Algunas consideraciones desde la historia universal
En este artículo se establecerá una relación entre la modernidad, como un acontecimiento histórico, y la democracia moderna como forma de gobierno que descansa en el principio de igualdad de condiciones, desde la perspectiva de la Historia Universal y la Ciencia Política.
Inicialmente conviene señalar qué se entiende por modernidad, concepto que no ha estado exento de ambiguas o imprecisas definiciones por parte de algunos estudiosos de estos temas. Para tener una conceptualización más exacta sobre el asunto nos basaremos en los más importantes filósofos de reconocimiento universal que han pensado con mucho rigor intelectual este tema, a saber: GWF Hegel, René Descartes, Karl Marx, Max Weber, Jürgen Habermas entre otros.
La modernidad es una época en la historia. Tiene su punto de partida en la sociedad europea del siglo XV donde empiezan a darse una serie de acontecimientos que determinaron grandes cambios en la vida material y espiritual del viejo continente. Quien define su fundamento y reflexiona acerca de sus principios es el filósofo germano, Georg Wilhelm F. Hegel, máximo representante del llamado idealismo alemán. Él dictó entre los años 1822 y 1823 una serie de clases a estudiantes universitarios que estaban interesados en conocer algunos temas acerca de la filosofía de la historia.
Las reflexiones que plasmó -con toda la grandeza intelectual que le caracterizó- fueron compiladas en una obra titulada Lecciones sobre la filosofía de la historia universal. En ellas, el filósofo destaca como punto de partida de la modernidad la Reforma Protestante iniciada en Alemania a principios del siglo XVI por el monje agustino Martín Lutero. Esta reflexión hegeliana hace énfasis en el aspecto central de la teología luterana, “la libertad de la subjetividad”; idea que tiene un alto sentido filosófico y de ella se deriva nuestra interpretación de la época moderna. Esto quiere decir que la modernidad descansas en una especie de autoconciencia de la libertad. Lutero sostiene, en una abierta actitud de crítica al catolicismo escolástico de su época, que el hombre para alcanzar la salvación, que es el bien más preciado de todo cristiano, sólo es por la gracia de Dios y por la fe, no por obras. Esta salvación no requiere de símbolos externos como la hostia u otros aspectos del rito católico sino de un encuentro íntimo y personal del hombre con Dios en el plano de la subjetividad (entendida esta como la relación de la conciencia del hombre consigo misma).
La exaltación de la subjetividad libre y autónoma de todo factor externo es el principio constitutivo de la modernidad. Es por eso por lo que Hegel insiste en señalar que sólo esto fue posible en la intimidad del espíritu germánico. Sólo en las naciones germánicas se dio la gran obra, es decir, la Reforma. Las consecuencias de este renovado movimiento espiritual fueron enormes, no sólo en el plano teológico, por cuanto que se resquebrajó la unidad religiosa en Europa, sino también por las consecuencias de orden político, económico y social que trajo consigo el protestantismo.
A nivel político, se dio el advenimiento de la democracia en su expresión moderna. Las iglesias reformadas por su misma convicción doctrinal de que todo hombre es igual ante Dios no admitieron rígidas jerarquías en su interior como la Iglesia Católica Romana. Introdujeron una actitud más secular en los asuntos espirituales y de la fe, pero sobre todo adoptaron una organización eclesiástica más horizontal, es decir, democrática. Es por eso por lo que la idea de asamblea ocupa un papel determinante en las organizaciones religiosas reformadas. Tampoco fueron partidarios de un clero especializado en temas teológicos dotado de grandes privilegios sociales porque esto resulta completamente ajeno a la tradición evangélica.
Esta actitud de búsqueda de Dios en la intimidad del alma humana, es decir, de la subjetividad, propia del evangélico piadoso, es la base espiritual del sistema político democrático, que se basa en la igualdad de condiciones. Por los complejos acontecimientos mencionados anteriormente, Estados Unidos se convirtió en términos políticos en la primera nación moderna del mundo. La sociedad europea alcanzaría también a introducir en su vida política costumbres democráticas. Se observa entonces una tendencia hacia la universalización de este sistema político.
