulla blanca de nuestra bata, oficiamos ante el altar sagrado de la vida, de la vida de hombres y mujeres, de cualquier edad y sin distingos, que acuden ansiosos a su saber y hacer en busca de sanación.
Vida personal versus vida profesional
Este color además de expresar paz, pureza, alegría, inocencia trasmite la necesaria limpieza, la lucha contra la infección y sobre todo el propósito ético de no hacer daño, primun non nocere, en nuestro comportamiento médico y porque no, de igual manera en nuestra actitud personal. En este sentido es pertinente el consejo del padre de la medicina, Hipócrates, sobre la indispensable armonía que debe existir entre vida personal y vida profesional. “Llevaré mi vida y ejerceré mi profesión pura y santamente”; nos exhorta en su juramento. En cómoda liberación moral muchas veces pensamos que nada tiene que ver mi inmoderado accionar personal con el ejercicio médico, con el honor profesional. Craso error de los que así piensan, porque, a ningún ser humano ilustrado la sociedad exige virtudes en demasía, ser ejemplo de vida, como al profesional de la medicina. De un alma generosa en correspondencia con un médico bueno y de un espíritu ávido de ciencia condición sine qua non al buen médico
En este sentido nos impreca el argentino Florencio Escardó cuando sostiene que: “Ningún médico puede valer más de lo que vale como hombre, realizar más de lo que realiza como hombre, ni significar más de lo que significa como hombre. No se puede ser un gran clínico y ser vanidoso, no se puede ser un gran sabio y ser interesado, no se puede ser un buen médico y ser un servil. Cultivar el alma del médico es cultivar el alma del hombre”.
De tal manera que el uniforme blanco ha sido escogido por la tradición médica para diferenciar a sus seguidores de otras disciplinas. De blanco engalanados mostramos la idiosincrasia de nuestro pulquérrimo oficio, lo prodigioso de la ciencia médica, la mística de nuestra solidaridad gremial, la plena convicción de que formamos parte de una hermandad científica, humanística y ética al servicio de la humanidad.
El gran significado que tiene esta ceremonia, mis queridos alumnos, es el de aceptarlos, admitirlos complacidos en nombre de la asociación médica en general como hermanos y apreciados colegas de profesión. En mi caso personal cumplo esta misión, con grande gozo, en representación y como presidente del Capítulo Atlántico de la Academia Nacional de Medicina de Colombia y, en particular, por otra parte, en nombre de los ilustres profesores de vuestra Facultad de Medicina de la Universidad Libre seccional Barranquilla
Se constituyen Uds. a partir de este día tan solemne para sus vidas en miembros activos de la confraternidad médica universal.
Con sumo regocijo me permito comunicarles que son ustedes bienvenidos a la profesión médica. Dios los bendiga.
Discurso en la ceremonia de imposición de la Bata Blanca a los alumnos de último semestre de la Facultad de Medicina de la Universidad Libre, seccional Barranquilla. Mayo 16 de 2015.