Lo sagrado en una época de secularización

Doctor Teo

Gran enseñanza que la ilustración dejó a los hombres radica en que podían confiar en su propia razón, como guía, para establecer criterios de valor ético; que no necesitaban de ninguna revelación u otra normatividad de orden religioso que los llevara a una heteronomía moral para saber lo que es bueno y lo que es malo. El mundo secular es tal vez el producto más importante de la modernidad.

El problema sin resolver de los que consideran la actitud hacia lo sagrado como una trivialidad o una <<actitud infantil>> es que históricamente no la han hecho sucumbir tras intensas campañas realizadas, con tal fin,  por ideólogos, políticos, filósofos y científicos. Empeñados en desaparecer la necesidad de vivir dentro de una cosmovisión religiosa.

Es tal la certeza de una estructura religiosa intrínseca a la naturaleza humana que si desaparecieran todas las religiones establecidas con sus prescripciones y ritos la religiosidad continuaría con formas nuevas, diferentes y renovadas a través de manifestaciones aparentemente profanas o secularizadas.

En medio de la fuerte desacralización de las instituciones y la sociedad, del desprestigio de las religiones, de la apatía hacia lo sagrado en los medios cultos e intelectualizados, del predominio del imperio de la razón sobre el de la fe, del avasallador empuje de la tecnología y de la ciencia que juega a hacer el papel de Dios, de haber sido declarada la muerte de Dios; la religión subsiste. “Hay algo eterno en la religión que está destinada a sobrevivir a todos los símbolos particulares con que sucesivamente se ha recubierto el pensamiento religioso.”10

La beligerante campaña antirreligiosa contra todo aquello impregnado de lo sagrado apoyada en el desprestigio mismo de los hombres religiosos y sus instituciones ha traído como consecuencia, no se puede ocultar, que en la sociedad moderna al contrario de lo que sucedía en la sociedad tradicional la religión haya perdido presencia, poder de influencia; la potestad legitimadora que daba a  todo cuanto sucedía a nivel público y en el ámbito privado.

 La preocupación por lo religioso ha pasado a un segundo lugar ante la motivación, en crecimiento, por preocupaciones más ambiciosas donde el alcance de la eficiencia y el éxito medidos por altos niveles de producción y lucro llenan las aspiraciones de la gente.

El poder económico y político justifica el poder burocrático de los que manejan y participan de la cosa pública y del ciudadano corriente para quien el hacer y el tener son más importantes que el ser o el saber. “El hombre ha hecho de sí un instrumento no de la voluntad de Dios sino de la maquina económica o del Estado. Ha aceptado desempeñar el papel de una herramienta no de Dios, sino del progreso industrial.”1

El ritual, la liturgia sagrada se han convertido en fiesta pagana en donde lo auténticamente religioso ocupa una importancia secundaria. La semana santa, por ejemplo, ya no es tiempo de recogimiento y reflexión; son ahora ocho días de rumba y turismos santos. Las playas son atractivo templo que a la agente congrega.

Los símbolos más que hierofanías son adornos. El párroco, el sacerdote, el obispo se miran como a una persona común y corriente sin la veneración, consideración y respeto de antes. Hablar de Dios, expresar convicciones religiosas, simpatizar con lo sagrado son manifestaciones vistas como ridículas, obsoletas.

  •  En cierta ocasión algún amigo, lector asiduo de mis escritos, me advirtió que no le gustaba, de mis crónicas, la frecuente alusión a la divinidad. Me limité a contestarle con una frase de Ortega y Gasset: “Las ideas se tienen, en las creencias se está”. Luego, más tarde, pude comprobar que mi amigo, del que llegué a pensar era un libérrimo ateo, no pelaba misa los domingos en la iglesia parroquial del barrio el prado de Barranquilla.

A los elementos religiosos se les da en forma despectiva, burlona y en otras por ignorancia uso profano, sacrílego y así un sicario, con la imagen de la virgen del Carmen  colgando de su pecho en una costosa cadena de oro, le implora puntería para dar en el blanco,  para matar; un negociante de la coca celebra “el corone de un embarque”, la cuantiosa fortuna alcanzada con procesiones, misas y limosnas en pago a los favores recibidos por su ciega  fe cristiana.

El hombre ha hecho de sí un instrumento no de la voluntad de Dios sino de la maquina económica o del Estado. Ha aceptado desempeñar el papel de una herramienta no de Dios, sino del progreso industrial.

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sin lugar a dudas el amor, el amor a la vida, como el primero de todos es el gran ausente en las relaciones humanas donde la vida en vez de ser símbolo de lo más sagrado es un fetiche que se puede patear, ultrajar y destruir.

El comportamiento irreverente hacia lo sagrado, en el plano personal, se refleja en la sociedad y en las instituciones por escaso reconocimiento al establecimiento religioso que pasa a ser utilizado, mejor aún, manipulado según conveniencias particulares; más por costumbre y búsqueda de solemnidad que por las sinceras convicciones de un verdadero creyente. Lo que ha sucedido, en definitiva, es que la religión ha perdido amplia injerencia en los diferentes aspectos de la organización social y tocado enclaustrarse en su misión religiosa, al ejercicio de ceremonias, ritos y cultos circunscritos al recinto sagrado de templos y claustros docentes.

