Como es costumbre, diciembre hace su entrada a fin de año. Llega sigiloso, con pasos humedecidos por la lluvia y la frente en alto, interiorizando los estados de ánimos que trae el tiempo, a veces grises, otras veces blancos, con soles tímidos y cabizbajos ante la locura y desarmonía del cambio climático. Por esta época se espera diciembre, el último de los meses, para el disfrute, la reflexión, el descanso, o el escepticismo de que todo seguirá igual. Suenan las notas de Brisas de diciembre, desde finales de noviembre, en la voz entusiasta y el baile contagioso de Moisés Ángulo, que exhibe en un video musical: Diciembre llegó, llegó con su ventolera mujeres/ Y la brisa está, está, que llena el mundo de placer…
Los ánimos crecen, elevándose hacia la cúspide de la alegría y el disfrute. Los tiempos de la fiesta se organizan: Las Velitas – en la costa – se prenden en la madrugada del ocho de diciembre, día de la Inmaculada Concepción; las Novenas de Navidad, nueve noches, en un acto de comunión e integración de familiares y vecinos, sin distingos de edades, noche tras noche, acompañan el itinerario del nacimiento de Jesús, en la Nochebuena. Todo termina en la Nochevieja, que proyecta sus últimos estertores en la metáfora de un muñeco viejo, quemado en un ritual de sanación y esperanza por el año venidero.
Llegado diciembre nadie se niega a las celebraciones. Creyentes y ateos festejan sin discriminación, sacan a relucir la empatía y el entusiasmo por un instante que vale la pena vivir. El abrazo se vuelve frecuente en la emoción de la fiesta, en una especie de tregua, donde las consecuencias de la adversidad nos empujan a los brazos de ese otro en un ejercicio de aceptación y reconocimiento de lo humano, deponiendo los rencores. Más allá del odio, la violencia y la guerra, está la expresión latente de una sensibilidad humana, que obliga a hacer a un lado las emociones destructivas.
Parafraseando a Jeremy Rifkin, en La Civilización empática, un veinticuatro de diciembre de 1914, en Flandes, Bélgica, ejércitos enemigos atrincherados uno frente a otro se acechaban. En medio de las fuerzas agazapadas, los cadáveres de ambos bandos, pudriéndose y un hedor de excrementos a la intemperie invadía el ambiente. Esa noche, sucedió algo extraordinario, los soldados alemanes prendieron velas en pequeños árboles de navidad y cantaron villancicos, uno de ellos, Noche de paz, y un cúmulo de canciones navideñas. Los soldados ingleses escuchaban atónitos y terminaron respondiendo con aplausos y cierto recelo. Se entusiasmaron y cantaron villancicos, que los alemanes aplaudieron. Esa noche, ambos bandos salieron de sus trincheras, estrecharon las manos, compartieron dulces y cigarrillos, se enseñaron fotos de la familia, hablaron de sus ciudades de orígenes, recordaron navidades pasadas y bromearon sobre el absurdo de la guerra. Enterraron a sus muertos y jugaron un partido de fútbol. Al final, se demuestra que diciembre no tiene religión ni ideología, sólo adeptos a la emoción de la fiesta y la ternura que buscan el sosiego espiritual de la paz.
La gente se toma las calles y las terrazas. Las familias prenden la fiesta de turno, sin fronteras. Se comparten tragos, bailes y comidas. Que linda la fiesta es/ en un ocho de diciembre/ Que linda la fiesta es/ en un ocho de diciembre/ al sonar del traquitraqui/, es el canto frecuente en las tradicionales fiestas decembrinas, Las Cuatro fiestas, en la voz de Diomedes Díaz. En medio de la alegría se amanece, se toma trago, se comparten emociones. Finalmente, el ocho de diciembre las calles duermen su desorden, unos durmiendo la pea y otros festejan la proeza de la resistencia etílica ante el asombro de abstemios y zanahorios.
El abrazo se vuelve frecuente en la emoción de la fiesta, en una especie de tregua, donde las consecuencias de la adversidad nos empujan a los brazos de ese otro en un ejercicio de aceptación y reconocimiento de lo humano, deponiendo los rencores. Más allá del odio, la violencia y la guerra, está la expresión latente de una sensibilidad humana, que obliga a hacer a un lado las emociones destructivas.
