Sea en Barranquilla o Cartagena, donde me encuentre, bien temprano antes que salga el “hermano sol”, decir de San Francisco de Asís, dispongo a caminar, mínimo, durante una hora. Caminata que alterno con la práctica del tenis, deporte que, en este 2024, he dejado de jugar por recomendación médica. Pronto volveré.
En Cartagena arranco desde el edificio Cabrero Marina Club, a dos cuadras de Marbella, “Marbella la playa más bella” – se escucha en la canción de Lucho Bermúdez – en el barrio el Cabrero. Desde allí bordeo la costa en un trayecto y en otro marcho pegado a la muralla, hasta la entrada a Boca grande pasando revista, luego, al centro histórico y regresando por el camino de fétidos manglares que rodean el lago del Cabrero. El paseo en total puede variar entre cinco y diez kilómetros.
En el último recorrido, del sábado 10 de agosto, detuve, a un lado de la avenida Santander, a contemplar el espectáculo que brindan, a diario, negros pescadores de la Boquilla con su tradicional forma de pescar mediante el artesanal uso del trasmallo. Desde que era estudiante de medicina ha llamado la atención la faena que realizan estos musculosos hombres que viven de los frutos del Mar, de nuestro mar Caribe.
La pesca con trasmallo es una antigua técnica que utiliza una red de tres mallas rectangulares para atrapar peces. La interna o central de 100 metros de largo, con pequeñas aberturas que permiten a los peces más pequeños sobrevivir, pero atrapa a los peces grandes, entre las dos externas de 60 metros. Todas con dos o más metros de altura.
Una embarcación transporta los pescadores, en esta ocasión conté trece, desde el anochecer cuando lanzan su aparejo mar adentro, para recogerlo al amanecer.
La coreografía que realizan acopiando el pesado trasmallo, mediante dos largas y gruesas cabuyas que jalan por los extremos, se asemeja a una suave danza en que se alternan cinco o seis de cada lado entre las aguas, hasta las rodillas, sumergidos para acercarla a la orilla. A su alrededor revolotean, ariscas, garzas, gaviotas y alcatraces que parecieran reclamar con su lastimero, estridente cacareo la pérdida de un alimento que consideran exclusivamente suyo.
La necesaria y virtuosa paciencia de estos admirables costeros tiene su recompensa al prender motores su rustica embarcación repleta de pargos, robalos, sierras y demás especies marinas. Se les ve sonreír y cantar alegres la conquista alcanzada en su laborioso esperar marino.
En la mañana del pasado diez de agosto, a los señores de la Boquilla, Poseidón, dios de los mares, no los premió. Solo pequeños peces y escasas sardinas quedaron enredados entre sus salados telares para deleite de los inquietos y perspicaces palmípedos que los acosaban.
A mi lado uno de los tantos transeúntes, que se agolparon, curiosos, sobre las voluminosas e incomodas piedras que servían de escenario, se dirigió a mi exclamando con voz dolida y ojos exorbitados “Los ricos ya están completos, a los pobres nos toca seguir luchando para el sustento diario”. El tipo tenía la silueta típica de sus morenos colegas de tristes rostros y redes vacías. Un remedo de camisa sin mangas y un sucio pantalón mocho tenia de indumentaria que lo delataba.
Mudo quedé y seguí pensativo mi andanza matutina.
A los que tenemos afición por la escritura deambular a solas ilumina la mente, nos inspira. Por la cabeza desfilan, a raudales, ideas y pensamientos que piden con urgencia una hoja de papel en blanco. Son caminantes consuetudinarios quienes aman las letras y escriben.
En general, el sigiloso caminar puede convertirse, si así lo disponemos, en un momento propicio para la meditación sobre nuestros asuntos personales o para comunicarnos en oración íntima con la divinidad al contemplar las portentosas maravillas de su creación. Solo la inmensidad azulosa del mar, con un azul que es reflejo de lo alto, del que arriba está, nos llena, siempre, de asombro.
Sin embargo, ejemplos hay de personas de origen humilde que se han liberado de esta paupérrima programación para completar la nómina de los ricos, de los que honestamente, con esfuerzo y firme resolución, huyeron de la pobreza. Diría que, en su mayoría, los profesionales de la salud pertenecen a esta casta de gente luchadora.
