Mis estudiantes de anestesia

Introducción 

Tenía por costumbre didáctica al comenzar la rotación de anestesia en la primera clase, como técnica de inducción al curso hacer, a los cuatro o seis estudiantes a mi alrededor, una pregunta.

        – ¡Por favor! Necesito que cada uno de ustedes me formule una pregunta, les decía, sin introducción previa, después del saludo protocolario.

Los grupos, que rotaban dos semanas, tenían diverso comportamiento como diferentes son las personas.

Normal, en la dinámica de la clase, los estudiantes que solícitos, de una, se atrevían con las consabidas preguntas de:

 ¿Cuáles son los conocimientos básicos de anestesia?

¿Cuáles son los anestésicos más usados?

¿Cuáles son los riesgos que tiene la anestesia?

¿Cuáles son los requisitos mínimos para llevar a un paciente a cirugía?

¿Por qué a un paciente lo pueden pasar de anestesia?

Usual el alumno que solicitaba concepto del profesor sobre los inconvenientes médicos de un familiar o algún conocido enfermo. O el que pedía solución a las dudas que le quedaron después de haber estado en una cirugía con otro docente.

Estudiantes sorprendidos. Sucedía, de otra parte, que algunos alumnos ante mi interrogante inicial optaban por mirarse, atónitos, las caras sin saber que hacer. Sorprendidos.

Otros agachaban la cabeza, meditabundos, y ahí se quedaban.  Paralizados.

Pasado un tiempo prudencial, ante el mutismo reinante, me veía obligado a forzarlos a resolver mi propuesta:

–         – “Si no se atreven a expresarse de forma oral, saquen papel y lápiz y hagan la cuestión que quieran por escrito, no tengan miedo” les advertía en forma amable.

Se daba el caso, entonces, de estudiantes que no escribían una sino dos o tres preguntas al tiempo. Se desparramaban, entonces, con cuestionamientos no introductorios al curso, en donde el asombrado, ahora, era yo: Hipertermia maligna, Síndrome de la Cola de Caballo, diferencia entre relajantes despolarizantes y no despolarizantes, Síndrome de Mendelssohn, cefalea postpunción espinal para citar algunos.

Estudiantes desentendidos. Había rotaciones en que los muchachos no entendían o no querían entender, que la pregunta, obvia, tenía que ser con algún aspecto relacionado con la anestesiología, la materia que nos ocupaba.

¿Sobre qué es la pregunta que debemos hacerle? Insistían, desubicados.

–         Cuéntenme ¿A Que vinieron ustedes…  a aprender qué? Les interpelaba.

¡A aprender anestesiología! casi que a gritos exclamaban en coro.

–         – ¿Aja y entonces? Sonriente, musitaba. Ahora bien, agregaba, el que esté preocupado por temática distinta pregunte lo que quiera que, si yo estoy en capacidad de satisfacer su inquietud, con mucho gusto lo haré.

Ante esta alternativa no había de faltar el joven interesado en conocer lo relacionado con aspectos personales. Llamativa, me parecía, esta preocupación por conocer la trayectoria académica de su profesor.

¿Por qué yo había estudiado medicina y en qué universidad?

¿Porque había preferido anestesiología y no otra especialidad?

¿Si el tiempo se regresara y volviera a ser joven usted estudiaría medicina otra vez?

¿A usted profesor alguna vez se le ha muerto algún paciente? Era pregunta recurrente.

Y, claro, no faltaba el alumno metalizado preocupado en saber cuál era la especialidad médica que más dinero producía.

Y fue uno de ellos, el doctor Hermes Cuello, el que, tiempo antes de abandonar los quirófanos, me dijo: “Profe, usted a partir de hoy no va a seguir haciendo turnos. No se preocupe por eso. Ya está bueno, descanse. Nosotros lo cubrimos. Venga y haga su cirugía programada, por la mañana y cuando termine se va”. Nobleza y gratitud de un exalumno para con su antiguo maestro.

Desorientación estudiantil. Pude constatar, era evidente en estudiantes de octavo semestre de medicina, la gran desorientación sobre la especialidad y el papel primordial del anestesiólogo en el equipo quirúrgico y en el trabajo asistencial en general. Lo que me motivaba a cambiarles la concepción equivocada que traían.