Las familias continúan su romería festiva en medio de la tregua que brinda el año escolar, las vacaciones laborales y el derecho a disfrutar del ocio. Todos se suman a esta carrera de la alegría. Las fronteras físicas y mentales desaparecen, con excepción de los que se resisten, muy parecidos al señor Scrooge, personaje avaro y despreciable, de Canción de Navidad, el cuento de Charles Dickens, cuya avaricia le cercena la posibilidad del disfrute familiar y social, convencido que el dinero y los negocios son lo mejor. ¿Que la navidad es una tontería, tío?, le cuestiona su sobrino, reclamándole después de desearle una Nochebuena feliz al viejo Scrooge.
Diciembre se espera con una dosis de ilusión. Las tristezas se renuevan para que surja la esperanza. Son otros los aires que circulan, y los pájaros veraniegos cruzan alegres sus aleteos fugaces, deteniéndose en las riberas de los ríos y saltando nerviosos sobre las aguas derramadas en la playa. Las esquinas se poblaban de reencuentros y se enriquecían con anécdotas de ausencia – cuando las esquinas eran un espacio feliz de seguridad –. Recuerdos decembrinos que nos traen evocaciones de trenzas largas, ojos alegres y mejillas ruborizadas. De unos pocos balcones mirando la vieja plaza de la memoria, que Meira Delmar, describe con sutileza, queriendo traer el pasado: Quiero salir a los balcones/ donde una niña se asomaba/ a ver llegar las golondrinas/ que con diciembre regresaban.
Además, es un tiempo para evocar a los que partieron para siempre. Si dejamos que la memoria nos invada y se obstine en retroceder hacia recuerdos significativos, brotan las anécdotas que marcaron los años de infancia y juventud, a veces con amargura.
Los sueños quebrantados por la inesperada muerte de Freddy, cuyos anhelos intuían metas con un orden lógico. Era el mejor arquero del barrio, con quince años y estatura de 1.80 metros, soñaba con representar al fútbol del Atlántico, jugar en el Junior y, ¿por qué no?, en la selección Colombia, esos eran sus planes. De reflejos rápidos y excelente visión periférica, infundía seguridad en los equipos. Una noche su estómago le jugó una mala pasada y no aguantó la cirugía. Años después concluimos que “la medicina no estaba tan avanzada”, y en la madrugada del ocho de diciembre nos consuela recordarle su eterna juventud, echando un trago a su nombre en cada ronda.
También evocamos a Rafelito, hombre de buen humor, diestro en la fabricación de juegos pirotécnicos, cuya muerte también nos afectó. Con escasos conocimientos de química mezclaba sustancias, convirtiéndolas en cargas explosivas de mucho colorido y potencia. Al llegar noviembre – éramos muy niños en esa época – nos contrataba informalmente en su microempresa y recibíamos una paga diaria o semanal por la elaboración de tiros, traqui – traqui, volcanes, velitas bengala, que se vendían en toda la región caribe. Haciendo caso omiso al riesgo que corría en el cuarto de explosivos, Rafelito, en un exceso de confianza se durmió en la hamaca y, desde las profundidades del sueño, sus dedos soltaron la colilla de cigarro, volando en mil pedazos una madrugada de agosto.
Pero la vida continúa y la música llega al espíritu y nos embarga una sensación de felicidad adonde quiera que vamos. La alegría se manifiesta en la radio, la tele, el pick up del barrio y en las voces de Brisas de diciembre, esparcidas por el viento: Diciembre llegó, llegó con su ventolera mujeres/ Y la brisa está, está, que llena el mundo de placer… Diciembre 7/2024.
ANGULO, Moisés. Canción, Brisas de diciembre.
RIFKIN, Jeremy. La civilización empática. Booket. México. 2022. Pág. 15 – 16.
DICKENS, Charles. Canción de navidad. Panamericana. Bogotá. D.C., Colombia. 2023. Pág. 17
Bueno para que hemos vivido esa época ya hemos perdido esa felicidad incontrolable para pasa una más pasiva llena de calma tranquilidad y valorando la vida y de los que nos acompañan para seguir disfrutando un año más de que hicimos y queremos lograr el próximo año y hoy es y mañana es el tiempo de las gracia el arrepintiendo a tra ves de varios deseos en cada vela de colores que colocamos en la madrugada del 8 donde entendemos la vida más que nos hace sabio sobre jóvenes de presente y para el mañana att: escuela de oro