Después de las fiestas de fin de año, niños y jóvenes vuelven a la escuela, unos retoman sus estudios en calendario B, y otros se preparan para el inicio del año escolar, 2023, en el calendario A. Así es en todo el mundo. Los padres replantean el tiempo en función de su trabajo y la escuela para llevar y recoger a sus hijos. Iniciar o proseguir en la escuela se hace con entusiasmo, para muchos. Es tarea de los padres motivar, acompañando a sus hijos en el viaje cotidiano del conocimiento y así promover una actitud positiva hacia la escuela, recordando que los tiempos de fiestas acabaron, aunque el consumismo y lo dionisiaco en los pueblos costeños ya pregonen el carnaval, y los pre carnavales sean concebidos como una tregua hasta la muerte de Joselito. “Después de carnavales…”, es una frase evidente que indica el aplazamiento de proyectos personales de salud, economía, de estudio, inclusive.
Hay que ver cómo el mundo de la escuela es vivido por dos niños en Europa, cuya sangre latina corre alegre por sus venas y un entusiasmo que se sobrepone al estigma del exilio voluntario de sus padres, adaptados a las exigencias del primer mundo por su inteligencia y estudios, muy pocos reconocidos en nuestro país. Isaac y Zacarías, hijos del exilio, por cuyas venas late presurosa la sangre de los hombres y mujeres del caribe colombiano acá en los Países Bajos, que cuentan con su propio carnaval, pero que muy poco se les oye hablar de pre carnaval. Sin lugar a dudas, la flema de los holandeses se adecua a unas carnestolendas propicias para su estado de ánimo, pero muy aburridora para la pasión y el frenesí de los ciudadanos del caribe.
Isaac cuenta con ocho años y su cuerpo fuerte y vigoroso deja entrever su preparación para el juego, el salto y la carrera en el mundo de la escuela. Es energía pura. Cursa tercer grado en una escuela holandesa cuyo ideal pedagógico se sustenta en La teoría de las Inteligencias Múltiples, de Howard Gardner, que explora en los niños sus habilidades lingüísticas, sociales, matemáticas, científicas, ecológicas y kinésicas; y al final se complementan con el tiempo libre en los entornos de las comunidades y ciudades educativas, que ofrecen bibliotecas con invitados de diferentes países, culturas e idiomas, promoviendo la lectura y escritura a ciudadanos de los cinco continentes. También escenarios para los deportes de conjunto e individuales, como natación y atletismo; salas de cine y teatro.
La escuela está a quince minutos en bus de la ciudad de Eindhoven, al sur de los países bajos, y a sólo veinte minutos de casa, hiendo a pie, o cinco en bicicleta. Una finca amplia, cercada de bosques inmensos, rodean a la escuela pública ubicada en el centro del terreno con un patio interior, salones amplios y ventilados donde conviven menos de treinta estudiantes por aulas, un comedor y un gimnasio para la clase de educación física, donde se priorizan la danza y las actividades gimnástica. Isaac, por orden de la rectora, me guía por toda la escuela y me explica lo que se hace en cada espacio. Mientras lo hace, la directora escucha y aprueba lo que me dice el niño; Isaac tiene la habilidad de hablar español y traducir lo que dice al holandés para que la profesora asienta o le recuerde algún detalle que se haya pasado por alto. Se muestra seguro de lo que dice y del itinerario recorrido.
Llegamos al salón de clase donde veinte niños contándolo a él se reúnen bajo la orientación de una maestra veterana. Me muestra el horario con las respectivas convenciones y me indica días y horas para las actividades deportivas, sociales, matemáticas, lingüísticas, tiempo de merienda y tiempo de almuerzo.
