Cuando el deporte es parte de la vocación recreativa – en palabras de Ortega y Gasset –, las personas se entusiasman y exploran sus posibilidades dentro de un deporte específico, cuando se tienen oportunidades y experiencias en varios deportes. Al tener acceso a un menú deportivo en la historia de la persona, esta sopesa los esfuerzos, su talento, incluso su vocación específicamente deportiva, que lo motiva y le da seguridad en su proceso de autoeficacia expresada en sus habilidades físicas, técnicas y tácticas. Quien vive la experiencia del deporte de rendimiento fortalece su mente desde los procesos deportivos iniciales que lo apasionan. Veamos la importancia de lo psicológico para afrontar la aventura del rendimiento en el deporte.
El deportista al incursionar en el deporte de rendimiento se ve obligado a desarrollar una conciencia del esfuerzo, pertinencia, metas, desarrollo de un espíritu de competición, conocer todo sobre el deporte que practica, actitud reflexiva para un aprendizaje constante: quiénes van a la vanguardia mundial del deporte que tanto le gusta, cuáles son los records establecidos, las marcas; quiénes son los mejores en ese deporte en su club, liga, ciudad, región, país; cómo se ve ante ellos: seguro de sí mismo, con baja autoestima, nervioso, ansioso; qué tanto confía en su talento.
Por otra parte, el deportista tiene que ser responsable con él mismo, demostrando que su talento requiere de una disciplina férrea. En todo momento, el deportista ayudado por el entrenador, tiene que preparase para trascender y hacer la diferencia ante los demás rivales: rivales y compañeros de equipo, o de club. Esto hace que el deportista desarrolle la voluntad de entrenar más horas, hacer ajustes en su técnica, observar videos de sí mismo, sus compañeros y rivales, dialogar con el entrenador y enterarse de cómo es su plan de entrenamiento y el cronograma de competencias; sin dejar de soñar, con la convicción siempre de que: “todos los sueños pueden ser realidad, si el sueño no se acaba”, recordando unos versos del poeta Pedro Salinas.
Los procesos racionales del deportista le permiten reconocer que en el ámbito del deporte que practica hay otros mejores que él, y eso no es importante, lo esencial es cómo lo asume, lo enfrenta, lo minimiza, hace uso de su pensamiento estratégico. Ese mismo proceso racional tiene que ser orientado y ayudado por su entrenador, preparador físico y psicólogo. ¿Qué hacen aquellos deportistas que sobresalen, que admiro y que a veces temo afrontar?
Los deportistas tienen que ejercitar su capacidad de pensar, de desarrollar el hábito de la autocrítica que permita darle solidez al locus interno, asumiendo el triunfo y la derrota como factores construidos sobre la base de la responsabilidad, que en todo momento dependen de él. La vida deportiva asumida es un compromiso consigo mismo del deportista, es su responsabilidad. Su desarrollo deportivo se edifica sobre cómo actúa en sus entrenamientos y competencias, su actitud ante el triunfo o la derrota, para tener la conciencia de que en el locus interno está la responsabilidad, compromiso y autocrítica. Por otra parte, el uso del locus externo es parte del desarrollo, una fase en el proceso de maduración del deportista, que debe superar bajo la dirección del entrenador y orientación del psicólogo. De esta manera, el deportista se prepara para enfrentar desde la soledad individual, o el trabajo en equipo, a sus rivales en competencia.
Además de la predisposición y actitud del deportista hacia su praxis deportiva, el entrenador se constituye en un factor de motivación, además, de una experiencia psicológica que puede tener un deportista: qué tanto sabe sobre la historia del deportista, su nivel académico, con quién vive, cómo vive, quiénes son sus amigos, sus actitudes hacia el estudio y cómo aprovecha el tiempo. El entrenador tendrá que orientar al deportista, diciéndole cómo va su preparación, cómo siente el aumento de las cargas, la intensidad de los esfuerzos y el cumplimiento de las tareas. Siempre habrá un diálogo abierto, que permita fluir las instrucciones sabias del entrenador y la recepción atenta de un deportista con capacidad de escucha y propenso a la interlocución. El bagaje recibido del entrenador a través de sus interacciones, el deportista lo asimilará e incorporará a medida que se den los procesos de feed – back, retroalimentación.
