Redes sociales. Trivialización del ágape

Teobaldo Coronado, Medico anestesiólogo, columnista.

Introducción

“Estamos hechos de pequeños fragmentos de sabiduría”.

Umberto Eco.

La familia nuclear, basamento de la sociedad, está integrada por el padre, la madre y los hijos. En una conjunción de afectos e intereses mutuos.  Estos afectos e intereses demandan sincera lealtad de sus integrantes. Ningún sujeto, ajeno al grupo, puede maltratarlos sin que alguno de ellos se resienta; obvio, el maltrato trasciende a todos.

 Según la Corte Constitucional, Sentencia T-606/13, “Las manifestaciones de solidaridad, fraternidad, apoyo, cariño y amor estructuran y brindan cohesión a la institución familiar”.

Hay que reconocer, lo dijo el Papa Francisco, que no existe familia perfecta. “No existe la familia perfecta, no existen esposos perfectos, padres ni hijos perfectos, y si no se enojan yo diría suegras perfectas”. Padres, esposos, hijos y hermanos que están hechos de “Hombre”, seres humanos son, con debilidades y fortalezas; lo que quiere decir, frágiles físicamente, inteligencia limitada y emociones que conducen a estados de ánimo que oscilan entre la alegría y la tristeza, el optimismo y el pesimismo.

Imperfecciones propias de la naturaleza humana inducen a cometer errores, deslices, conductas inadecuadas que no deben traspasar el núcleo cerrado de la parentela. “Los trapos sucios se lavan en casa”.

Los trapos sucios, de cada uno de los miembros de la familia, por respeto a su intimidad, al derecho a una vida privada y lo más importante por simple principio de honestidad con la estirpe común, no pueden ser expuestos a la luz pública, por ningún motivo, utilizando los medios que brinda la moderna tecnología: desde el conducto telefónico hasta la inmediatez y virilización de las “redes sociales”.

En tiempos pretéritos la pared y la muralla eran   receptáculos en donde se exponían, en forma malévola, las vergüenzas de la gente. De allí el viejo refrán: “El papel y la muralla son el papel del canalla”. incontables veces, de niño travieso, me espetaron este refrán en la cara mis padres cuando pintoreteaba las blancas paredes de la casa con mis lápices de colores.

Mundo feliz. Si observamos con detenimiento las páginas coloridas del Facebook o de Instagram, por ejemplo, podríamos concluir que las relaciones humanas son lo más de excelentes, relucen en ellas familias armoniosas, parejas en su mayoría modelo de lo que debe ser el amor recíproco, hermanos solidarios los unos con los otros, amigos que conviven en permanente fiesta, jóvenes en general rebosantes de entusiasmo, gozosos de la vida. Las personas, que estas redes sociales proyectan, irradian una permanente y envidiable felicidad. Muy cerca, tal vez, del “Mundo Feliz” que visionó Aldo Huxley en su novela a través de la creación de un ‘Estado Mundial’ que se me antoja asimilarlo a lo que hoy en día llamamos “Globalización”. La ficción del escritor inglés, paradójicamente, se fundamenta en la eliminación de la familia, la filosofía, la religión, las artes, la cultura en general. Tal pareciera es el rumbo al que estamos destinados con el actual fenómeno de la globalización a que nos ha conducido la inmediatez de la era cibernética.

De otra parte, pareciera que el Papa Francisco se hubiera equivocado en su certera admonición respecto a la familia.

Mandato de la sangre. Nadie publica o comunica algo que pueda afrentar y enfrentar a sus parientes o llama por teléfono a denunciar sus rivalidades. Ninguno saca a relucir lo negativo que habita al interior de sus familias, para denigrar de los suyos a los cuatro vientos. Eso es comprensible. El mandato de la sangre lo demanda. Tan solo, a manera de denuncia, desahogan su inconformidad con las vicisitudes propias o ajenas de la existencia cotidiana. Situaciones, acontecimientos o circunstancias de la vida social que, de una u otra manera, afectan a la mayoría, son de conocimiento público.

Las redes socialespara algunos críticos como el semiólogo Umberto Eco, sin deslegitimar la importancia que tiene el internet, considera que producen una sensación de acompañamiento falsa. Piensa, además, que la memoria artificial en línea puede crear referencias falsas en la construcción del conocimiento, sobre todo en los más jóvenes. . El aumento cada vez creciente de suicidios, precisamente en jóvenes, a nivel mundial, darían la razón al escritor italiano

Las redes sociales, Facebook, Twitter y WhatsApp, al tiempo que promueven una creciente solidaridad entre la gente, son instrumentos de convivencia que enriquecen los lazos entre amigos y parientes; para los que están cerca o entre aquellos que por variadas circunstancias no tienen oportunidad de intercambiar en forma directa por la lejanía. Es su lado positivo. Gratificante.

Sin embargo, para algunos críticos como el semiólogo Umberto Eco, sin deslegitimar la importancia que tiene el internet, considera que producen una sensación de acompañamiento falsa. Piensa, además, que la memoria artificial en línea puede crear referencias falsas en la construcción del conocimiento, sobre todo en los más jóvenes. . El aumento cada vez creciente de suicidios, precisamente en jóvenes, a nivel mundial, darían la razón al escritor italiano autor del “El nombre de la Rosa”.

Según la Organización Mundial de la Salud OMS, cada año pierden la vida más personas por suicidio que por VIH, paludismo o cáncer de mama, o incluso por guerras y homicidios. En 2019, se suicidaron más de 700 000 personas, es decir 1 de cada 100 muertes (iv)

Abuso del celular. El abuso lamentable de este dispositivo rompe la comunicación cuando acorta el carnal dialogo interpersonal, impide una real conversación, disipa la mirada del otro, silencia los encuentros. Las personas, absortas en la maravillosa herramienta cibernética, se juntan indiferentes, en la tumultuosa soledad de un espacio, escasas de expresiones de cariño, amor y afecto.  La palabra que comunica, que aglutina, que nos libera, que nos humaniza, no se escucha ante la “Trivialización brutal del ágape. Cuando todos, cibernautas, hablan. “Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad”.  El mundo sólo tendrá una generación de idiotas”.  Profético Albert Einstein con su vaticinio. 

Nomofobia. Impotente muchas veces me sentí, como docente, al observar un alto número de estudiantes en medio de la clase, de pregrado y posgrado, idiotizados no obstante la prohibición, ante el poder distractor del Smartphone. En actitud rayana con la irresponsabilidad, descortesía, irrespeto hacia ellos mismos y a lo mejor, también, con lo patológico.

“Nomofobia” con su sigla en inglés FOMO (Fear of missing out) es el termino médico acuñado para describir la obsesión compulsiva con el celular. Se estima un síndrome con comportamiento semejante al de la adición a las drogas psicotrópicas. Se manifiesta clínicamente por descenso del rendimiento escolar y laboral, cansancio, malestar, aumento de la irritabilidad y estados de pánico. Ya sabemos, además, de la alta incidencia de accidentes de tránsito a causa del uso del celular mientras se conduce.

Conclusión

“Trivialización del ágape”, en ultimas, se me ocurre calificar al tipo de accionar interpersonal, que se origina por el mal uso de las redes sociales.  Las humanizadoras expresiones de cariño, amor y afecto que invitan a hermanarnos en el ágape, en la comunión con los otros, en el festejo de la vida, se indican mediante memes emojis, likes, etc., en una simplista virtualización de los quereres, muy distante de los gestos cordiales que en verdad hablan de nuestros más hondos sentires.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *