¡Envejecer amoroso!

Estoy cierta que el amor como capacidad humana es una palanca individual o política para la vida“. Sara Lovera.___________

En el Caribe, insular o continental, es amoroso contemplar el atardecer, cuando el sol deja una estela de luces de colores ante nuestras miradas marinas y fluviales. También nos asombra ver un arco iris a pleno mediodía. Evoco tales imágenes, a veces diarias u otras estacionales, al pensar cómo vivir al envejecer, cuando sobrepaso el umbral de los 70s años de edad y no me canso de celebrar con mis nietos, hijos, amores y amistades mis atardeceres vitales.

De las celebraciones recibí un mensaje o chat que lucía y decía: ¡Festeja, porque estas más bueno que nunca! Semejante cumplido o “piropo” hizo explosión, en los silencios y soledades del adulto mayor. El estallido emocional provocó que pensara que envejecer es: No perder la alegría y la bondad de vivir iluminado, como los atardeceres en el Mar Caribe. Y apareció el título de esta nota: envejecer amoroso. 

Entonces recordé que años atrás, en un evento pedagógico entrevisté al biólogo y filósofo chileno, Humberto Maturana, la “estrella” del programa académico. La corta entrevista se publicó en una revista de El Heraldo y la titularon con esta frase del chileno: “El ser humano nació amoroso“. El maestro anotó que amar es “una reflexión de la coherencia del vivir”. Precisando que “la biología de la madre en realidad es el fundamento del humano”. 

Frente a esas enseñanzas es oportuno, envejecer amorosamente, me pregunté. ¿Cómo? En búsqueda de respuestas a ambas afirmaciones: 1) “estas más bueno que nunca” y 2) “el ser humano nació amoroso“, me dedique a indagar en el soporte de tales expresiones. Una amiga, otra sabía. Pensé en el libro de Martha Nussbaum, “envejecer con sentido“, pero no lo encontré en la biblioteca submarina, seguro lo presté sin devolución. Huérfano de tal referencia seguí la aventura, celebrando el cumpleaños de mi nieto mayor, Jesús Mario.

De las celebraciones recibí un mensaje o chat que lucía y decía: ¡Festeja, porque estas más bueno que nunca! Semejante cumplido o “piropo” hizo explosión, en los silencios y soledades del adulto mayor.

No demore mucho en encontrar en las vitrinas de La Nacional, entre las novedades, el libro “ser humano, cómo nuestra biología ha moldeado la historia universal“(Debate), del investigador inglés Lewis Dartnell. Presumiendo que en la lectura de tales páginas encontraría las referencias que buscaba, lo compré e inicié su lectura entre postre de chocolate, cerveza y velas encendidas. Amén de un arroz amarillo con langostinos y palmito. Mar en el paladar.

En la introducción del libro, el profesor de Astrobiología dice: “Exploraremos cómo el amor romántico y la familia son una consecuencia de nuestra peculiar evolución”. Páginas más adelante precisas: “La evolución inventó el amor romántico para asegurar el compromiso de criar juntos a los hijos, pero solo durante el tiempo necesario para el éxito reproductivo”. La clave encontrada.

El libro dedica un capítulo a la familia, donde ilustra, con lenguaje sencillo, que en el vínculo de pareja “la identidad de la madre siempre está clara, pero la paternidad puede ser mucho más incierta“. Para rematar expresando: “Hoy en día, lo experimentamos en la emoción del amor romántico. Tanto en el hombre como en la mujer se segrega oxitócina durante el coito y sobre todo durante el orgasmo, por lo que el sexo contribuye primero a forjar y después a mantener el vínculo de pareja”.

Puedo decir que tanto Maturana como Dartnell coinciden en sus apreciaciones sobre el papel de la biologia del amor en la construcción, histórica, de la humanidad. Y resalto que ambos autores destacan la fundamental contribución de la madre, no sólo en la gestación del ser humano, sino en la consolidación de la familia, como institución de convivencia sana, desde la perspectiva del amor, como capacidad humana. 

El diario La Nación (Argentina) publicó la siguiente declaración de la profesora de la Universidad de Oregon, Sthephanie Cacioppo: “Cuando la red del amor se enciende, activa los centros de recompensa del cerebro, liberando una cascada de hormonas, neuroquímicos y opioides naturales, que nos hacen sentir alegría y también ayudan a nuestro cuerpo a sanar y a nuestra mente a lidiar con el dolor”. Evidentes los efectos del amor sano.

También el periódico global, El País (España) difundió la columna de la reportera Sara Lovera, titulada “enamorarse a los 70s“, en la que expresa: “Además dice la ciencia que enamorarse puede ser un antídoto a la depresión y la ansiedad, que en la tercera edad puede llevarte a la soledad y el aislamiento. Así que vamos a enamorarnos cada vez que ello convoque”.

La caza de las citas expuestas, a lo largo de esta nota, demuestran que envejecer no es perecer. Que, a la altura de los 70s, si hemos vivido amorosamente, podemos “estar más bueno que nunca“, frase que es toda una invitación a seguir comprendiendo que la vida sana, la propia o la ajena, es una ruta para andar alegremente. Que al envejecer podemos ser “tan bueno” como un atardecer caribe: pleno de luz, color y sabor. Eso es, no lo dudo, el envejecer amoroso. 

La próxima: La intimidad pública.

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