…la válida la única
nostalgia es de tu piel.
Nostalgia. M. Benedetti
1.
Esa sensación de que algo nos falta y con los días comprendemos con certeza que le duele a uno hasta la medula. Eso que se originó en la psiquis convulsiva a partir de pensamientos y sentimientos, enroscándose en la intangibilidad de la memoria y esparciéndose por la biología, hasta mostrarnos ante el mundo como seres que deambulamos por inercia, como robots escépticos desprovistos de cualquier emoción. Esa sensación que deja la ausencia o las ausencias del mundo más cercano que se nos permite vivir; esa huella cautiva y dolorosa anquilosada en los recuerdos; aquellos derroteros manifiestos que un día nos permitieron transitar por la felicidad que siempre buscábamos a ciega e inconsciente; esas historias que de vez en cuando aparecen con el permiso de los estados de ánimo y nos exaltan la alegría y el optimismo, y otras veces nos acongojan con intermitentes depresiones.
¿Qué es la ausencia? ¿Acaso es la ausencia de ser? ¿La partida sin regreso? ¿El paciente y anhelado regreso a que nos somete la espera? ¿Es el adiós de la risa, de las palabras sin sonidos, del abrazo que duele, de la mirada que interroga? ¿Acaso podría llamarse ausencia a la distancia global que nos separa y la imagen virtual que nos acerca en un divertimento de la tecnología que nos mitiga la angustia del desprendimiento?
Hablar de la ausencia o de las ausencias obligatoriamente hay que decir que es un acto estrictamente doloroso, circunscrito en la intensidad de los apegos, en las cercanías de los olores, en el sonido particular de las palabras al interior de la conciencia.
2.
Es de madrugada. La noche suspira en sus últimos estertores. Desafiando la oscuridad todavía, el hombre sale con su perro en el paseo matinal. De vez en cuando tira de la soga para controlar el ímpetu mañanero del animal. He observado ese temprano paseo con frecuencia, durante más de un año. No soporta la idea de salir solo, sólo lo hace con el animal. Tampoco dejaría salir solo al perro. Le aterra la ausencia del animal algún día. Preferiría no salir más. Le queda la duda de si el perro sentiría lo mismo si algún día el ausente es él.
3.
Si supieras cuanta falta me hace tu alegría. Esa alegría que me diste a cuentagotas pero que nunca lograste rebasar porque el destino se encaprichó contigo y de manera injusta te arrancó de mi lado. Era un niño cuando te fuiste, no me diste la oportunidad de ser hombre a tu lado. Si nos hubieses abandonado por voluntad propia, seguro que ni te odiaría, simplemente me serías indiferente. Pero no fue así, la muerte te arrancó de mi lado, en contra de tu voluntad. Todavía lloro tu pérdida y soporto tu ausencia con los saldos de alegría que me dejaste, papá.
4.
Esa mirada tuya que me escruta, que siempre me interrogó, que nunca dejó de buscarme en cada camino que tomé. Esa mirada tuya inquisitiva, llena de silencios, hablándome en la alegría y en el dolor. Esa mirada tuya en la cual naufragué antes de ser consciente de quién eras y con el paso del tiempo se fue metiendo en mi conciencia. Pero fue una manera de naufragar maravillosa porque me dejé llevar igual a como lo hacen las olas del mar con el nadador que flota a la deriva, lleno de confianza. Con esa mirada crecí ayudándote en el trabajo desde muy niño; con esa mirada hurgabas mi mirada para saber si te mentía o no; con esa mirada, amorosa a tu manera, masajeabas mi cuerpo con yerbas y pomadas medicinales. Cómo olvidar la mirada que me estrujaba de pies a cabeza, metiéndose en mi conciencia, escrutando lo que había en mi memoria.
Si supieras cuanta falta me hace tu alegría. Esa alegría que me diste a cuentagotas pero que nunca lograste rebasar porque el destino se encaprichó contigo y de manera injusta te arrancó de mi lado. Era un niño cuando te fuiste, no me diste la oportunidad de ser hombre a tu lado.
Recuerdo tu mirada directa, fuerte, analfabeta de las letras, pero sabia en las experiencias de la vida. Te veo frente a mí, sin saber leer ni escribir, pero con la convicción responsable de ayudarme a hacer las tareas escolares. “Hacer las tareas escolares”, es una forma de decir. Nunca me hiciste una tarea, pero ahí estabas frente a mí, y la mirada puesta en cada gesto que hacía. No hacían faltas tus palabras. Me bastaba tu mirada, con ella me preguntabas, merodeabas mis deberes con intuición y yo sólo te respondía, ya terminé la tarea. Continuaba con un dibujo, un plegable, unas operaciones matemáticas. Esa vigilancia era tu manera de ayudarme. Alguna vez pude haberte engañado, pero esa mirada tuya superaba cualquier analfabetismo. Esa mirada donde confluían la severidad, la autoridad, el acompañamiento, el apoyo incondicional para todo lo que fuera estudio, no la podré olvidar jamás.