La democracia como sistema político nació en los Estados Unidos en el año de 1619 en Virginia en un ambiente espiritual protestante de corte calvinista. Por primera vez en la sociedad moderna se eligió a una representación de ciudadanos burgueses para ocupar cargos públicos. Sobre este hecho hay veraz información documental e histórica (Samuel Elliot Morison).
Como resultado de lo anterior, estos hechos causaron gran impacto en las ideas políticas de un joven abogado proveniente de Francia en el siglo XIX, miembro de una distinguida familia aristocrática quien visitó a los Estados Unidos con el propósito de estudiar de estudiar las costumbres penitenciarias de este país, y quedarse asombrado por la vigorosa sociedad civil y el respeto del principio de igualdad de condiciones, fruto de este sistema político. Estas impresiones las registró en una reconocida obra de gran interés para los estudiosos de las Ciencias Políticas, me refiero a La Democracia en América, obra escrita por el pensador francés, Alexis de Tocqueville en 1835. A pesar de ser un gran conocedor de estas reformas políticas de vasto alcance generadas por el desarrollo de la democracia, Tocqueville, de formación liberal no fue propiamente un entusiasta de esta. Más bien, mantuvo una actitud escéptica y crítica a tal punto de considerar al poder del pueblo como la tiranía de la mayoría.
Por otro lado, el orden económico la Reforma Protestante trajo consigo el desarrollo del sistema capitalista. Según el sociólogo alemán, Max Weber, “las sectas puritanas ejercieron una influencia significativa en el desarrollo del capitalismo debido a que el ascetismo intramundano de los puritanos produce una situación propicia al capitalismo porque ellos buscan en la vocación de la profesión agradar a Dios y saber si están dentro del grupo de los elegidos”. (Economía y sociedad: 1922).
Esta tesis ha sido bastante polémica en el ámbito de las Ciencias Humanas, sin embargo, un examen cuidadoso de la misma nos muestra una realidad contundente: las naciones occidentales que recibieron una influencia espiritual protestante lograron consolidar relaciones económicas capitalistas bastante exitosas. Según este autor, quien recibió una gran influencia de la filosofía hegeliana, el capitalismo tiene un gran componente de racionalidad económica y esto fue posible en gran medida porque en la vida de los negocios empujó a los elementos más piadosos y rigoristas que buscaban mediante su trabajo agradar al Señor. De este importante texto que es un clásico en el pensamiento sociológico, también se formulan contundentes críticas al judaísmo y al catolicismo, dos grandes y antiquísimas religiones, en no contribuir al desarrollo del capitalismo por el tipo de ética no racional que estos sistemas adoptaron.
La democracia como sistema político nació en los Estados Unidos en el año de 1619 en Virginia en un ambiente espiritual protestante de corte calvinista. Por primera vez en la sociedad moderna se eligió a una representación de ciudadanos burgueses para ocupar cargos públicos.
En lo social, la Reforma contribuyó a elevar el nivel educativo de grandes masas de individuos. Las traducciones de la Biblia, facilitadas por la invención de la imprenta, a muchos idiomas europeos diferentes del latín influyeron positivamente en la transformación de las conciencias de millares de individuos preocupados por alcanzar su salvación y una paz espiritual en el interior de su alma. La formación ya no se entendía como una prerrogativa de un clero ilustrado que ostentaba la potestad de toda experiencia espiritual y que era administrada según la tradición y el dogma de la fe, por el contrario, por cualquier persona podía tener una significativa comunión con Dios en la intimidad de su ser, sin necesidad de ser miembro de clero alguno, a partir de la lectura y de la libertad de interpretación del texto bíblico.
Pasando a otro punto, uno de los grandes pensadores de la modernidad es Karl Marx, el filósofo de Tréveris. Nacido a principios del siglo XIX y dotado de una vigorosa formación intelectual pudo realizar importantes aportes a la comprensión de las contradicciones de la sociedad moderna de su época. De profesión economista y discípulo de Hegel en filosofía. Marx elaboró una nueva interpretación de la Historia fundamentada en el llamado materialismo histórico. Para él lo determinante es el desarrollo de la base material de la sociedad, es decir, de la economía o forma en que una sociedad logra perpetuar su existencia a partir del trabajo y de la transformación de la naturaleza.
En su escrito de 1848, titulado El Manifiesto del Partido Comunista, Marx junto a Engels, hace un interesante análisis de la sociedad moderna capitalista, desde su etapa mercantil hasta el desarrollo industrial. Estas transformaciones alcanzaron un notable desarrollo gracias a la acción de la clase más revolucionaria de la Historia, es decir, la burguesía. Con ella, el afán de lucro, la expansión ultramarina, la conquista de nuevos mercados, el desarrollo de la banca, la invención de las máquinas y de la tecnología de guerra con fines de dominación colonial y la creciente industrialización. Fueron factores notables protagonizados por la burguesía quien creó un mundo a su imagen y semejanza. Lo notable en Marx es que intenta explicar la sociedad moderna a partir de elementos materiales, de crecimiento de las fuerzas productivas y en este sentido difiere de su maestro Hegel quien presenta elementos de orden espiritual en la explicación de ellos fundamentos de la época moderna.
Pero también en Marx hay definidas posturas políticas que deviene en una fuerte crítica al modelo democrático liberal burgués. Él fundamenta su propuesta de socialismo científico -a partir de complejas categorías de pensamiento- que exalta el poder de los obreros y de la disolución de la sociedad capitalista, sociedad que, a diferencia de Weber, no se fundamenta en la racionalidad económica sino en una enconada explotación del hombre por el hombre a partir de la plusvalía.
Por otro lado, resulta conveniente a la altura de nuestra reflexión, mencionar otro de los grandes pensadores que han fundamentado los principios de la época moderna: René Descartes. De formación matemático y filósofo, este personaje que vivió en la Europa de finales del siglo XVI y muerto a mediados del siglo XVII, escribió una importante y muy comentada obra, El Discurso del Método, publicada en 1637. En ella por vez primera se presentan los cimientos del proyecto filosófico de la modernidad, sobre un fundamento metafísico. Su mayor preocupación es establecer un principio sólido sobre el cual erigir un método que le permita alcanzar la verdad y parece haberlo encontrado en el axioma: “pienso, luego existo” (res cogitans). Esta máxima inaugura la filosofía de la subjetividad y con ella el pilar esencial de la modernidad.
Para este pensador francés formado por jesuitas es más real la subjetividad que el mundo: “Pero advertí luego que, queriendo yo pensar, de esta suerte, que todo es falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa, y observando que esta verdad: “yo pienso, luego soy”, era tan firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla, juzgué que podía recibirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que andaba buscando” (Meditaciones metafísicas, 1641).
Toda su filosofía exalta a la subjetividad como principio rector de todo proyecto filosófico moderno. Descartes también nos presenta en la obra aludida una interesante afirmación referida a la relación hombre-naturaleza. A partir de sus reflexiones destaca el papel de la razón y de las matemáticas en la conquista del mundo natural. Los efectos de esta idea se pueden percibir en la actual crisis ecológica que constituye uno de los problemas más serios de la sociedad moderna. Con Descartes inicia un capítulo nuevo en la historia de las ideas filosóficas en la modernidad basadas en la subjetividad metafísica.
Por otro lado, en su filosofía queda exaltado un individualismo que representa otra de las características de la modernidad, categoría que nos ayuda a entender otras dimensiones de la época como es la política. Ésta se fundamenta a partir de los trabajos de Nicolás Maquiavelo, quien es el primero de hablar de estado y de interpretar los conflictos de poder a partir de la observación directa de los acontecimientos y en diferenciar la política de la ética. Es el pensador que inicialmente seculariza, es decir, explica sus ideas no apelando a una realidad divina sino humana o profana. Otros destacados pensadores de la política lo encontramos en Jean Bodino, Thomas Hobbes, John Locke, JJ Rousseau, éste último exponente del romanticismo político.
En otro orden de ideas, un pensador contemporáneo defensor del proyecto filosófico de la modernidad es el alemán Jürgen Habermas, autor de un interesante trabajo titulado, El Discurso filosófico de la modernidad. Heredero de los ideales de la Ilustración y del pensamiento de la Escuela de Frankfurt, su tesis central es que la modernidad es un proyecto inconcluso, hay algunos aspectos de esta que no la han agotado como tal. Esta idea surge como una respuesta a las críticas formuladas por otro filósofo de origen francés, Jean François Lyotard, en su obra, La condición posmoderna. En esta afirma que el discurso moderno ha caducado y estamos viviendo una época donde los valores de la razón están en entredicho. Tal vez esta postura formulaba un fuerte reproche ante el incumplimiento de los postulados esenciales del proyecto moderno, como la libertad, la racionalidad, la universalidad, el progreso moral infinito, etc. Sucesos como los ocurridos en la Segunda Guerra Mundial con seis millones de judíos exterminados en campos de concentración nazi fue un durísimo cuestionamiento de esa tradición ilustrada.
