Memorias de un Anestesiólogo🔅
Introducción
Cuando pienso en escribir la historia de mi vida; asalta la duda sobre si desarrollarla, en su totalidad, desde sus orígenes, desde el nacimiento hasta el día de hoy, en un intento de “Autobiografía” o si, solo, debo referir lo que ha sido la carrera profesional, mi vida médica, en lo que denominaría “Memorias de un Anestesiólogo”.
Una autobiografía es un relato, por lo general, cronológico en que el autor describe etapas diversas de su vida: infancia, juventud, vida adulta y vejez.
Las “memorias” son una crónica en tiempo y lugar, sin orden cronológico, sobre un aspecto particular, sobresaliente en lo personal y de más intensas emociones que una autobiografía. En mi caso intento reseñar y reflexionar, en este libro, sobre lo que ha sido la trayectoria médica desde el ingreso a la facultad de medicina de la Universidad de Cartagena hasta mi retiro en la facultad de ciencias de la salud en la Universidad Libre de Barranquilla.
Inspira a emprender esta aventura, entre tantas, la lectura que hace mucho tiempo hice, sobre la cual de vez en cuando vuelvo, de las memorias del bardo por excelencia de aquellos que aman la poesía titulada “Confieso que he vivido” del gran Pablo Neruda. Allí, el excelso chileno, hace apasionante recorrido, de principio a fin, de su obra poética consumada en “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, en donde afirma que:
Tal vez no viví en mí mismo;
tal vez viví la vida de los otros.
Mi vida es una vida hecha de todas las vidas:
las vidas del poeta.
Motiva, de otra parte, contarla historia de mi “Ser Médico”, no lo puedo ocultar, la obra monumental de García Márquez. El relato sobre su vida está compendiado en “Vivir para contarla”. En consigna del nobel “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”.
Con conciencia cierta de mi vulnerabilidad somática he venido cavilando sobre esta escritura memorística desde el tiempo previo a la llegada a los 80 el primero de julio de 2022. Desde los días aciagos del 2020 y 2021 en que la pandemia del coronavirus pasaba indómita de un pico a otro. Llevado por el forzoso aislamiento de familiares y amigos, del distanciamiento físico de los hijos y nietos. Por “ese pacto insalvable con la soledad”, a la que fui convocado en esos días pandémicos y de la que habla García Márquez, cuando se refiere a la riqueza inconmensurable que tiene la vejez.
El encanto de ser abuelo. No tanto por sentirme viejo, el viejo que soy – lo que algunos necios estiman un estigma para discriminarnos – sino por vivenciar el infantil encanto de ser abuelo con la complacencia que la condición de padre no da. No se puede formular en meras palabras, es vivencia que hay que experimentar. El sentimiento es indescriptible. Si a los hijos se les ama, a los nietos se les adora.
Ser viejo y abuelo es el máximo galardón que uno puede alcanzar en la dura escuela de la vida; no hay especialidad, maestría ni doctorado que lo supere en dicha o en gozo.
Llegar a viejo es privilegio que, en la actual coyuntura, alcanza perfiles heroicos cuando la consigna de los que dirigen y gobiernan este mundo – hostil a la nobleza de las canas, – ha sido la de considerarnos un estorbo para sus desmesurados cálculos económicos y financieros.
Disfruto una bienaventurada longevidad con el acicate de aguardar cada día con desmedidas ganas de continuar siendo útil. Intento aprovechar el imprevisible tiempo que aún queda para ese pacto aplazado del encuentro conmigo mismo. Si las citas previstas en la agenda existencial, casi todas, se han cumplido. Sabedor que, en el definitivo viaje hacia el más allá, nada puedo llevar de equipaje.
Al publicar la historia de mi travesía hipocrática pretendo compartir el regocijo que me embarga por el médico que soy, por lo que he sido por lo que en el momento que tocaba hice, a sabiendas de que mi aventura médica, en sentido nerudiano, es fiel reflejo de la vivida por numerosa legión de colegas y, por la misma razón, encumbrados poetas consagrados al servicio de la humanidad.