El día que te fuiste para siempre de mi vida, apretaste mi mano con fuerza. Tus manos estaban ya casi frías. Me miraste por última vez desde esa lejanía y entonces lloré como nunca lo había hecho ante ti, mamá. Los rasgos de tu mirada están intactos en mi memoria, es el más bello recuerdo que me dejó tu ausencia.
5.
No recuerdas lo que pasó ese día porque la euforia del sueño americano te nublaba todo sentimiento de nostalgia. La mano de papá agarraba mi mano para que no me perdiera en el viejo aeropuerto de Soledad. El barrio te despidió con bombos y platillos, tus amigos te brindaban un trago o una cerveza en la sala de espera, dando la impresión que todos viajábamos contigo. Los pasajeros en tránsito hacia otros países nos miraban extrañados y divertidos, sobre todo los gringos. Tu vuelo fue anunciado y la puerta de inmigración se cerró, subimos a la azotea para ver el avión. Decíamos adiós sin saber qué ventanilla te tocó. Allí en la soledad del asiento del avión, desde tu ausencia, veías como festejábamos tu ausencia. Mamá lloraba tu exilio voluntario, papá espantaba una lágrima impertinente con una mano mientras la otra me tomaba con fuerza. Te acuerdas, él, que decía, “los hombres no lloran”. Lloré tu ausencia y recordé que al día siguiente era lunes, día de colegio, y no había hecho la tarea de matemática, esa que prometiste explicarme, pero la premura del viaje no te dejó.
6.
Me mortifica saber que las ausencias hacen evidente la soledad que me acongoja, o cuando mis nietos me pellizcan para ver si estoy vivo o muerto durante la siesta.
7.
Cuando despertó, el niño miró la calle y se sintió triste. No bailaría su trompo como antes, tampoco jugará a la pelota ni caminará por su calle, que ha cambiado de piel. Su calle de juego, tranquila, íntima, fue embadurnada de cemento por orden del concejo municipal. Ahora tendrá que cambiar sus hábitos lúdico – motrices y ajustar la técnica a nuevos estereotipos corporales. La fuerza para lanzar el trompo no será la misma, nuevas sensibilidades aparecerán; sus pies descalzos acostumbrados a la arena no soportarán el pavimento caliente y terminarán domesticados bajo el abrazo del zapato; quedaron sepultados bajo el concreto los surcos de arena dibujados para jugar la peregrina o la rayuela. La raya y el hoyito para jugar la bola de uñita – canica dicen los franceses –desaparecieron para siempre de la faz de la tierra. La infancia de la calle fue arrasada por la modernización. Se volvió rápida con automóviles que iban y venían. Desde ese día, los niños, desde sus ventanas, evocaron con tristeza la ausencia de los juegos perdidos.
8.
Albert Camus en las primeras páginas de La Peste se refiere a la ciudad donde vive: “la ciudad de Oran no vale la pena vivirla, es una ciudad sin palomas…”. ¿Es el Municipio de Soledad un espacio de convivencia social?, ¿cuál es la cara que le muestra al visitante?, ¿acaso Soledad es un municipio educativo para el transeúnte, turista, parroquiano común y corriente? ¿Qué se ha hecho para que sea más agradable? ¿Cuál es su estética y encanto, sumergidos en la pobreza de los barrios, iglesia, casa y calles? ¿Quiénes están pensando al municipio, o por qué dejamos que nos piensen? ¿Dónde está la Soledad de cuarenta años atrás? ¿Acaso podría hablarse de una Soledad paranoica en la actualidad? ¿Qué se hicieron las épocas de caminatas tranquilas por nuestro terruño sin temor a las sombras oscuras de la noche? ¿Dónde están aquellas madrugadas despreocupadas del miedo en medio de la alegría y las fiestas? ¿Qué fue de aquellos partidos de bola de trapo? ¿Desde cuándo desaparecieron aquellas peleas a puño limpio en medio de la emoción del juego y el abrazo sincero después de la competencia como un ejercicio de perdón y olvido sin ninguna reparación? ¿En qué momento al municipio se delegó a los caprichos de extraños y advenedizos? ¿A qué hora se jodió Soledad? ¿Acaso es preferible callar y quedarse con la Soledad ausente que habita en la memoria?, ¿Qué piensan los viejos y nuevos políticos de esta Soledad que dista mucho de ser ciudad y, qué reflexiones les deja el tránsito día a día por las calles destapadas, la explosión demográfica, la inseguridad, la pérdida de la identidad, la memoria cultural y la antigua biblioteca Melchor Caro, con las puertas cerradas a los potenciales lectores que desean viajar y conocer el mundo a través de los libros? Los soledeños tenemos que llenarnos del optimismo de Melchor Caro; sin embargo, ¿acaso no lo cantamos en la escuela? El orgullo a muchos les impide postrarse de hinojos.
Y vio que era buena la tierra anhelada
y al ver por doquiera la paz exclamó
¡Soledad amada, yo a ti te bendigo!
y puesto de hinojo la tierra besó.