Una aproximación a la obra Nexus de Noah Yuval Harari

En Nexus, Harari aborda la humanidad desde una perspectiva histórica global, explorando cómo las redes de información han jugado un papel clave en la construcción de la verdad y la mentira, y cómo la burocracia y el poder han configurado el mundo actual. A lo largo de los últimos 100.000 años, los seres humanos hemos acumulado un poder inmenso. Sin embargo, a pesar de los innumerables descubrimientos, inventos y conquistas, hoy nos enfrentamos a una crisis existencial: el mundo está al borde del colapso ecológico, la desinformación prolifera y nos encaminamos hacia una era dominada por la inteligencia artificial. En este punto crítico, podemos tanto destruirnos como ser reemplazados por la IA.

En este contexto, Yuval Noah Harari se plantea una pregunta fundamental: ¿Por qué somos una especie autodestructiva? Estamos devastando nuestra casa común y, a pesar de las señales de advertencia, persistimos en este camino, con unos negando la realidad y otros incapaces de actuar. A partir de una fascinante variedad de hechos históricos, desde la Edad de Piedra, pasando por la Biblia, la caza de brujas de principios de la Edad Moderna, el estalinismo y el nazismo, hasta el resurgimiento del populismo, el progresismo o movimiento Woke en nuestros días, Harari nos ofrece un marco revelador para indagar en las complejas relaciones que existen entre información, mentira, fantasía, verdad, burocracia, mitología, sabiduría y poder.

Harari examina cómo distintas sociedades y sistemas políticos han utilizado la información para alcanzar sus objetivos e imponer el orden, ya sea para bien o para mal. En Nexus, presenta las urgentes opciones a las que nos enfrentamos hoy en día, cuando la inteligencia artificial amenaza nuestra propia existencia. La información, lejos de ser simplemente el principio activo de la verdad o una mera herramienta de poder, se convierte en un terreno intermedio lleno de complejidades, un espacio donde los extremos deben ser equilibrados.

Además, analiza la diferencia entre religión y ciencia, indicando que mientras que la religión se basa en textos sagrados y relatos infalibles, con mecanismos de auto-corrección débiles y limitados, la ciencia se guía por el método del ensayo y error, con mecanismos de corrección robustos y constantes. Hoy, los seres humanos tienen más poder que nunca, ya que disponemos de una cantidad de información sin precedentes. Sin embargo, nos enfrentamos a una crisis existencial auto-infligida, a las puertas de un posible conflicto global, en medio de fantasías y delirios tanto antiguos como modernos. A medida que la información se acumula, surgen preguntas fundamentales: ¿Quiénes somos realmente? ¿A qué debemos aspirar?

 Curiosamente, a pesar de la abundancia de información, la humanidad ha tenido cada vez menos éxito en adquirir sabiduría. La revolución industrial, que marcó el inicio de un proceso en el que las máquinas comenzaron a realizar tareas que antes correspondían al ser humano, es ilustrada por el mito de Faetón. En la leyenda, Faetón intenta conducir el carro del Sol, pero, debido a su imprudencia y prepotencia, pierde el control y provoca una gran destrucción. Este mito nos enseña que el manejo adecuado de la tecnología requiere no solo habilidad, sino también un profundo conocimiento y una gran responsabilidad.

En Nexus también aparece el relato del aprendiz de brujo de Johann Wolfgang Von Goethe. En esta historia, un experimentado brujo deja a su joven aprendiz a cargo de su taller de magia. El aprendiz, al usar de manera irresponsable los materiales y herramientas del lugar, desencadena un desastre que no sabe cómo solucionar. Desesperado, acude al brujo experimentado para que lo rescate. Este relato guarda similitudes con el mito de la caja de Pandora, en el cual Prometeo y Epimeteo, al quedarse sin dones para otorgar a los humanos, roban a los dioses el fuego y la sabiduría, dos tecnologías fundamentales. Ambos mitos, según Harari, nos enseñan que los nuevos inventos y desarrollos requieren un manejo responsable de las tecnologías.

Harari destaca que hay una lección común en estos relatos: nunca debemos recurrir a poderes que no podamos dominar. La creatividad humana ha dado lugar a la invención de artefactos poderosos, pero a menudo estos escapan de nuestro control. Al adquirir un poder excesivo, caemos en la soberbia y la codicia, lo que lleva inevitablemente a la corrupción. A lo largo de la historia, el poder no ha sido el resultado de iniciativas individuales, sino de la cooperación colectiva. La humanidad ha logrado alcanzar enormes niveles de poder gracias a la construcción de grandes redes de colaboración, como lo evidencian fenómenos históricos como el cristianismo, el nazismo o el estalinismo.

Curiosamente, a pesar de la abundancia de información, la humanidad ha tenido cada vez menos éxito en adquirir sabiduría. La revolución industrial, que marcó el inicio de un proceso en el que las máquinas comenzaron a realizar tareas que antes correspondían al ser humano, es ilustrada por el mito de Faetón.