El calendario no ha sido obstáculo para deleitarme en el ocio, de no tener nada que hacer, para dedicarme a la contemplación y meditación de las cosas del espíritu; ya Hobbes señalaba en el Leviatán que “El ocio es la madre de la filosofía”. Viajes, caminatas, conciertos, libros, encuentros familiares y con los amigos, obvio escribir ocupan una agenda en que todos los días, según mi esposa, son días de fiesta.
Advierto el peso triste de la tarde cuando cae y descubro, en cada crepúsculo, el inmenso vacío que han dejado los seres queridos que volaron, soñadores, a tierras lejanas y el eterno silencio de los que se fueron para siempre con su recuerdo incrustado en lo recóndito de mi ser.
Al fin de cuentas la soledad y el silencio son circunstancias propicias para recrearme en el encuentro grato con el mejor de los amigos: yo mismo y mi escondida poesía.
No hay un día en que, como un flashback, desfilen por mi memoria la imagen señera de Francisco y Esther, mis padres; la figura angelical de Silvana Helena mi hija y la de mi querida hermana Cristina. Así, también, la remembranza sentida de un sin número de parientes, amigos, compañeros, colegas que hicieron gratísima mi atajo existencial. Su imborrable recuerdo acrecienta la honda pena que, por su ausencia, acongoja en mi callado y bienhechor retiro. Al fin de cuentas la soledad y el silencio son circunstancias propicias para recrearme en el encuentro grato con el mejor de los amigos: yo mismo y mi escondida poesía.
Doy gracias a la vida al permitir, magnánima, distraiga en la saludable y placentera afición por las letras, en el arte de escribir que, sin duda, colma a plenitud mis años postreros.
Doy gracias a la vida que dispuso, mis pasos juveniles se encaminaran por los caminos del amor, del amor al hombre en la práctica de la ciencia médica. Colma de contento, al garrapatear estos recuerdos, el fraterno y humilde espíritu franciscano que inspiró la labor asistencial, al servicio del “hermano paciente”, de los enfermos puestos a mi cuidado durante intensos 45 años de ajetreo médico. Tengo razones suficientes para considerarme dichoso, afortunado, en verdad realizado, por el papel desempeñado en las diferentes instancias que la profesión me dio la oportunidad de ejercer.
Trayectoria profesional. Ufano de una trayectoria profesional desarrollada en base a méritos académicos e intelectuales; en ningún momento favorecido por otro tipo de intermediación, indispensable en nuestro país, para acceder a sitios de trabajo y alcanzar los objetivos para los cuales uno se ha preparado.
Beneplácito experimento por la voluntaria y caracterizada cuota de colaboración a la causa de la profesión, en diligente y combativa gestión gremial, como directivo de: Asociación Médica Sindical, Asmedas (Delegatario Nacional), Federación Médica Colombiana y su filial el Colegio Médico del Atlántico (Presidente); Academia Nacional de Medicina, Capítulo Atlántico (Presidente); Cuerpo Médico del Hospital General de Barranquilla (Presidente), Sociedad Colombiana de Anestesiología y Reanimación, Seccional Atlántico (Presidente) y Cooperativa Médica de la Costa, Coomedicosta (Presidente – Gerente).
“Ser Médico” es lo mejor que ha podido suceder en la vida. El orgullo como tal se agiganta, aún más, por la condición de anestesiólogo. De médico anestesiólogo perteneciente a la más sólida y sin igual comunidad médica que tiene el país, la Sociedad Colombiana de Anestesiología y Reanimación SCARE, que ha concedido el inmenso honor de reconocerme entre los “Pioneros e Ilustres de la Anestesiología en Colombia”; en semblanza que de mi hace el coautor de la obra y expresidente de la SCARE Bernardo Ocampo Trujillo, apunta: “La vida de este costeño raizal, comprometido con su región, con sus principios, con sus diferentes vocaciones no podría quedar inédita, se puede escudriñar con sumo deleite en abundantes artículos y libros publicados. Las obras reseñadas a lo largo de este texto así lo avalan y el contenido de ellas muestra no solo su prolijidad, sino su polifacética personalidad, su hondo y reflexivo pensamiento ético – filosófico… El recorrido por la vida y obra del Dr. Teobaldo Coronado Hurtado nos permiten reconocerlo como uno de los médicos ilustres de la anestesia en el departamento del Atlántico y de la Anestesiología Colombiana”.