A Isaac le encanta el ejercicio físico y las actividades deportivas, muestra predilección por las matemáticas, logra comprender la asimilación de su lengua materna y el holandés en un proceso de interiorización permanente. Los sábados aprende fútbol con ex – jugadores del PSV de Eindhoven, en un club de la misma localidad, que cuenta con diez canchas de fútbol, cafetería, salón social y sala de espera para que los acompañantes se protejan del frío invernal y de la lluvia. Le he visto jugar bajo la lluvia a bajas temperaturas y su condición física se consolida, también el carácter y su voluntad. A través del juego hace amigos y amigas. Nada en la piscina de su localidad durante las vacaciones y el tiempo libre.
El escenario de la escuela es el ambiente propicio – me recuerda a la schole griega concebida como centro de placer –, para que Isaac desarrolle su condición física y encauce toda su energía a través de las actividades lúdicas. En los ratos libres, en casa, juega sus propios juegos, ve televisión y si el tiempo permite se inicia en el mundo del ajedrez. En los juegos y actividades lúdicas, Isaac ejerce su liderazgo con bastante carisma, y su energía y fortaleza le ayudan a tener muchos adeptos y desarrollar su dimensión social. Maneja bicicleta y es feliz con su padre, que lo acompaña en muchas de las actividades deportivas y recreativas, tanto fuera como dentro de casa. Su madre es importante en su proceso de formación, lo consiente y motiva cuando ve en sus grandes ojos negros alguna nube de frustración que lo desanima. Es educado. Por las noches, cuando todo es silencio, Isaac cierra sus ojos y se duerme viajando en el tiempo con los cuentos de los hermanos Grimm que sus padres le leen antes de dormir; otras noches elige por su cuenta las aventuras de Harry Potter leyendo y releyendo pasajes, que lo mantienen asombrado, hasta muy entrada la noche, sobre el mundo de magia, hechicería y conjuros de la serie.
Por lo pronto hay que dejarlo seguir jugando con el espacio como un explorador del tiempo, permitiendo que sus acciones lúdicas y las conjeturas en que hoy se mueve lo encaucen hacia sus sueños inconscientes, hacia un futuro lleno de juguetes de alta tecnología que dan vuelta en su cerebro.
Por su parte, su hermano Zacarías, ha cumplido cinco años y heredado el misterio de la paciencia a través de su silencio y su concentración asombrosa. Una vez – en estos días de invierno – observamos un pájaro que acostumbra a visitarnos todas las mañanas. Realmente no soy experto en pájaros, Zacarías tampoco ya que es muy niño. Sin embargo, su curiosidad se deleita viendo la visita cotidiana, a través de la ventana, que no se inmuta con el frío europeo y las fuerzas de los vientos del norte. Parado sobre una rama, el pájaro balancea su cuerpo, lo acomoda rítmicamente a la flexibilidad de la rama, y de vez en cuando abre sus alas para equilibrarse. Zacarías, concentrado en el animal sigue la incierta estabilidad del pájaro sobre el ritmo flexible de la rama desnuda, sin hojas, totalmente lisa, testimonio del paso del otoño. Los ojos del niño se mueven de un lado a otro, de arriba a abajo; de vez en cuando sonríe compulsivamente e intenta levantarse para agarrarlo. La ventana está cerrada, impidiendo la entrada del frío fuerte y suplicante que golpea con insistencia el vidrio. Son las diez de la mañana. Durante el invierno, el pájaro no ha faltado una sola vez; su reloj biológico le avisa la hora de partir; alza el vuelo y la mirada de Zacarías le persigue el rumbo del vuelo fugaz a través de sus configuraciones espaciales.
Después bajamos a la sala donde una variedad de rompecabezas y arma todos, lo esperan. Es asombrosa su atención enfocada, sus murmullos inaudibles en un lenguaje casi interior, tratando de afirmarse en las lógicas para encajar una pieza dentro de una imagen total, o asociar un fragmento incoherente a un modelo de jardín, persona, casa, o animal, sobre la mesa. No duda en la colocación de las piezas, medita, compara, su mirada va de la parte al todo y viceversa, así experimenta sus certezas y sus errores. Si de pronto surge la duda le basta con levantar la mirada hacia su padre y suplicarle con un español de acento muy tierno – sabe que puede contar con él –: “ayuda”, el padre paciente le sugiere, le plantea dilemas a través de una didáctica basada en la lógica, y así activar la resolución del problema en el pensamiento del niño.
