El Lago del Cisne

Wensel Valegas

Mañana conoceremos el Lago del Cisne, ha dicho el abuelo con entusiasmo. Ese entusiasmo nos contagia y Sofía salta de alegría sin saber qué es un lago. Entonces le pregunto para comprobar lo que digo: ¿sabes lo qué es un lago, Sofía? Realmente no, pero ese nombre de Lago del Cisne suena como a poesía, ¿no te parece? Bueno sí, le contesto. Te voy a explicar lo que es un lago, según el diccionario: “Un lago es un montón de agua dulce, bastante grande, grande y alejado, por lo general, del mar. Se forma por el agua de los ríos y las aguas que hay en el subsuelo”, eso dentro de lo poco que he leído, ha dicho Isaac a Sofía tomándola de la mano, que lo escucha con admiración. ¿Por qué sabes tanto de lagos? Porque he leído sobre ellos, no mucho, pero suficiente para explicarte, le dice Isaac mientras Sofía saborea un helado con avidez debido al calor que hace. ¿Alguna vez has visto un lago? Claro, en Los Países Bajos, el Veerplas, en la ciudad de Haarlem, es un lago artificial, tiene un poco más de veinte años, no es tan grande, la gente lo usa con fines recreativos. Mis padres me han llevado a pasear allá. En cambio, el lago Eemmeer es mucho más grande y se encuentra entre Utrech y Flevoland, en el centro de los Países Bajos. Sólo lo he visto por televisión en un documental que presentaron la semana pasada. Además, mis padres han prometido llevarme a conocer el Lago Michigan, en Estados Unidos, uno de los cinco lagos más grandes del mundo.

¿Cómo será el Lago del Cisne? Se pregunta Sofía en voz alta. ¿Acaso es un lago natural o artificial? Según tengo entendido está fuera de la ciudad y creo que es un lago natural.

Al día siguiente, dos de la tarde, el abuelo pasó por nosotros para ir a conocer el Lago del Cisne. Viajamos media hora en carro hacia la salida de la ciudad, buscando el mar. Tomamos la antigua carretera, según nos iba explicando él. En el ambiente soleado y caluroso se sentía el salitre del mar. La vegetación entre Barranquilla y Puerto Colombia se iba haciendo abundante. Antes de llegar a Salgar, a un costado derecho de la vía se detuvo el auto del abuelo.

Descendimos y bajamos por un camino que conducía hacia el Lago del Cisne. El abuelo tomándonos de la mano nos explicaba sobre los escasos pájaros que se cruzaban en el recorrido. Canarios fugaces de finos cantos, marías mulatas hambrientas explorando los nidos en las copas de los árboles, cotorras con una bulla intermitente, carpinteros picoteando los árboles secos, golondrinas cruzándose de un lado a otro tejiendo el espacio, en todos se notaba el desespero, el deseo de huida que solo el instinto automático decide.

Por fin estuvimos ante el Lago del Cisne. Abuelo, Isaac me dijo que un lago es una porción de agua y sólo veo un suelo de barro seco, lleno de grietas. El abuelo sin decir palabras miraba de un lado a otro como tratando de buscar una explicación satisfactoria. Jamás pensé que un lago podría secarse, dice Isaac, mirando al abuelo que se ha quedado sin palabras. “Abuelo, ¿dónde está el agua? ¿Quién se ha llevado el lago y hacia dónde? Pregunta Sofía, mientras mira con asombro la desolación que ha dejado la ausencia del agua. A mí me parece que así va a quedar la tierra algún día, esto tiene que ver con el cambio climático, reflexiona Isaac en voz alta.

Avisemos a la policía, que se robaron el lago, ha dicho Sofía ingenuamente y haciendo pucheros. “¡Lago del Cisne!, ¿dónde estás, dinos quién te ha hecho daño? Sólo el viento de una tarde de julio del año 2019 alcanza a contestar con una canción triste, llena de lamentos.

Entonces hay que decir que el Lago del Cisne es un lago de tierra, ¿no?, para que sea lago debe tener agua, entonces, ¿dónde está el agua, abuelo? El abuelo con la mirada perdida contempla cada grieta sobre el terreno lleno de surcos secos, mientras se agacha, acaricia los últimos vestigios de plantas que agonizan, observando el otro extremo del lago, donde se levantan suntuosas mansiones y edificios imponentes, sitiando lo que durante mucho tiempo fue un lago. Pensar que ayer había agua, árboles, pájaros, vida, todo se ha ido, ¿Adónde se ha ido todo? Pregunta Sofía al escuchar los murmullos del abuelo. O todo se lo han llevado, pero, ¿quién? ¿Acaso se lo robaron, abuelo?, ¿dónde pudieron habérselo llevado?, pregunta Isaac asombrado. Avisemos a la policía, que se robaron el lago, ha dicho Sofía ingenuamente y haciendo pucheros. “¡Lago del Cisne!, ¿dónde estás, dinos quién te ha hecho daño? Sólo el viento de una tarde de julio del año 2019 alcanza a contestar con una canción triste, llena de lamentos.

Vamos a preguntarle a los arroyos y los ríos vecinos a ver si saben algo. Si no saben entonces le preguntaremos al mar para ver si están enterados de la desaparición del lago, ha dicho Isaac en voz alta. Sí, si nadie responde entonces indagaremos con los colibríes, las ardillas, las serpientes, a ver si nos dan razón.

El abuelo sonríe de las ocurrencias de los nietos – su mirada oscila ante la cantidad de edificios que rodean el lago – y piensa que tal vez alguien malintencionado ha robado el agua, lo cual parece que es un secreto a Voz Populis; pero sólo lo piensa, no lo dice, para no tener que explicarles a los niños semejante exabrupto.

Hay un diálogo de sordos, donde se informa de la contaminación del lago por las aguas del arroyo León y las aguas que son mal tratadas; también se dice que las aguas no ingresan con los estándares de calidad; otros aseguran que los peces pueden consumirse sin riesgo para la salud; los estudiosos se refieren  a que el uso de algicidas para acabar con las algas son altamente tóxicos para los peces; el gobernador de esa época aseguró contundente que la superpoblación de peces del lago se equilibraría permitiendo la pesca de las especies – cuyo tamaño apenas alcanzaban entre quince y dieciocho centímetros –. Mientras el abuelo absorto en las contradicciones periodísticas y técnicas no descarta que la ONU, enterada del desmadre, a futuro pregone: “El lago era un desierto y lo llenamos con diez mil metros cúbicos de aguas que son tratadas”. Aun así, serían tantas las hipótesis que la pregunta de Isaac y Sofía, ¿Quién se robó el agua del Lago del Cisne?, jamás tendría la veracidad de una respuesta.

Anochece, la oscuridad del lago contrasta con las luces encendidas de las casas y los edificios que emergen desde la sombra de la otra orilla. El silencio es un animal de sueño profundo al vaivén de la brisa fresca que viene del mar. Las voces de los pájaros se han exiliado; los murmullos de la fauna nocturna no se escuchan, se extinguieron. Los dos niños caminan adelante, el abuelo detrás, regresan a la ciudad. Sobre la carretera, el crepúsculo brillante se mantiene firme como un gigante lleno de esperanza.

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