Este debate entre modernos y posmodernos es un eje temático de capital importancia en la reciente filosofía. Más aún en el marco de esta reflexión no podemos tampoco desconocer los aportes de pensadores de gran resonancia universal como Martín Heidegger o Hans Georg Gadamer. Estos últimos desde posturas posmetafísicas formulan importantes críticas a la modernidad.
Considero que Habermas fundamenta sus posiciones en la tradición ilustrada y marxista articulando su propuesta en la acción comunicativa donde reivindica la llamada intersubjetividad. Sus ideas al igual que los anteriores pensadores entusiastas de la modernidad tiene relación y consecuencias favorable a las ideas de democracia, sociedad civil, derechos humanos y desarrollo sostenible como las últimas expresiones de la utopía moderna.
Sin embargo, la democracia como régimen político no es perfecta. Alguien afirmaba que no hay mayor peligro para la democracia que el exceso de democracia (Bobbio). Una masa de seres ignorantes, plebeyos e incultos, como encarnación de una siniestra mayoría podrían representar un serio peligro para la democracia: implicaría el ascenso al poder de individuos ineptos con grave perjuicio para la comunidad política. El populismo y el poder concentrado en la tecnología de la información (infocracia) se ciernen como enemigos de la democracia.
Finalmente, quiero concluir en términos generales que si bien como sistema político la democracia no es perfecta ella posibilita un espacio deliberativo donde los diferentes grupos y clases sociales pueden dirimir sus contradicciones de manera civilizada y racional. En este sentido, considero que ha sido de gran valor para afianzar esta cultura democrática el legado filosófico de la modernidad política reflejada en la organización de diferentes partidos políticos, elecciones libres, sufragio universal, reconocimiento de movimientos alternativos y sobre todo una vigorosa sociedad civil que disfrute a plenitud los derechos humanos. Es decir, la democracia hunde sus raíces en la tradición de la modernidad.
Maestro Alex Vega: es una delicia apreciar en este ensayo ese propósito que planteas al relacionar Modernidad y Democracia. A partir de estas dos categorías o constructos sociales realizas un recorrido critico en torno a la aparición de la modernidad, a partir de los trabajos de Hegel hasta la escuela de Frankfurt, con Habermas, a la vanguardia, que afirma y sostiene la inconclusa modernidad. De igual manera es usted muy explicito en el abordaje de la democracia a partir de una iglesia reformada. Su trabajo, en lo que trato de entender, al leer su conclusión, que se me antoja es su punto de vista, y en el cual toma usted partido, basado en las reflexiones epistemológicas de estos dos conceptos fundamentales en la historicidad humana, al final del ensayo: “como sistema político la democracia no es perfecta ella posibilita un espacio deliberativo donde los diferentes grupos y clases sociales pueden dirimir sus contradicciones de manera civilizada y racional”. Estoy de acuerdo, porque este ejercicio, enriquecido teóricamente, es difícil de ejercer en la práctica, sobre todo en esta Colombia, que padece la intolerancia y el odio. Sobre la razón priman las emociones y las conductas inapropiadas que intentan sacar ventaja, favoreciendo sus propios intereses. Se me ocurre una pregunta ingenua, al final de la lectura, ¿Dónde estamos cómo país o región, en una modernidad incipiente, inconclusa, o en una posmodernidad que desconocemos y ya estamos andando sobre ella? Creo que el tema es complejo, observando el panorama mundial y la tiranía de muchos gobernantes en la sociedad global, que violentan a la gente, sus derechos, con tal de mantener el status quo, el stablishment, sin importar la desolación y lo tragedia que van dejando a su paso. Me confieso pesimista ante el caos mundial, aunque trato de llevar mi vida con la mesura y la paz interior que dan los años. Los que intentamos vivir el ejercicio de la democracia nos sentimos impotentes ante los autoritarismos que profanan nuestra identidad e irrumpen en nuestros emociones.