Observo, sin embargo, gente distraída que se pierde de este maravilloso trance espiritual conectada a auriculares que no sabe uno que trasmiten, si noticias o quien sabe qué clase de música. Señoras, sobre todo, andan con una camándula, que les cuelga de la mano, repitiendo una y otra vez, mecánicamente, la misma plegaria, van rezando, no orando.
No soy rico y creo no parecerlo, si se trata de la riqueza material, del tener. El atuendo sencillo, descomplicado que tenía no me mostraba como tal. Eso pienso yo. A lo mejor el tenue aroma a Old Spice que emanaba de mi humanidad confundió a mi playero acompañante.
Y viene a mi mente el amigo Jairo, un experto y exitoso joyero. Alguna vez lo visité en su taller y dejó, por un momento, de mostrarme sus áureas artesanías para sacar de su escritorio un frasco tras otro, varios, de finos perfumes que se rociaba entusiasmado por cara cuello y manos. Impresionado le pregunté:
– ¿Aja Jairo y esa vaina que es?
– Doctor, me comentó, acostumbro a regarme perfume en todo el cuerpo para oler a rico. ¡Sabe una cosa! que si usted está bien oloroso, huele sabroso, eso llama el dinero, nunca le faltaran unos buenos billetes en su bolsillo.
Aun cuando conservo la olorosa costumbre, heredada de mi padre que se mojaba con Agua de Colonia Marie Farina todas las mañanas, impactó la positiva creencia del viejo amigo de mi barriada barranquillera.
Entonces me preguntaba intrigado al transitar por las “callecitas de Cartagena” del porqué de esa sátira, de un desconocido, contra mi dirigida.
Más comprensivo pensé que fue un grito solidario, un sentimiento de pesar el que llevó a este señor a lanzar la resentida exclamación por el desenlace fallido de sus compañeros de oficio, al considerarme, ingenuo o suspicaz, tan necesitado como él. El fracaso de sus compinches era también su fracaso.
Con más lógica, menos presumido, cavilé que a lo mejor estaba ansioso, a la espera de una pesca milagrosa que llevaría sosiego a su hogar, el alimento y “sustento del día” a la mujer y sus hijos.
¿Cuánta gente o familias más estaban, también, pendientes del buen resultado de esta pesca? Es pregunta que gravitó en mi callejera reflexión.
La realidad es que existe mucha gente que se esfuerza solo por la subsistencia, del día a día, sin pensar en el mañana. Conformes con su modus vivendi carecen de aspiraciones y se han habituado a vivir en la escasez, con ser pobres, no solo material sino espiritualmente. Sin embargo, ejemplos hay de personas de origen humilde que se han liberado de esta paupérrima programación para completar la nómina de los ricos, de los que honestamente, con esfuerzo y firme resolución, huyeron de la pobreza. Diría que, en su mayoría, los profesionales de la salud pertenecen a esta casta de gente luchadora.
En la pesca milagrosa que todos hemos leído, en nuestro texto sagrado, en el evangelio de San Lucas, sucedió lo mismo a los pescadores que en el Lago de Nazaret seguían a Jesús y pasaron toda una noche pescando sin éxito. Al contrario de mi imprevisto interlocutor de la Playa de Marbella que por su expresión lo veo como un “hombre de poca fe”, los seguidores del maestro tuvieron confianza en él y después de esperar con suma paciencia lograron recoger peces en abundancia al seguir su recomendación de que se alejaran un poco de la orilla y tiraran sus anzuelos al otro lado de la embarcación.
El pasaje bíblico tiene tremenda aplicación en nuestra vida cotidiana. Porque si presumo que ya los ricos están completos, que no puedo aplicar a este grupo de afortunados, de hecho y de pensamiento ya estoy derrotado para seguir engrosando la fila de los que incrédulos, faltos de confianza en sí mismos, se conforman en vivir como sea, con lo que se pueda para solo conseguir el sustento diario.
Con la aclaración de que existen ricos, señores muy afortunados, que lo único que tienen es dinero, son indigentes de alma y espíritu. Y hasta del cuerpo cuando a pesar de tanta riqueza no tienen bienestar físico y paz en sus conciencias.
A imitación del hombre de la Boquilla no podemos quedarnos en la militancia de los conformes con su menguada suerte a sabiendas de que existen días buenos y días malos, días de abundancia y otros de escasez. De que vale la pena seguir adelante y no darnos por vencidos. Con perseverancia y creyendo en nosotros mismos podemos superar obstáculos y dificultades para finalmente alcanzar la victoria. El que persevera vence.