Sofía pasa largas horas bailando, no solo lo hace en las clases de danza, sino también cuando el tiempo libre se lo permite; su cuerpo, ejercitado y firme, vibra con armonía y la sincronía de sus movimientos es una cadencia suave como un mar en calma, irradiando una alegría serena; otras veces, el cuerpo se sobresalta ante la diversidad de los ritmos que sacan a relucir su identidad de mujer y niña caribe. No hay tristezas en las coreografías improvisadas, en los gestos de su rostro sereno. El mar baila con el vaivén de las olas, quiero ser como el mar, bailarina por siempre, lo dice, con la mirada radiante y la certeza de una vocación que comienza a nacer.
El baile le transfiere su ritmo al patinaje, deporte que practica con disciplina y placer autotélicos, sin pretender competir. Mientras patina, baila, inventa su danza propia, que a veces molesta al entrenador. Parece que bailara cuando patina, afirma un aficionado desde las gradas de la pista. La elegancia de sus desplazamientos y su cuerpo rodando sobre la pista, desafían las fuerzas externas; patina en medio de la complejidad dinámica de una danza centrípeta y centrifuga, que pone a prueba las tensiones y el equilibrio corporal. Sofía anhela el patinaje y, por qué no, incursionar un día en el patinaje artístico, un sueño que no está muy lejos de sus aspiraciones de bailarina.
Es lectora en potencia – consciente del vasto mundo literario que la espera – deseosa de saber más cada día. Disfruta los paseos por las librerías y se detiene en títulos que atrapan su interés, sin importarle si son escritos para niños, jóvenes o adultos. Sólo desea ser lectora, y, ¿por qué no intérprete y traductora algún día? Juega con las palabras – adivinanzas, refranes y fábulas – y elabora conexiones improvisadas en lengua castellana, alemana e inglesa. De vez en cuando, y propio de su madurez, converso con ella sobre Virginia Wolf, Irene Vallejo, Gabriel Mistral; leemos pasajes de sus diarios, libros y poemas. ¿Qué quieres para navidad?, le pregunto. Me señala en la vitrina de la librería, El Infinito en un Junco, de Irene Vallejo. Afortunadamente salió una edición con ilustraciones para animarla a su lectura. También me gustaría leer Cuento de Navidad, de Dickens, me dice, casi implorando.
Hay días que requiere de la soledad. Su sensibilidad artística le exige andar largos trayectos en bicicleta. Le fascina recorrer la orilla del río Magdalena, que fluye paralelo a la avenida del Malecón. Su mente y su cuerpo se liberan e independizan en un instante, pero también se hacen uno. El cuerpo automatiza el pedaleo vigoroso, mientras la mente vaga y divaga, regocijándose con el paisaje del río, los manglares, el aleteo blanco de las cigüeñas, el grito agresivo y burlón de las marías mulatas. Su larga cabellera ondea en el viento y vuela junto con los sueños de ser gaviota. Junto a los sonidos naturales, el silencio se apodera de su espíritu, que contempla maravillado lo que acontece a lo largo de la ribera.
¿Y qué tal si estudio en casa, acaso no lo hizo Rachel Carson? Nos dice, a manera de conclusión. Así tendría tiempo para mí misma. Organizaría mi tiempo, aunque a veces diga que no lo tengo. Es decir, un tiempo propio. No es fácil estudiar en la escuela, además, inglés, alemán, patinar, bailar, tener una vida social, un espacio para mis juegos de niñas.
Sobre la pista atlética, Sofía corre como una gacela: segura y veloz, sin tropiezos. En esa carrera contra el viento no compite, sino que se goza el instante fugaz de la velocidad en una especie de catarsis, donde sus compañeros, niños y niñas, se mueven alrededor de la pista sin que haya diferencias. Si alguna vez las circunstancias lo permiten, desearía ser una corredora de pista. Lo dice después de asimilar la experiencia de la velocidad y observando el video del jamaiquino Usain Bolt, el hombre más rápido del mundo, que no se deja de admirar.
Con apenas diez años, reconoce que su mejor escuela es la familia. Aprende sobre temas que jamás se tocarán en un centro educativo. En su acompañamiento, la familia le descubre su sensibilidad artística, su alegría y despliegue físico en los deportes, y sus hábitos de lectora reflexiva, actividades que requieren tiempo y disciplina. Después de leer la biografía de Rachel Carson, científica, pionera y crítica en el tema ambiental, nos pregunta a todos, ¿y qué tal si estudio en casa, acaso no lo hizo Rachel Carson? Nos dice, a manera de conclusión. Así tendría tiempo para mí misma. Organizaría mi tiempo, aunque a veces diga que no lo tengo. Es decir, un tiempo propio. No es fácil estudiar en la escuela, además, inglés, alemán, patinar, bailar, tener una vida social, un espacio para mis juegos de niñas. Con frecuencia tengo la sensación que los hombrecitos grises existen y se adueñan de mi tiempo y el de mis padres, reflexiona en voz alta, recordando algunos pasajes tenebrosos de Momo, la novela del escritor alemán Michael Ende.
Después de leer a Alicia en el país de las maravillas, Sofía anhela tener un conejo, sabe que tendrá que convencer a sus padres, que se muestran resistentes, pero mantiene la esperanza que un día se le aparezca uno muy elegante, con chaleco blanco y reloj de bolsillo. Su anhelo de tener un conejo la obsesionan como los sueños que nunca la abandonan.
Mientras los científicos sociales analizan el comportamiento humano, Sofía persiste con su alegría infantil, queriendo ser lo que le asombra cada día en el mundo de la vida, que tanto le apasiona en un ejercicio de trascendencia reflexiva y espiritual.
De Sofía conversamos cuando practicaste una visita sorpresa en mi casa. Y me regalaste una imagen apasionada de ella. Definitivamente no es una niña común, es mi concepto después de leer tu texto hoy. Es apasionada y tiembla en cada deseo y sueño. Es afortunada de tenerte.
Saludo, viejo amigo.