Al contrainterrogarlos sobre ¿Cuáles consideraban ellos conocimientos básicos de la anestesiología? La respuesta, casi unánime, refería a tópicos propios de la especialidad como anestésicos generales, anestésicos locales, técnicas de anestesia, complicaciones anestésicas, etc. En este punto averiguaba si ellos habían vistos ciencias básicas y ¿Cuáles eran?… anatomía, fisiología, embriología, bioquímica, biofísica etc. Manifestaban al unísono.

–  – Correcto, asentía.  Lo que ustedes aprendieron de estas materias son los conocimientos básicos de la anestesiología y demás especialidades médicas que en nuestro ejercicio,  además de básicas,  son pilares, columnas fundamentales, de su praxis.

Ante el interrogante en relación con los requisitos mínimos para llevar un paciente a cirugía gran cantidad de jóvenes pensaban que el primero de todos eran “Los exámenes de laboratorio”. Sin conciencia mínima de la importancia y trascendencia que tiene la elaboración de la historia clínica como sustento logístico, primordial,  del accionar clínico y paraclínico del médico.

Interminable me haría si pretendo dar respuestas a las variadas preguntas que surgen en el contexto de este escrito. Que en el ejercicio de la cátedra no quedaba ninguna sin resolver para complacencia mía y de mis alumnos.

Relación personal. El acercamiento personal y trato amistoso, cordial  que yo daba en anestesia llamaba la atención a los muchachos por cuanto contrastaba con el que ellos habían recibido de parte mía, en ética médica o en bioética en sexto semestre, en donde la comunicación era distante, menos afectuosa.  El doctor Coronado, a lo mejor, ponía cara de pocos amigos para lograr mantener el orden y la disciplina en un salón repleto de más o menos cien estudiantes, en que la montonera era aprovechada por unos pocos irresponsables, que no han da faltar, para hacer de las suyas.

Estilo socrático. Tal vez con algo de vanidad y, porque no, de nostalgia docente lo que pretendo señalar es que el estilo socrático, mayéutico, de mi enseñanza dejó honda huella en los innumerables alumnos que tuvieron oportunidad de dialogar conmigo, si, de dialogar, en su pasantía por anestesia; hoy en día émulos míos, en el maravilloso “arte de los dioses”.  Así lo reconocen, plenos de gratitud, cuando he tenido ocasión de compartir con muchos de ellos, ya como colegas, en el ejercicio de la especialidad. Con la inmensa y agradable satisfacción de, corrido el tiempo, llegar a estar bajo sus órdenes, ser mis jefes, en instituciones hospitalarias en donde hemos coincidido laboralmente y en la misma Facultad de Medicina de la Universidad Libre. Y fue uno de ellos, el doctor Hermes Cuello, el que, tiempo antes de abandonar los quirófanos, me dijo: “Profe, usted a partir de hoy no va a seguir haciendo turnos. No se preocupe por eso. Ya está bueno, descanse. Nosotros lo cubrimos. Venga y haga su cirugía programada, por la mañana y cuando termine se va”. Nobleza y gratitud de un exalumno para con su antiguo maestro.

Sócrates consideraba la mayéutica similar al oficio de las comadronas que ayudaban, en la antigua Grecia, a las mujeres a parir, en dar a luz a los hombres.

Conclusión. Pues, si ello es así, me siento muy complacido de haber dado a luz a miles de doctores en 41 años de docencia universitaria. No sé cuántos de ellos son respetables anestesiólogos que siguieron mis pasos; honra y prez, en la actualidad, de la profesión médica y de la sociedad a la que sirven con suma dedicación y excelente idoneidad profesional. 

En mi casa mis hijos se fueron. Hace rato. 

En mi otra casa, la universidad, por el contrario, fui yo el que partí,

 Mejor dicho, me fueron.

Mis otros hijos, los estudiantes, quedaron allá.

Para consolarme tan solo, muy solo, reseñando estas añoranzas que

 “bendito sea Dios” me reconfortan el alma.

Teobaldo Coronado Hurtado

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