Sobre la decencia lecciones hipocráticas

Introducción

Estos días de la navidad, rebosantes de alegría y de nostalgias hogareñas, me devuelven, en el tiempo, a la vieja casona de la humilde y arenosa barriada en donde nací y crecí, lejos de ostentaciones y ambiciones desbordadas. Traen recuerdos de una época en que el respeto y la honestidad eran virtudes que adornaban el comportamiento comunitario para el logro de una robusta convivencia. En ese ambiente transparente, enraizado en las sanas costumbres, de la gente buena, la chabacanería y la vulgaridad no tenían cabida. Imperaba la cultura de la decencia.

“Compendio del Manual de Urbanidad de Manuel Antonio Carreño”. Ser honrado era condición primera que daba valía a las personas en las diversas circunstancias de la vida. Fue así como desde niños nuestros mayores nos inculcaron, lavaron el cerebro con la sentencia aquella de: “Pobre, pero, honrado”. Pobres, pero con la frente limpia”.  Cátedra permanente que los padres nos dictaban para un buen proceder, riguroso decoro en el comportamiento social, en estricto cumplimiento a honrosa tradición familiar sustentada en recomendaciones contenidas en el “Compendio del Manual de Urbanidad de Manuel Antonio Carreño” de obligatoria lectura en las escuelas. 

La preocupación por hacer de sus hijos ciudadanos decentes era prioridad que corría pareja con la instrucción que recibíamos de los maestros en el colegio. La honestidad constituía la gran riqueza personal a mostrar para ser considerados dignamente. “Es bueno ser hombre honrado y tratar de serlo más y más, y se obra bien cuando se cree que es preciso, para ello ser “hombre interior y espiritual”, aconseja Van Gogh a su hermano Theo en una de sus cartas. “Cartas a Theo”, Barral Editores, Barcelona, 1972.

En los principios generales el manual señala que. “Por medio de un atento estudio de las reglas de urbanidad, y por el contacto con las persona cultas y bien educadas, llegamos a adquirir lo que especialmente se llama ‘buenas maneras o buenos modales’, lo cual no es otra cosa que la decencia, moderación y oportunidad en nuestras acciones y palabras…revelando la suavidad de las costumbres y la cultura del entendimiento”.

Acepciones de la palabra decencia, según la Real Academia de la Lengua, son limpieza y apropiado. De tal manera que una persona decente es no solamente limpia en el cuidado y aseo de su cuerpo, sino que, también, tiene un alma pura, una conducta apropiada, ejemplar, un modo de ser impoluto.

Sin embargo, ser decente u honesto, hoy en día, tal pareciera condición de individuos que la moda o las tendencias actuales clasifican estar OUT. Lo que quiere decir no sincronizados con un mundo tosco en que para tener cabida debes tornarte agresivo, ordinario, mal hablado, inculto, con manifestaciones de suficiencia cercanas a la patanería.  Recurrente esta actitud, por desventura, en individuos llamados a dar ejemplo de pundonor en la vida social. La falta de honestidad se da la mano con la indecencia que, a la vez, hace pareja con la mentira. Su hijastro predilecto es la corrupción. Corrupción reinante que corroe los estamentos, casi todos de nuestra sociedad, pomposamente llamada civilizada. La verdad es gran sacrificada por el corrupto que es lo mismo decir ladrón, farsante, truculento, falso, hipócrita, insensible y perverso; su ambición no tiene límites. Cínicos posan de personas de bien ante una audiencia que suponen estúpida, validos de los medios de comunicación que les inflan, pantalleros, su ego dañino.

Ironías de nuestro lindo país colombiano la agrupación partidista que se autodenomina “Decentes” por sus controvertidos integrantes.

La pomposa congresista que plagia una tesis de grado, el sempiterno candidato presidencial que muestra doctorados y maestrías en su hoja de vida sin haberse titulado, por no haber presentado la respectiva tesis de grado; el resultado arreglado o convenido en reciente partido de futbol son tres eventos, no más, de una larga cadena de situaciones dudosas que en la actualidad ocupan la atención pública como ejemplos bochornosos de indecencia y deshonestidad.

La persona decente no le jala a la trampa típica de los que se la dan de listos, de graciosos, de arribistas y vivos; que pretenden pasar, mediante esta prosopopeya, por encima de los demás, sin escrúpulo alguno. Insolentes, consideran su actuar atrabiliario dentro de la mayor corrección, por lo mismo se ufanan de ser personas IN.  Dentro de los que juegan a politiqueros encontramos sus mejores especímenes.

Lo triste y al mismo tiempo paradójico es que la mayoría, militantes del ejército de los decentes, nos hemos dejado avasallar de esta gentuza minoritaria, exhibicionista, sedientos de protagonismo.

Durante algún tiempo impuse la lectura obligatoria del Manual de Carreño a mis alumnos de ética médica. Todos tenían que leer el libro, presentar un ensayo personal y un taller final de discusión cerraba este experimento pedagógico.  Son muchas las voces que se han levantado para que esta cátedra vuelva a las aulas sin recibir   atención por los estamentos estatales que la pueden implementar.