Curioso, saco cuentas y son, al tanteo, veinte mil los estudiantes, profesionales de la salud hoy en día, que han pasado por mis cátedras de: Anestesiología, Farmacología, Ética Médica, Bioética, Historia de la Medicina y Liderazgo Médico; egresados de las Universidades Libre, Norte, San Martín y Simón Bolívar de la ciudad de Barranquilla; a quienes inculqué, entusiasmado, lo que encarna ser “buen médico” y ser “médico bueno”.
Sin ostentaciones queda, en cada uno, heredada, la impronta de mi huella magistral que ahora pretendo reseñar en este libro El arte de los dioses. Memorias de un Anestesiólogo, testimonio escrito de mi venturosa correría Hipocrática.
Título del libro. “Anaesthesia Deorum Ars – anestesia el arte de los dioses” – título que lleva el libro en la portada – es eslogan que el padre de la anestesiología colombiana doctor Juan Marín Osorio colocó sobre el glorioso escudo de nuestra asociación. Inspirado, en el aforismo hipocrático: “Divinum opus est, sedare dolorem”, obra divina es aliviar el dolor.
El doctor Marín es pionero de la anestesia en Colombia; fundador de la primera Escuela de anestesia en el país; fundador honorario único, de la Sociedad Colombiana de Anestesiología; editor de la primera publicación colombiana sobre Anestesia, “Sedare”. Jefe de Anestesia del Hospital Militar Central de Bogotá.
Agradecimientos. Pasado el tiempo he cavilado, conmovido y con inmensa gratitud, sobre la osadía de mi padre, Francisco Coronado Tesillo, dada la apurada condición económica de nuestra casa, al enviarme a estudiar fuera del terruño una carrera que, en aquellos tiempos, aun en los actuales, demandaba gran erogación monetaria sin la cual el esfuerzo o entusiasmo que uno tuviera podía sucumbir para engrosar la lista de desertores jóvenes universitarios.
Gratitud extensiva a mi madre buena, Esther Hurtado Charris, y a la comprensión generosa de mis hermanos, Julia, Cristina, Melanio, Marcia y Arsenia, puntales indiscutibles para el éxito definitivo de mi estancia universitaria.
Gratificado con la amorosa compañía de Helena Yamile Arana Porto, la hermosa mujer que Dios puso en mi camino para una andanza de casi seis décadas, desde el noviazgo cuando hacía quinto año de medicina. Con ella, siempre a mi lado, siento correr las horas y los días con la placidez del ermitaño que convive silencioso consigo mismo y el soporte anímico que otorga la paz de la conciencia.
Premiado por la gracia y enjundia de Mónica Cecilia (Arquitecto), Regina Esther (Médico), Juan Francisco (Ingeniero) y Silvana Helena, q. e. p. d, mis hijos queridos. De Diego, Antonia y Lucia, benditos nietos; soporte, todos ellos, a la natural fragilidad de los años, llenan de alegría, de perenne gozo mi alma con la agenda ganadora de sus vidas.
Al escribir estas memorias experimento el deber de manifestar sincero reconocimiento a tanta gente admirable, de instituciones hospitalarias y docentes que hicieron posible con su presencia, apoyo y estímulo el éxito definitivo de mi suceso docente – asistencial.
A los directivos que creyeron y depositaron su confianza; dieron la oportunidad de realizarme profesionalmente.
A colegas y amigos que en todo momento respaldaron, estuvieron presentes en las buenas y en las malas.
A compañeros de trabajo, en aulas y quirófanos, que soportaron y dieron espontáneo espaldarazo a mi labor. Comunicaron su saber para reforzar mis modestas capacidades.
A los inquietos estudiantes que incitaron a imitarlos en su ansiosa búsqueda de la ciencia y curiosidad sin límites por lo desconocido. De reaprender, junto con ellos, el maravilloso mundo de la medicina.
A los pacientes, en que me consagré con gran pasión y generosidad su servicio, procurándoles esperanza y ánimo. A quienes di todo mi querer y sapiencia para poder sentir la cristiana dicha de consolar a loque sufren.
🔅 Apartes de la introducción al libro