Extremismos insulsos

Columna de Opinión Dinier Sandoval

En días pasados vivimos como ciudadano un hecho de intolerancia política y de extremismo ideológico por parte de quienes todavía no entienden y no aceptan que nuestro país, al amparo de nuestra constitución política debe respetarse el principio de pluralismo ideológico como corresponde en toda democracia moderna.

Esta es la breve narración

  En una cordial reunión entre una colega y el suscrito, conversábamos aspectos comunes y prácticos sobre la dura batalla del ejercicio profesional del derecho, en momentos que se vive la pandemia e imperaba la digitalización de la justicia. Hasta ese momento existía un diálogo de respeto a las ideas.

Lo inesperado

   De pronto de manera abrupta, se acercó una encopetada señora con gran carterona a saludar a mi contertulia, y en breves minutos de diálogo entre ambas, fui presentado a conocerla, con un cruce de miradas de satisfacción entre ambos. Hasta ahí, las cosas parecían de lo más normal; otros minutos después, se le invito compartir mesa, y como suele ocurrir en este tipo de situaciones, y para brindar la oportunidad a nuestra nueva invitada que formará parte de un nuevo diálogo, optamos de consuno entre mí colega y el suscrito, omitir el tema que hasta ese momento tratábamos con amplia cordialidad, para abrirle paso a la nueva cortetulia.

Este episodio personal, nos lleva a la reflexión. que no hemos superado en tiempos modernos el “azote del odio”, pese a existir una constitución política que estableció el principio del pluralismo ideológico, el respeto a la libertad de pensamiento y la libre expresión. Por el contrario, imperan los fundamentalismos ideológicos contra el respeto al pensamiento ajeno…

Se le ocurrió a nuestra invitada entrar a opinar de sopetón, sobre las preferencias en las candidaturas presidenciales, que por estos momentos resulta un tema obligado para muchos, indicando sus inclinaciones por el candidato presidencial Federico Gutiérrez, posición respetable, por quienes en la madurez política entendemos que no todos los ciudadanos deban coincidir con nuestras creencias ideológicas.

Para justificar sus inclinaciones al citado candidato presidencial, nuestra invitada adujo unas razones que poco convencieron al suscrito y mi colega, sin embargo en respeto a las consideraciones expuestas, la escuchamos con mucha atención.

La de Troya

Una vez hizo pausa a su palabra, preguntó al suscrito de manera optimista, que si me encontraba identificado con su línea política en la disputa presidencial. Frente al desafío de la pregunta, le indique sin titubear, que yo me encontraba en la posición contraria. Me detuve a explicarle que “por convicción política había decidido en voz alta anunciar mis inclinaciones por el candidato Gustavo Petro. A lo anterior, le agregué, que no me movía ninguna afinidad ideológica, económica o de otro tipo, para acompañar al “juvenil” Fico Gutiérrez como lo presenta su campaña presidencial”. Perpleja y un tanto desencajada al escuchar mis comentarios, no escatime ningún esfuerzo para rematar mi perorata, indicándole que la “lucha presidencial se trenzada entre un candidato que defendía los viejos privilegios y otro que enarbolaba las banderas de la reivindicación de los derechos humanos, como en efecto lo propone nuestro candidato.”

 Esto colmo de extrema ira a nuestra invitada, al punto que en una soberbia no propia de quienes viven en democracia, se fue lanza en ristre contra el suscrito, al indicarme que “apoyar al comunismo que propone Petro es un sacrilegio y no querer a Colombia, porque se apoyaría a un ser humano totalmente ateo”.

Para finalizar con una conversación llena de rabia por parte de la señora citada, decidí esgrimirle mis últimas razones, cuando le remataba, “que la historia universal ha demostrado, que los políticos que se pavoneaban de creyentes en dios, eran los que menos cumplían los mandamientos de la iglesia católica, ya que no cumplían textualmente “amar al prójimo”, sino totalmente lo contrario en buscar su bienestar. Furiosa se levantó y continúo su marcha a otro destino al escuchar unas razones diferentes a la suya, con un frío despido.

  Así como esta señora, ciudadana anónima de la política colombiana, abundan intolerantes por doquier, que no aceptan el pluralismo ideológico y pretenden imponer su pensamiento sin otorgar el derecho a disentir.

  Este episodio personal, nos lleva a la reflexión. que no hemos superado en tiempos modernos el “azote del odio”, pese a existir una constitución política que estableció el principio del pluralismo ideológico, el respeto a la libertad de pensamiento y la libre expresión. Por el contrario, imperan los fundamentalismos ideológicos contra el respeto al pensamiento ajeno, lo que diariamente se arrecian a través de extremismos insulsos que pretenden terminar la poca democracia que tenemos los colombianos.

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