La educación es un acto estrictamente humano, por eso debe ser afectiva y cognitiva, emocional y racional. En la educación no se deben reprimir los sentimientos, las emociones, los deseos, los sueños, en función de enarbolar una dictadura racionalista, pero tampoco debe faltar el rigor generado por la disciplina intelectual y la libertad del estudiante de elegir y ser. La idea de que el profesor debe desarrollar al estudiante es paradójicamente excluyente e insultante porque presupone que este no es lo que debe ser. Y este deber ser lo ha impuesto otra persona y no es una decisión del estudiante. Esta idea es excluyente en sus propios términos. La educación debe ser un acto de amistad, en el que ambos, profesor y estudiante, se aceptan tal y como son y no pretenden cambiarse uno al otro. La educación es un acto de amor, aceptación sin condiciones y consideración del estudiante, es mirarse en el rostro del otro. Educar es compartir, relacionarse, interactuar, amar. Educar no es instruir, ni capacitar, ni desarrollar. Si pensamos que educar es capacitar entonces estamos asumiendo que el estudiante no está capacitado, no tiene saber y es un ignorante. De esta manera, la educación se convierte en un acto que rechaza la condición del estudiante, lo desprecia al considerar que no sabe y que por tanto el docente le debe transmitir su saber. ¡Insultante!
Sería interesante y verdaderamente emancipador y reconfortante que el estudiante transite por los distintos niveles educativos de la escuela sin serlo. Es decir, sin ser un estudiante sino solo un ser humano, un ser vivo. Esto no implica que el estudiante tenga que dejar de aprender y el profesor tenga que dejar de enseñar. Estas categorías seguirán siendo muy valiosas para comprender el campo didáctico y formativo, pero debemos reconceptualizarlas. La enseñanza y el aprendizaje forman, son inmanentes a la vida humana. Sin aprendizaje no hay vida. Y sin vida no hay aprendizaje. Aprender es vivir, y vivir es aprender. Ahora bien, enseñar no es transmitir conocimientos, sino orientar el aprendizaje, y aprender no es asimilar o apropiarse de un conocimiento, sino reconfigurar modos de actuación a través del lenguaje.
En la escuela debemos aprender a escuchar, ese es el reto más grande que tiene un ser humano. La estrategia es escuchar para aprender de los demás, no encerrarnos en nuestras propias ideas, abrir nuestra mente a la escucha, la reflexión y el aprendizaje.
Los seres humanos somos conversacionales. La educación es un sistema conversacional. El éxito o fracaso de la educación está dado en la red dinámica de conversaciones. Dime cómo conversa el profesor con sus estudiantes y cómo conversan los estudiantes entre ellos y te diré que enfoque educativo subyace esa práctica. La educación es un proceso interactivo entre sujetos lingüísticos. La relación sujeto-sujeto caracteriza la actividad didáctica del profesor.
Cuando llegamos a las instituciones educativas lo primero que preguntamos está relacionado con las formas de conversación, sobre qué conversan, para qué; es decir, indagamos la estrategia, el contenido y las intenciones de las conversaciones y qué competencias conversacionales tienen los profesores y los estudiantes. Si los profesores logran penetrar la configuración de conversaciones de sus estudiantes lograrán transformaciones en sus desempeños.
La educación debería ser un espacio de conversación amena y apacible, un espacio para el diálogo entre iguales, un espacio donde seres humanos, estudiantes y profesores, hablan, comparten, discuten, valoran, debaten, argumentan, problematizan, e incluso, por qué no, ríen y lloran, se ponen tristes y son felices.
El concepto de competencias conversacionales es muy importante en esta mirada de la educación. Es importante estimular este tipo de competencias por cuanto nos dedicamos más a las competencias específicas, técnicas y funcionales, que no definen el proyecto de vida del estudiante. En cambio el cimiento epistémico para ello son las competencias conversacionales como la capacidad de escuchar, de juzgar (formular un juicio), cumplir un compromiso, callar, saber argumentar una idea, retroalimentar con reflexiones críticas o configurar espacios psíquicos emocionales que expandan la capacidad de amar.