Zacarías, se sabe seguro, acompañado, no teme a los enigmas, tampoco a los problemas difíciles. Se mueve caminando o corriendo en espacios reducidos, sin tropiezos, en forma ágil. Tanto su mente como su cuerpo son claros indicadores de inteligencia espacial. Sube escalones coordinadamente, se desliza por el tobogán del parque muy veloz y siente el divertido placer del ilinx, el vértigo, ese estado del que habla Roger Caillois en Los juegos y los hombres. Tengo la convicción, aunque en ciencias sociales y humanas las predicciones son inciertas, que Zacarías con el paso del tiempo aprenderá a moverse en tierra, mar y aire con su inteligencia espacial. Será diestro con el manejo de la brújula, el GPS. Su espíritu aventurero se dejará guiar por la estrella polar; a partir del sol ubicará rápidamente los puntos cardinales (norte, sur, este y oeste). Y si alguna vez le tocase usar cartas de navegación aérea tendrá a su disposición el VOR, Radiofaro omnidireccional de Muy Alta Frecuencia. Por lo pronto hay que dejarlo seguir jugando con el espacio como un explorador del tiempo, permitiendo que sus acciones lúdicas y las conjeturas en que hoy se mueve lo encaucen hacia sus sueños inconscientes, hacia un futuro lleno de juguetes de alta tecnología que dan vuelta en su cerebro.
Dos hermanos que tienen mucho en común a pesar de su corta edad. El entusiasmo, la alegría de vivir, las oportunidades, las categorías de pensamiento y las demasiadas habilidades, desarrolladas en la familia y en la escuela. Les acompaño a la escuela a las seis y treinta de la mañana, bajo un oscuro y frío invierno, que alarga la noche en una ciudad que todavía duerme. Ambos conocen el camino, lo recorren con alegría en sus bicicletas. Isaac va adelante, deteniéndose en los semáforos; Zacarías le sigue, sin sobrepasarlo, ese es el trato. Yo les sigo con paso apresurado. Hoy es nueve de enero del 2023. Allá adelante los dos hermanos conversan y se ríen, dejando entrever la alegría que les produce el regreso a clase. Cómo encantan ver esos gestos de alegría iniciando el año, saben que la escuela les espera con los brazos abiertos. Colocan sus bicicletas en el paradero, se quitan sus abrigos y gorros, se despiden entre ellos, después se dirigen cada uno a su salón, a vivir la experiencia de la schole, desde la dimensión del ocio en el mundo de la escuela: diversión, descanso y desarrollo, conceptos ampliamente desarrollados por el francés, Joffre Dumazedier, en su libro: Hacia una civilización del ocio.
Regreso a casa bajo una llovizna pertinaz causada por la salida de un sol tímido. A pesar de todo el cielo está nublado. Las calles están vacías, los árboles desnudos dejan pasar el viento frío por entre sus ramas secas. Los autos, muy pocos, pasan veloces, rumbo a la ciudad, sobre las húmedas carreteras; los camiones viajan apresurados con su carga hacia Ámsterdam. Entonces me acuerdo que Isaac y Zacarías no se despidieron, desde que salimos de casa siempre fueron adelante por un camino que se saben de memoria, llegaron a la escuela y nunca miraron atrás para despedirse, aunque estoy seguro que sospechaban que iba detrás de ellos. No me incomoda. Así son los niños, viviendo el presente, su presente. Pudo más el regreso a clase. Seguro, que más tarde me contarán cuánto aprendieron hoy.
Realidades y repetición de la historia para nosotros los viejo si no trazamos nuevas metas además de las que tenemos.