Estos fenómenos históricos superan la visión ingenua de la información, un enfoque optimista sobre las redes humanas que sostiene que una cantidad suficiente de información conduce inevitablemente a la verdad. Según esta perspectiva, la verdad lleva al poder y, a su vez, el poder conduce a la sabiduría. En contraste, la ignorancia no lleva a nada, ya que se considera información irrelevante. La información, entonces, se asocia con la verdad, que busca comprender la realidad tal como es, con la sabiduría necesaria para tomar decisiones correctas, y con el poder para acceder a más información. Cuanto mayor sea la red de información, más cerca se estará de la verdad. En este enfoque, la información es vista como algo positivo: cuantos más datos se puedan obtener, mejor será.

Para Barack Obama, una sociedad se fortalece cuando existe una mayor libertad en el flujo de información. Por su parte, Ray Kurzweil, en su Historia de la Tecnología de la Información, sostiene que los aspectos de la vida mejoran gracias a los avances tecnológicos. En esa misma línea, Google se ha planteado como objetivo organizar la información mundial para hacerla accesible y útil para todos. Sin embargo, la información, por sí sola, solo refleja fragmentos de la realidad, no el panorama completo.

Los peligros asociados al uso de la inteligencia artificial destacan que el progreso sin restricciones en este ámbito podría tener efectos profundamente negativos. La inteligencia artificial, si avanza sin control, podría reducir, marginar, extinguir o incluso dividir a la humanidad. Este avance podría exacerbar los conflictos humanos, generando disputas entre los seres humanos y sus nuevos “jefes no humanos”: las máquinas y sus redes, que empiezan a tomar el control. Las IA no solo procesan información, sino que también pueden sustituir a los humanos en la toma de decisiones, ya que no son meras herramientas, sino agentes autónomos con una capacidad de acción cada vez más independiente.

El camino que se perfila ante nosotros revela que las redes de información humana a gran escala se fundamentan en dos principios clave: la mitología, que crea un relato fundacional en torno a un supuesto origen, y la burocracia, que se encarga de difundir y aceptar como verdad ese mito. Así operaron los antiguos reinos y así siguen funcionando los estados actuales, siempre apoyados en creadores y propagadores de mitos. Sin embargo, estas redes de información se enfrentan a desafíos derivados de la manipulación de la información errónea y la fragilidad de los sistemas de autocorrección.

En las democracias, la información circula libremente, se distribuye de manera ágil y puede tener múltiples versiones, mientras que, en los sistemas totalitarios, la información está centralizada y se limita a la versión oficial del régimen. A lo largo de la historia, las redes de información han sido esencialmente orgánicas, construidas por seres humanos, pero hoy nos enfrentamos al desafío de cómo gestionar la transición hacia redes inorgánicas: sistemas formados por procesadores y redes telemáticas autónomas capaces de generar nuevos relatos.

Entonces, ¿es realmente necesario responder a la pregunta de qué es la información? En su forma más básica, la información es la idea fundamental que sostiene a la sociedad. Un ejemplo ilustrativo es la historia de la paloma Cher Ami, que, en 1918, salvó a un batallón perdido. Este relato muestra que la información no siempre se limita a los símbolos creados por los seres humanos. Una información puede ser verdadera, falsa o ambigua, como ocurre con la historia de esta paloma mítica.

El aumento constante de la conectividad no implica un incremento proporcional de la veracidad. El secreto de nuestro éxito como especie radica en nuestra capacidad para conectar a grandes masas de individuos mediante la información. Sin embargo, esta conectividad también ha traído consigo la proliferación de mentiras, errores y fantasías. A lo largo de la historia, hemos desarrollado diversas tecnologías, y la primera de ellas fue el relato mítico fundacional, que nos ayudó a explicar nuestra realidad. Los relatos han generado conexiones ilimitadas entre los seres humanos. En este sentido, no dominamos el mundo porque seamos los más sabios, sino porque somos los únicos animales capaces de cooperar entre nosotros en gran número.

Hace unos 70.000 años, los Homo sapiens comenzaron a desarrollar una capacidad sin precedentes para colaborar, un fenómeno que se debió a cambios en la estructura cerebral, el perfeccionamiento de nuestras capacidades lingüísticas y, sobre todo, al desarrollo de la habilidad para inventar y creer relatos ficticios. Lo fascinante de estos relatos es que no era necesario que los humanos se conocieran personalmente, sino que compartieran la misma historia: una narrativa bien elaborada sobre un líder, la construcción de una identidad colectiva y la creación de símbolos. Estos relatos permitían proyectar esperanzas y sentimientos profundos, conectar emocionalmente con otros y transmitir recuerdos de generación en generación. Gracias a estos relatos, hemos sido capaces de construir tres niveles de realidad: la objetiva, la subjetiva y la intersubjetiva.

La realidad objetiva está compuesta por elementos tangibles: piedras, objetos, montañas, asteroides. La realidad subjetiva, en cambio, está vinculada a experiencias internas como el dolor, el placer, los sentimientos y las emociones. Por su parte, la realidad intersubjetiva abarca conceptos colectivos, como las leyes, los dioses, las naciones, las empresas y el dinero. Mientras que la realidad objetiva se refiere a lo material y la subjetiva a lo mental, la realidad intersubjetiva se construye a través de las interacciones humanas y los relatos que compartimos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *