Escritor secreto

Gaspar Emilio Hernández Caamaño.

“Empece a escribir CARTAS DE AMOR a mis compañeros del “Leoncio Prado” que me pagaban con cigarrillos”. Mario Vargas Llosa._____________

De bachiller quise estudiar literatura y poesía, pero Ma. Caamaño me disuadió con aquella dura sentencia: “Gasparcito, te vas a morir de hambre!”. Pensionado, por vejez, con el “corrientazo” seguro, pensé cursar una Maestría en Literatura, preparé el proyecto para postularme, pero desistí. Decidí que los “Gabos” de la matricula los invertiría en libros y me aislaría a leer y a escribir. Es lo que hago hace unos meses: duermo leyendo las novedades que compró en “La Nacional”, despuntando la mesada y escribiendo columnas de opinión para portales digitales de colegas amigos, demandas, denuncias, conceptos legales y alegaciones judiciales. No abandoné aquel sueño adolescente, tampoco he pasado físico “filo”. Es decir, me he alimentado a punta de letras, de palabras: o leyéndolas o escribiéndolas, sin haber estudiado esa disciplina: la literatura.

Soy, debo decirlo, un escritor secreto. Secreto en el sentido que no todo lo escrito y lo que escribo portan mis nombres y apellidos. En ejercicio de ese oficio: leer y escribir, me he ganado la vida. Una vida buena. Decente que me permite gozar los 69s y seguir leyendo y escribiendo sin conocer censura o rechazo a mis textos, tanto legales como periodísticos y de otra índole. Esa historia es la que me lleva a auto-declararme: escritor secreto. Más no clandestino. Clandestinos son los amores, pero esos son asuntos de la novela que es la vida. No soy novelista, sino poeta, como le dijo mi nieto a The Miss del Liceo, donde hace goles y escribe mensajes de amor a su mamá.

En el oficio de escribir me inicié al despuntar la adolescencia, que aún disfruto mentalmente, siendo el secretario perpetuo de Ma. Caamaño, cuando ella, mi madre, fue dirigente en la Junta de Acción Comunal de “El Santuario”. Luchó por darle al barrio: escuela pública, puesto de salud, asfalto a las calles, servicios públicos de agua potable, alcantarillado, alumbrado y telefonía. El aseo lo prestaban vecinos conduciendo “vehículos de tracción animal”. Además, convertía nuestra casa en consultorio médico y odontológico y de encuentro de las Juventudes Liberales. Cada solicitud suya a las autoridades de la Alcaldía llevaba su rúbrica y la redacción del “tinterillo” juvenil de su hijo mayor. Toda petición comunal sé logró. El Santuario de tugurio pasó a ser un barrio decente.

Recuerdo que para entonces leía frugalmente a Neruda. Y escribí mi primera carta de amor, dirigida a una japonecita de la cual mi hermano menor, Reynaldo José, estaba enamorado. El padre de la niña descubrió la hoja de cuaderno rayado donde estaba consignada aquella declaración de amor y furioso, como un rayo, llegó a casa con la niña tomada de la mano para entregarla “al señor de la carta“, cuyo papel blandía como una espada, como evidencia irrefutable. Gritando decía: “aquí se la dejó para que la vistan y alimenten!!“. La Caamaño debió aclararle que el descubierto enamorado era un niño. No un varón adulto. Furibundo el señor sé regreso. A Reinaldo, por precaución materna, lo exportador a Sincelejo, a donde unas parientes que hacían el mejor “mote de queso” de los alrededores de la Plaza de Majagual. Del autor del mensaje de amor esquivo nunca se habló. Fue un secreto que mi madre se reservó. Cómplice ella como toda mamá.

Lector de poesía y de la teoría teatral del poeta alemán B. Brecht monté, con versos de César Vallejo y Jorge Gaitán Duran, unas escenas con estudiantes del colegio “Carlos M. Palacio” de la Universidad Libre, entre ellos el hoy prestigioso médico-acunpuntúrista Dr. Francisco “Pacho” Fadul. Luego de los ensayos conversábamos en una tienda contigua a la funeraria “Siglo XX”- la que recogía los cadáveres N.N. de toda Barranquilla y sus alrededores, siempre estaba repleta de dolientes-. Allí actores y actrices me pedían les redactara mensajes de amor a sus musas soñadas. Por cada texto, ellos y ellas pagaban “los tintos” consumidos. Así fui asumiendo la condición de bohemio, con un clavel rojo en el bolsillo de la camisa limpia y azul marinero, sólo hablando de poesía y teatro. Había sido actor de la obra “la autopsia” de E. Buenaventura. Eran los años 70s del siglo pasado. 

Con el grupo de teatro de la Facultad de Arquitectura de la Universidad del Atlántico -para entonces, la mejor de Colombia– hicimos un montaje colectivo de “la casa grande” de Cepeda Samudio. Colaboré en la redacción del libreto de adaptación de la dramática obra literaria sobre la matanza en la Plaza de Ciénaga (Magdalena), en la histórica huelga de las bananeras del 28. En UniAtlántico, la de “20 de julio”, donde me matricularon por un poema al cadáver de “El Che” Guevara, publicado en la revista de la Casa de Cultura de Valledupar, editamos una revista, “punto y aparte“, en mimeógrafo, donde publicamos a escritores famosos, en el medio, como Guillermo Tedio, José Luis Hereyra, Martiniano Acosta, Ariel Castillo y otros estudiantes y profesores de Idiomas y Literatura, otro programa de prestigio académico del Alma Mater, que hoy con gran cobertura y Ciudadela Universitaria no ha recuperado aquel prestigio intelectual que la hizo brillar en “20 de Julio”. Era nuestra universidad. Hoy, una más.

“Cualquier hombre que se lleve una guía sobre sexo a la cama, está llamado a la frigidez. Bailar, mantener relaciones sexuales, escribir una novela…son todos procesos vivos que producen pensamientos rápidos, emociones que provocan más pensamientos rápidos, y así sucesivamente”(ver pág 182).

Desde los tiempos de estudiante en Uniatlántico fuí columnista en la página editorial de El Heraldo, por invitación del director, hoy emerito, Juan B. Fernández R quien había regresado de Santiago de Chile, donde realizó una gran gestión diplomática frente al Golpe Militar del General Pinochet. Él publicó mi poema “tres pablos: muertos tremendamente vivos” en la página social del diario que leía mi abuela Ma. Isabel. Poema que había entregado a mi profesor de Economía, Manfred Peter, para entonces rector del colegio Alemán, que lo publicó en el anuario de donde lo leyó y tomó Juan B presentándolo con una buena nota. Por la poesía ingresé al periodismo de opinión, sin otro acicate que escribir libremente de lo que leo y pienso. No tanto de lo que vivo. Mi vida pública ha sido escrutada y reseñada. la secreta me pertenece.

Entonces, he escrito o mejor sigo escribiendo, como autor innombrable o anónimo, desde cartas de amor adolescente hasta explicaciones no pedida a amantes abandonados; desde ponencias para debates en la plenaria del Senado de la República y prólogos para libros exclusivos; tesis de pre y/o postgrados, fallos para jueces extraviado y hasta de Tribunales. Ponencias para Congresos nacionales e internacionales; proyectos de grado y uno que otro poemas de amor en búsqueda de “lo que no se me ha perdido”. Pero ahora todo lo que redacto sin mi rúbrica lo cobro pues esos ingresos alimentan los regalos del abuelo a cada uno de los nietos que son mis grandes amores privados. Entre uno de ellos tengo un crítico literario. 

Cuando tuve concebida esta declaración, libre y espontánea, sobre el amor a un oficio que me ha permitido “no morir de hambre“, aunque si de amor no correspondido -las damas temen a los poetas musulmanes por aquello de los harenes occidentales-, me compré el libro “cómo piensan los escritores. Técnicas, manías y miedos de los grandes autores”(Blackie Books) de Richard Cohen, sobre el que the wall street journal ha dicho: “Un libro lleno de amor por la literatura. Te provoca unas ganas irrefrenables de leer y de escribir”. Y su lectura en la aurora me ha confirmado que soy un amante coqueto de la palabra escrita. Así que deseo escribir una novela que solo leerá mi lectora preferida. ¿Cuál de tantas será?

Del libro “cómo piensan los escritores” he decidido, para concluir estas meditaciones de abuelo, tomar las siguientes líneas que Cohen tomó de Ray Bradbury:

Foto: Gaspar Hernández Caamaño

“Cualquier hombre que se lleve una guía sobre sexo a la cama, está llamado a la frigidez. Bailar, mantener relaciones sexuales, escribir una novela…son todos procesos vivos que producen pensamientos rápidos, emociones que provocan más pensamientos rápidos, y así sucesivamente”(ver pág 182).

Escribo sin manual y sin haber estudiado el oficio. Solo cuando las musas lo anuncian con el picar de un colibrí. Casi siempre al alba. FELIZ NAVIDAD.

La próxima: Literatura latinoamericana y la fantástica realidad que vivimos.

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