“Tal vez deberíamos aprender más sobre (…) los goces del saber; las bondades de la moderación, el placer de los gustos simples y de los amores cercanos“.M. García Villegas.
Presumo que, en el actual gobierno nacional, cada Ministerio tiene la obligación de planear una reforma. Las noticias, los discursos de balcón y plaza pública como las concurridas marchas callejeras, son para promover o para protestar reformas, no sólo de derechos económicos y sociales, sino de los fundamentales.
Tan es así que el Ministerio de Educación Nacional, viene difundiendo ideas para consagrar la educación como un derecho fundamental. Hoy es un servicio público esencial, transformado en fundamental por la Jurisprudencia constitucional de Tutela.
Sobre la anunciada y publicitada reforma a la educación, incluyendo la superior, he venido coleccionando información y comentarios, de uno y otro lado, pues ya no gasto tiempo opinando sobre los cuestionados proyectos de ley. Espero se conviertan en leyes de la República. Y así tener el material idóneo para estudiar y comentar. Es más sensato ante tanta desinformación e información interesada que circula apenas se habla de reformas.
Pero en el caso de la educación decidí saltar, luego de visitar mi nueva biblioteca submarina, escuchar y escuchar historias de mujeres maduras que aún discuten y se Auto critican por no sentirse suficientemente libres de hacer con sus vidas adultas y laboriosas, lo que les gustan o deseen. Y dicen, yo les creo, sentirse “frustradas” por los prejuicios medievales que todavía predominan en nuestras costumbres paternales, familiares y escolares.
EL JARDIN DE LAS DELICIAS. De Bosco
Es decir, se quejan de no haber tenido, lo que llamo, una educación sentimental que las hiciera digna de sí mismas, del respeto de los demás y que pudieran gozar la vida todo el tiempo, hasta que se presente el inexorable final. Ante ese panorama común, tan seguido y sufrido por muchas mujeres – víctimas de violencia de toda clase -, es que decidí escribir esta nota, luego de volver a las páginas del libro: “El país de las emociones tristes. Una explicación de los pesares de Colombia desde las emociones, las furias y los odios”(Ariel), de Mauricio García Villegas.
Es decir, se quejan de no haber tenido, lo que llamo, una educación sentimental que las hiciera digna de sí mismas, del respeto de los demás y que pudieran gozar la vida todo el tiempo, hasta que se presente el inexorable final. Ante ese panorama común, tan seguido y sufrido por muchas mujeres – víctimas de violencia de toda clase -, es que decidí escribir esta nota
Al revisarlo me sorprendí ante los muchísimos subrayados que encontré. Debió ser que su lectura ocupó un tiempo pasado que dedique a redactar un Proyecto de un nuevo programa para la enseñanza del derecho, desde la virtualidad y la oralidad. Y este libro, con otros, hizo parte de la bibliográfica sugerida para la creación de las nuevas y tradiciones asignaturas. Deseaba incluir una sobre la educación sentimental, en la concepción que García Villegas plantea en su interesante obra, que acá uso como referencia.
Del capítulo “Las pasiones de la razón”, comparto las siguientes líneas, que dibujan lo que somos y de lo que carecemos:
“Todo, o casi todo lo que mueve al homo sapiens, desde el atónito llanto de un bebé al momento de nacer hasta el lánguido suspiro del moribundo, pasando por los sabores en el paladar, las imágenes en los ojos, las sensaciones en las manos, el placer envolvente del sexo, el goce del viento frío en la cara en una tarde soleada, los sortilegios del amor, el asombro del arte, la revelación de la literatura, las recompensas de la amistad, todo eso y muchísimo más es el producto de las emociones y de los sentimientos que ellos crean“(Pags 45 y 46. Opus cite).
Entonces, si llegado a la adultez madura aún no hemos adquirido la suficiente autonomía para regular sentimientos y emociones, que identifican la compleja naturaleza humana – más sentir que pensar -, significa que no hemos sido educado sentimentalmente. Que seguimos modelos vividos por padres, familiares y un sistema educativo fundados en prejuicios medioevales, donde la libertad de obrar no es una regla sagrada que respeta la conducta ajena.
Conozco del interés de autoridades administrativas, estatales y privadas, por diseñar, financiar y desarrollar proyectos de políticas públicas para afrontar el creciente fenómeno de la violencia de género, contra niñas, niños y mujeres. Pero ignoro si en semejante esfuerzo han pensado en un programa pedagógico para el aprendizaje, consciente y voluntario, de una educación sentimental para una Nación sumida en la guerra prolongada por los odios y las ideologías. si existe deseo conocerlo.
En la anterior columna aludí que el affaire “Petro vs Petro” es una muestra ineludible de la ausencia de educación sentimental. Educación que contribuya a formar personas con suficiente empatía, a fin de construir en la sociedad y en la propia familia una sana convivencia, aunque existan diferencias. Colombia requiere habitantes que aprendan a vivir abrazados a emociones positivas. En esa tarea debe contribuir la educación…sentimental.
La próxima. Dos debates académicos en el ejercicio de poder.