La situación ha llegado a un extremo tal, de intolerancia, que cuando los hombres religiosos intervienen, más allá de su círculo de influencia, se producen voces, reacciones públicas de protesta de los sectores más secularizados señalándolos, en ocasiones, con saña por los medios de comunicación a su alcance de intromisión indebida en asuntos que a ellos no corresponde.

La perversión de las prácticas religiosas es el resultado de un largo proceso que se ha dado en llamar de <<secularización de la sociedad>> con su correspondiente influencia perturbadora de la moral pública. La religión, históricamente, ha contribuido poco o mucho a ser moderadora de las costumbres sociales. Berger, citado por José María Mardones, caracteriza el proceso de secularización como: “Fenómeno sociocultural por el cual algunos sectores de la sociedad y de la cultura son sustraídos de la dominación de las instituciones y de los símbolos religiosos.”12

El secularismo se sustenta en el concepto progresista del interés propio cuando afirma que: “El hombre tiene el derecho y la obligación de hacer de la búsqueda de su interés propio la norma suprema de la vida”13

En elSecularismo la virtud ha sido reemplazada por el amor propio, por el egoísmo; el interés por los bienes materiales, por la eficiencia y el resultado exitoso.

El interés propio suprime toda vocación comunitaria cuando el único interés es el mío, el de mi estómago. De esta forma es imposible que haya comunión de creencias, de afectos, de sentimientos, no existe sentido de solidaridad. Soy un yo que no se incorpora con la conciencia colectiva en lo social mucho menos en lo religioso. Yo soy yo en la medida que poseo, en la medida que tengo dinero, poder y fama. “Usted no sabe quién soy yo” es socorrida frase utilizada por estas personas para pasar, agresivas, por encima de los demás.

 El secularismo se da la mano con un individualismo a ultranza. Una mentalidad, secular, alimentada en este esquema no está en condiciones de liderar una política generosa por la vida humana y el florecimiento social. Si no participamos de la comunidad con la aceptación tolerante de unos mínimos valores morales de beneficio colectivo nos convertimos como lo afirma Engelhardt en: <<Extraños morales. >>

Consecuencia negativa, evidente, de la secularización la encontramos en la disminución de la disciplina social y consiguiente corrupción institucional. El uso desbordado de la autonomía, cuya secuela funesta es un exorbitante individualismo, como represalia a la severa coyunda religiosa, ha traído la tan llevada y traída crisis moral de la mayoría de los estamentos sociales. No hay estamento llámese: gobierno, congreso, ejercito, iglesia etc., que no esté en crisis, que no sea corrupto. No encuentra uno en quien creer. Si la sal se corrompe…no sirve para nada, hay que botarla, echarla fuera es consejo del evangelio según San Mateo.

El temor a Dios, la sanción o condena divina preconizada por la religión que, indudable, reforzaba la acción ordenadora de la autoridad civil, era un freno moderador de las costumbres ciudadanas. Se ha perdido, de este modo, un medio de control social eficaz, en la medida que el sentimiento religioso no tiene significación y se desprecia.

Se puede observar, sin embargo, que la desvinculación de los organismos religiosos, del establecimiento político, ha traído mayor independencia critica de otros sectores de la sociedad en defensa de grupos humanos que, precisamente, a través del tiempo han estado bajo su tutela: los pobres, indígenas, oprimidos, etc.; asumiendo una actitud beligerante y activa contra los que atentan contra la vida y  derechos humanos fundamentales.

El establecimiento religioso, la iglesia católica en particular, al perder liderazgo, resultado del obvio proceso de secularización, se ha contagiado de lo mismo y asume por igual actitud secularizante en lo social y lo político, contrariando su misión sagrada para no perder así su papel protagónico y seguir haciendo presencia activa y efectiva en la comunidad. A la postre, su injerencia, en aumento, en la política habrá de producirles sus frutos a través de su objetivo primordial centrado en lo religioso.  

La existencia humana dentro del contexto filosófico de lo sagrado aglutina alrededor de sí un conjunto de pensamientos, sentimientos o creencias en las cuales se cree; se tiene una fe en ellas, es toda una simbología maravillosa compartida por muchos, que contagia y que aglutina; constituyéndose en un hecho social, de comunidad. Al tiempo que hay una fe profunda en la vida, se da una fe indeclinable en la humanidad sobre cualquier otra consideración.  Para Teilhard de Chardin los que aplican a una religión antropológica: “Representan a mí alrededor una forma totalmente joven de Religión poco o nada codificada. Religión sin Dios aparente y sin revelación. Pero religión en el verdadero sentido si por esta palabra se designa la fe contagiosa en un ideal al que entregar la propia vida”41

El desprecio por la vida como síntoma absurdo de la sociedad y del mundo actual se debe en gran parte, a nuestro modo de ver, a la excesiva sacralización de cosas y objetos accesorios (sociedad de consumo) que nada tienen que ver con los eternos valores que han dignificado la existencia humana; sin lugar a dudas el amor, el amor a la vida, como el primero de todos es el gran ausente en las relaciones humanas donde la vida en vez de ser símbolo de lo más sagrado es un fetiche que se puede patear, ultrajar y destruir.


10  Mardones José María, Las nuevas formas de la religión, Verbo Divino, Pamplona, p. 31,  1994.

11 Fromm Erich, Ética y Psicoanálisis, FCE, México, p. 148, 1977

12  Mardones José María, op. Cit, p.33

13  Fromm Erich, op. Cit, p. 149

141 Teilhard de Chardin Pierre. Como Yo creo. Madrid, Taurus, 1971, p.67

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