La falta de honestidad se da la mano con la indecencia que, a la vez, hace pareja con la mentira. Su hijastro predilecto es la corrupción. Corrupción reinante que corroe los estamentos, casi todos de nuestra sociedad, pomposamente llamada civilizada. La verdad es gran sacrificada por el corrupto que es lo mismo decir ladrón, farsante, truculento, falso, hipócrita, insensible y perverso; su ambición no tiene límites.

Como médico y docente me preocupa, de igual manera, la ausencia, in crecendo, de la decencia en el ámbito de la profesión que afecta sin duda la necesaria nobleza de su misión sanadora. Es reiterativa la inconformidad de los pacientes con el trato descortés, descompuesto que reciben   en las instituciones de salud.

La decencia en Hipócrates. Desconcertante, por el desconocimiento que los médicos, en general, tienen al respecto son los postulados contenidos en la obra: “TRATADOS HIPOCRÁTICOS”. Recoge un catálogo admirable de sugerencias del padre de la medicina que hacen directa apología a la decencia para evitar conductas malsanas en el trato con el paciente.  En correspondencia cierta con su preclara enseñanza de: “Lo primero es no hacer daño”. Fundamento doctrinario del principio bioético de beneficencia.

Más que un enfoque correctivo del hacer médico iatrogénico son una serie de reglas de cortesía para un pulcro ejercicio profesional, con asombrosa vigencia, si se quiere, en nuestros días.

En el texto “Sobre la Decencia”, así se expresa el padre de la Medicina:

 “Haz todo con calma y orden, oculta al enfermo durante tu actuación la mayoría de las cosas.

Dale órdenes oportunas con amabilidad y dulzura.

Distrae su atención, repréndele a veces estricta y severamente, pero otras, anímale con solicitud y habilidad, sin mostrarle nada de lo que va a pasar, ni su estado actual.

Hay que conducir la sabiduría a la medicina y la medicina a la sabiduría. Pues el médico filósofo es semejante a un dios, ya que no hay mucha diferencia entre ambas cosas.

En efecto, también en la medicina están todas las cosas que se dan en la sabiduría: desprendimiento, modestia, pundonor, dignidad, prestigio, juicio, calma, capacidad de réplica, integridad, lenguaje delicado, conocimiento de lo que es útil y necesario para la vida, rechazo de la impureza, alejamiento de toda superstición, excelencia divina. De hecho, son cualidades en contraposición a la intemperancia, la vulgaridad, la codicia, el ansia, la rapiña, la desvergüenza. En consecuencia, a la medicina le está asociada una cierta sabiduría, porque también esas cosas las tiene en su mayoría el médico.

En la visita ten presente: la forma de sentarte, la compostura, el atuendo, el porte de autoridad, la parquedad de palabras, la actitud serena, la atención constante, la dedicación, la réplica a las objeciones, el dominio de ti mismo ante las dificultades que surjan, la severidad para dominar la situación en momentos de alarma y la prontitud para actuar. Además de esto, recuerda la preparación primera. Si no es así, al menos no dejes de realizar las demás cosas de las que se te ha instruido para una pronta actuación.

En cuanto al atuendo, que haya en él decoro y sencillez, no hecho para lucir, sino con vistas a la buena reputación, a la reflexión e introspección, además de adecuado para caminar.

Los que se ajustan a todo este esquema son así: reconcentrados, sencillos, agudos en las controversias, oportunos en las respuestas, tenaces frente a las objeciones, bienintencionados y afables con los que son afines, bien dispuestos para con todos, silenciosos en los tumultos, resueltos y decididos ante los silencios, ágiles y receptivos a la oportunidad, prácticos e independientes para las comidas, pacientes en la espera de una ocasión, expresando en palabras eficaces todo lo que esté probado, utilizando una buena dicción, haciéndolo con gracia, apoyados en el prestigio que todo esto da, teniendo como meta la verdad sobre lo que ha sido demostrado”.

Conclusión

Formidable lección de humanismo médico que acrecienta no solo mi admiración, sino, también mi convicción por la vigencia del ideario hipocrático.  Venido a menos en profesionales de la salud que, cada vez más, se contagian de la ordinariez que circunda el entorno social.

En la práxis el ejercicio absorbente de una clínica mecanizada, despersonalizada, redunda en descuido de una atención amistosa y cordial, en deshumanización de la relación médico paciente. De esta forma la maravillosa calidad técnica desplegada en la atención sanitaria se desdibuja, pierde su poderoso encanto, ante la frustrante y pobre calidad humana, por la indecencia del prestador del servicio de salud. Son los errores humanos – las maquinas no se equivocan – los que conducen al profesional de la medicina a enfrentar requerimientos de los entes judiciales. Pésima relación interpersonal es medio de cultivo propicio a las demandas ante cualquier falla asistencial.

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