Los seres humanos somos configuraciones lingüísticas. Somos una red de conversaciones, y a través del diálogo los estudiantes deben aprender a aprender y los profesores debemos aprender a enseñar. El estudiante no llega a la escuela sabiendo aprender, necesita una orientación para aprender. Es el profesor quien debe ofrecer dicha orientación y estimular el proceso de aprendizaje porque a aprender se aprende aprendiendo. La orientación de las acciones de aprendizaje se logra ofreciendo al estudiante procedimientos para el estudio y su actividad independiente.
La educación es un foro cultural. La educación debería ser un espacio de conversación amena y apacible, un espacio para el diálogo entre iguales, un espacio donde seres humanos, estudiantes y profesores, hablan, comparten, discuten, valoran, debaten, argumentan, problematizan, e incluso, por qué no, ríen y lloran, se ponen tristes y son felices. En la educación emergente se reconfiguran contenidos curriculares y códigos, de manera que los saberes disciplinares no son sólo conceptuales, sino que incluyen además, lo que es más importante, habilidades, valores, actitudes, afectos, emociones y sobre todo sentimientos humanos. En resumen, la educación debe ser alegre, dinámica, no debe ser aburridora ni tediosa. Este es un requisito indispensable para que el estudiante tenga una disposición psicológica positiva para el aprendizaje. La estimulación del interés y el deseo por aprender dependen en gran medida de la relación afectiva y motivacional que el estudiante establezca con el contenido y con el profesor. El humor es esencial en la educación, lo cual no significa que el éxito académico se logra solamente en la educación alegre en la que prolifere la risa, pero sí significa que en la educación apacible, amena y atractiva se neutraliza la pasividad, y el estado psicológico del estudiante transita a la actividad consciente, motivada y autorregulada, lo cual garantiza un aprendizaje auténtico y desarrollador.
La educación debe ser un puente, un viaducto, entre los deseos y necesidades de los estudiantes y las intencionalidades formativas del profesor. La educación debe lograr que emerja en los estudiantes el deseo de aprender, con el fin de hacer coincidir los intereses de ambos sujetos del proceso formativo, el profesor y los estudiantes. Estos tienen una intencionalidad que no siempre es coincidente con la intencionalidad de la escuela, y aunque es cierto que deben cumplir los propósitos establecidos, la educación debe desarrollarse a partir de las experiencias y ritmos de aprendizaje de los estudiantes, y sin soslayar sus estilos y estrategias, que los estudiantes utilizan según sus intereses y necesidades, que están determinadas por su voluntad.
No podemos pedirle al profesor cosas que éste no puede hacer, pero sí debemos exigirle humildad y profesionalismo, amor y ciencia. Esto no es trivial, tiene una alta significación, en el sentido en que el ser humano que somos, emerge de nuestras biopraxis cotidianas en el convivir que configuramos en los ambientes culturales y de aprendizaje que vivimos. De ahí que todas las experiencias que viven los estudiantes en su convivencia con el profesor permiten expandir el espacio bio-psíquico-cultural que los configura como seres humanos. No existe experiencia nula, toda experiencia forma. Lo que el profesor no puede dejar de hacer es dar cariño y ternura a sus estudiantes, escolarizar el amor y llevar a los estándares más altos los postulados y principios del currículo humanista.
Una educación excelente debería estar encaminada a colaborarles a los estudiantes en la toma de decisiones relacionadas con su proyecto de vida, para que estén en capacidad de elegir lo que desean llegar a ser y lo que son. La educación emergente reconoce que todos los estudiantes son diferentes, que no existen dos estudiantes que sientan, piensen o actúen de la misma manera y, por consiguiente, no existen dos estudiantes que aprendan de la misma manera. Este tipo de educación ayuda a que los estudiantes no intenten imitar a los demás, que sean menos como los otros y más como ellos mismos, configurando así su identidad autónoma y auténtica, única y especial. En la educación emergente el estudiante no es formado a partir de un estándar o molde previamente determinado, sino que se autoconfigura, porque aprende a indagar su propia personalidad, comprenderse a sí mismo, asignarle significado a sus experiencias y darle sentido a su vida. En este modelo el profesor es un mediador, y educa amando y conversando.