“El pasado es lo que recuerdas, lo que imaginas recordar, lo que te convences en recordar, o lo que pretendes recordar”. Harold Pinter.
Pablo Neruda, o Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto en la pila bautismal, nació poeta. Y como poeta mítico vivió hasta el día 23 del fatídico septiembre de 1973. En prosa confesó haber vivido, pero en “Memorial de Isla Negra” escribió, en versos, la auto- biografía de su vida poética y amorosa. O sea, murió siendo poeta. Al poeta, compañero mío de muchos viajes, recuerdo ahora a 50 años de su deceso. Muerte que es enigma. Pero que despertó para siempre una leyenda.
Leyendo a Pablo, tirado en el piso aún de arena de la casa, construida ladrillo a ladrillo por mi padre albañil, allá en El Santuario comencé a descifrar el misterio o la atracción por la poesía. Ya había leído la historia de la poesía colombiana, en 2 o 3 tomos, escrita en su gran mayoría por poetas “cachacos”(sólo El Tuerto López refulgía). Creí que ésta sólo se escribía en sonetos. Neruda me descubrió el verso libre. Y entonces sentí, como lo siento todavía ser poeta.
Haciendo ejercicios de métrica y rima logré escribir, siendo universitario, un soneto. Lo titulé “soneto a Susana”, imitando al de Carranza a Teresa “en cuya frente el cielo empieza”. El mío la musa lo extravió en sus indecisiones de mujer decente. Ya había leído “20 poemas de amor y una canción desesperada“, libro que compraba cada vez que me enamoraba y dedicaba. Pero cuando divisé “odas elementales” Neruda me conquistó para atreverme a escribir poemas enamorados, los que para siempre me despiertan en la aurora y debajo de una ventana. También en el otoño de la vida.
Luego vinieron los largos encuentros con las abundantes páginas del “Canto General”, en una hermosa edición ilustrada por el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros. Esa lectura fue el reforzamiento poético de la historia de lucha y emancipación de los pueblos amerindios. Lamento haberla prestado a un compañero de Facultad que más nunca se acordó que era un préstamo, no un regalo. Para esos días me tropecé con los antipoemas de Nicanor Parra, otro grande de la poesía austral.
Neruda visitó Colombia por invitación del Presidente Liberal de izquierda, López Pumarejo. Estuvo en el Festival Internacional de Teatro de Manizalez, donde presentaron su obra:”Fulgor y Muerte de Joaquín Murieta“. Entonces, Laureano Gómez, fundador de El Siglo, crítico su visita ya que el poeta traía consigo la fama de comunista. Y de esas críticas Neruda se burló con este verso:” Laureano, nunca laureado”.
En Octubre de 1971 a Pablo le concedieron el Premio Nobel de Literatura, siendo el segundo otorgado a Chile, pues la maestra de Témuco, Gabriela Mistral fue la primera. Ricardo Reyes conoció a la Nobel a sus 15 años. Para entonces, Neruda era Embajador de su país en París, tras el triunfo del inmolado Allende
En Octubre de 1971 a Pablo le concedieron el Premio Nobel de Literatura, siendo el segundo otorgado a Chile, pues la maestra de Témuco, Gabriela Mistral fue la primera. Ricardo Reyes conoció a la Nobel a sus 15 años. Para entonces, Neruda era Embajador de su país en París, tras el triunfo del inmolado Allende a favor de quien había renunciado su aspiración presidencial. También fue senador y perseguido poético.
Como recuerdo leí la poesía esencia de Pablo en la adolescencia y primera juventud. Tanto que me gané el calificativo de “Nerudiano“, por parte de un examinador que fue Canciller de Colombia, cuando concursé para estudiar Diplomacia. En la madurez he preferido leer como cinco (5) biografías, más allá de su memorable “confieso que he vivido”. Acompañado por mano de mujer vi, en sesión vespertina de sala de cine, “el cartero” basada en la novela de Antonio Skarmeta. Y “Neruda” película sobre su travesía por la cordillera de los Andes, huyendo de la dictadura de entonces. También escuché la voz nasal del poeta, declarando sus versos inmortales, grabada en diversos CDs originales.
La vida como la poesía de Neruda están referenciadas por mujeres, repletas de mujeres. Desde la mamadre, su madrastra, las tres esposas que tuvo, la hija perdida y todas aquellas que fueron sus musas desde niño y a las que amó, como los marineros de Farewell “que besan y se van”. En cada puerto encontró un amor. A veces en cada esquina. Unos dulces y otros difíciles, como el que le inspiró “Tango del viudo“. Amó los objetos del mar, la naturaleza y dedicó una oda al pan.
Todavía, a cincuenta años de su concurrido sepelio, los chilenos siguen hablando e investigando su muerte. Creen que fue asesinato. Yo sigo creyendo que se lo llevó el cáncer. Es una muerte más ajustada a su vida. Una muerte poética: sufrida, pero bien vivida, como él lo confesó. Por ello preferí usar como título de estos recuerdos un verso suyo: “Tengan piedad para el poeta“, que encontré en el poema “La memoria” que integra “Memorial de Isla Negra”, en la edición de Planeta, un regalo. Piedad para que descanse en paz.
De los obsequios que he recibido a lo largo de mi vida de enamorado, de la poesía y de las mujeres, aprecio mucho una gorra roja de beisbolista que me trajó una amada amiga, desde la tierra del poeta. Es un objeto que cargo conmigo. Tiene bordada la firma de Pablo y el Neruda bordeando a un pez cautivo, como yo de mis recuerdos. Los he fotografiado para ilustrar esta nota en memoria de quien escribió:
“si me preguntan qué es mi poesía, debo decirles “no sé”, pero sí le preguntan a mi poesía, ella les dirá quién soy”.
La próxima: ¿Es un refrito el libro “La Costa Nostra”?