Todos, de diferente manera, cargamos a cuestas un ¡problema filosófico! Con una problemática, siempre presente, por resolver; en cuanto nuestros deseos y aspiraciones no se colman con los logros alcanzados, las pretensiones no tienen limite, el inconformismo nos agobia y estresa.
Un problema que no es abstracto, como al parecer de algunos es el lenguaje de la filosofía, con una terminología confusa, rica en palabras indescifrables, solo comprensibles por aquellos que rumian su vanidad dialéctica en los estrechos y cerrados conversatorios de los claustros académicos, “muy lejos de los mortales”. El filósofo español, Fernando Savater, para poner un ejemplo, con el estilo sencillo y claro de su escritura nos ha enseñado como se puede filosofar “muy cerca de los mortales”. Ética para Amador y Política para Amador, dos textos de su vasta obra, ponía de lectura a los estudiantes de medicina de la Universidad Libre, para su reflexión crítica.
El problema filosófico que todos, y cada uno de nosotros, debe enfrentar; esta ahí, es palpitante, visceral; tiene que ver con la vida, con mi vida, sobre lo que yo quiero hacer con ella y, los demás, también como aspiración comunitaria.
La vida no es un simple concepto, una idea y mucho menos un objeto, una cosa. El vivir no es algo abstracto. El vivir es ser, es hacer presencia, tener un comportamiento, es ser razonable y consciente, es comunión con los otros, es ser social. En esto reside el asunto a satisfacer, un problema que oscila entre la realidad que nos rodea como experiencia para lograr la realización colectiva y la verdad, sobre el sentido que debo dar a mi vida, para construir mi propia historia como autorrealización personal.
Es dentro del marco conceptual de una filosofía práctica, de la vida del alma según Aristóteles, como logramos responder a los cuestionamientos inherentes a una autentica filosofía de la vida, en sus diversos contextos, llámese: filosofía moral, filosofía social, filosofía política, filosofía de las ciencias, filosofía del derecho, filosofía de la historia y de la misma Bioética. Es a través de estas ramificaciones como podemos encontrar un verdadero acercamiento a las demás ciencias humanas, la estrategia interdisciplinaria para solucionar la crisis existencial de cada uno y, en general, la crisis social, la crisis política, la crisis de la familia, la crisis de la educación, la crisis de la salud y sobre todo la galopante crisis moral manifiesta en el deplorable fenómeno de la corrupción que carcome los cimientos de nuestra institucionalidad.
“El respeto a la vida”, principio central de la Bioética, debe conducirnos a la consolidación de unas ideas que reafirmen la creencia por la conquista de una buena vida, por el bienestar de todos. De una calidad de vida, reflejo fiel de su valor sagrado, demostrativo en la realidad fáctica de que la vida es un don, es preciosa.
Teobaldo Coronado
Está en juego nada más, ni nada menos que la subsistencia, primero, para garantizar, sentar las bases de la supervivencia. El mayor interés es por la supervivencia de nuestra sociedad, de las generaciones futuras. Por el respeto a la vida de todos, porque no nos maten, porque no nos roben la esperanza.
“El respeto a la vida”, principio central de la Bioética, debe conducirnos a la consolidación de unas ideas que reafirmen la creencia por la conquista de una buena vida, por el bienestar de todos. De una calidad de vida, reflejo fiel de su valor sagrado, demostrativo en la realidad fáctica de que la vida es un don, es preciosa.
La bioética se preocupa por el camino correcto de la ciencia, el rumbo justo y cierto de las políticas estatales y la suerte feliz de la humanidad. Vislumbra con optimismo un planeta tierra amable para todos, en el que valga la pena no solo vivir, sino vivir dignamente.
Parodiando a Voltaire cuando afirmaba que “la medicina es un asunto tan serio para dejárselo solo a los médicos” me atrevo a decir que “la filosofía es un asunto demasiado serio para dejarlo solo a los filósofos”. Si educadores, periodistas, ingenieros, abogados, economistas, políticos, profesionales de la salud, dirigentes, empresarios, etc., recurren ávidos de aprender a la fuente bendita de la sabiduría, que es la filosofía, podemos tener la certeza de que allí en la profundidad de su saber encontraremos un recurso extraordinario para perfeccionar nuestro ser, pensar y hacer como profesionales y como personas, individual y colectivamente. Alcanzaremos la dimensión humanística necesaria para no solo comprender, sino transformar este mundo frívolo y, al tiempo, violento que nos ha tocado en suerte para vivir.
Por “instinto de supervivencia”, emanado de la conciencia ética que tenemos por el cuidado de la vida, reconocemos la vulnerabilidad, condición finita de nuestra naturaleza para procurar una existencia moderada, libre de excesos, dentro del término medio aristotélico que caracteriza al hombre prudente. “Si la disposición a producir acompañada de la regla se denomina arte, la disposición para actuar acompañada de la regla se denomina prudencia”, advierte el estagirita.
Según Seneca “El que es prudente es moderado; el que es moderado es constante; el que es constante es imperturbable; el que es imperturbable vive sin tristeza; el que vive sin tristeza es feliz; luego el prudente es feliz”.
A pesar de las dificultades no podemos bajar la guardia para no desfallecer en el empeño de alcanzar una “vida buena”, de acercarnos a la bendita felicidad, con el fruto de nuestro trabajo honesto, al servicio de la gente. “Decir siempre si, cuando se trata de servir”, fue consigna aprendida en mi paso por el colegio franciscano del barrio Las Delicias, de la ciudad en donde nací: Barranquilla.