Desde una dimensión cualitativa, el deportista necesita aprender y a ejercitar su autoevaluación, automotivación, autodiálogo, a interrogarse, permitiéndole con ello desarrollar el sentido crítico desde la inmersión misma del deporte que le apasiona. El autodiálogo vendría a hacer la base de la pirámide sobre las cuales se erige y se manifiestan la inteligencia intrapersonal y la conciencia deportiva de sí mismo para cuestionarse, darse instrucciones, haciendo que emerja la motivación intrínseca.
Los deportistas tienen que ejercitar su capacidad de pensar, de desarrollar el hábito de la autocrítica que permita darle solidez al locus interno, asumiendo el triunfo y la derrota como factores construidos sobre la base de la responsabilidad, que en todo momento dependen de él.
En la vida de los deportistas hay un lado que no se ve, una faceta que se oculta y que depende de su responsabilidad. Este espacio corresponde al entrenamiento invisible, aquello que el entrenador no puede ver, o controlar, pero es responsabilidad del deportista y en ello hay que educarlo. Cómo afronta el deportista el entrenamiento invisible; qué hace en su tiempo libre, cómo lo aprovecha; cómo descansa, cuantas horas duerme; qué libro está leyendo actualmente, qué curso de su interés puede realizar; en qué momento se autorregula con el uso del celular (hay deportistas que entrenan dos o tres horas, tienen un tiempo libre excesivo, pasan horas y horas usando el móvil. Teniendo la posibilidad de estudiar, aprender un idioma, o realizar una actividad productiva, se muestran indiferentes). Mucho del éxito del deportista depende de la alternancia de los esfuerzos y los descansos; el entrenamiento invisible es parte de esos contraesfuerzos que redundan en el éxito del deportista, o del equipo deportivo.
En el tenis mundial, Roger Federer, siempre destacado, vivió en función de su deporte: veía muchos videos sobre este deporte, seguía a los mejores del mundo; a los cuatro años comenzó a jugar y a los seis años entrenaba tres veces a la semana. A los doce años ya era campeón nacional, después se dedicó a entrenar con los mejores, los cuales vieron su talento. Ha tenido muchas victorias y también muchos fracasos. Tomó conciencia del control de sí mismo y mejoró su actitud en competencia; tuve que aprender a ser paciente, es un testimonio de los esfuerzos mentales que hizo para equilibrar las emociones. Su larga vida deportiva en el tenis, cuarenta y un año, ha terminado en este 2022. Desde una perspectiva humana fue un deportista que creció con su deporte y en ese proceso su dedicación le permitió fortalecer su mente: Anteriormente siempre pensé que era solo táctica y técnica, pero cada partido se ha vuelto casi mental y físico. Es una afirmación que denota cuanto creció Federer, la confianza en sí mismo y el control de sus emociones que tantos disgustos le acarrearon.
La fuerza interior del deportista, madurada en la experiencia psicológica, se transfiere a otros ámbitos de la vida: la vida académica, las vocaciones preferidas, los talentos potenciales, donde convergen la ciencia y la cultura. Todos estos ámbitos en la cotidianidad de las personas vividos a plenitud se constituyen en factores estresantes donde se pone en juego la confrontación con la realidad: reír, llorar; caerse y levantarse; ganar, perder, empatar, conciliar; triunfar, fracasar; soñar y andar detrás de los sueños; motivación a través de metas que cumplir, intensidad de los esfuerzos, persistencia para no desfallecer y no claudicar; disciplina. ¿Acaso con estos comportamientos, expresiones, propósitos, sentimientos, emociones, no enfrentamos la vida misma?
Por último, coherente con lo anterior, el ámbito de la literatura escogido por la pasión de un talento nos muestra: que las circunstancias y el medio son factores resistentes ante los procesos de autorrealización de las personas; los demonios y obsesiones nos mueven con sus ambivalencias, atentando contra la seguridad personal y autoestima; en la percepción de sí mismo hay mucha influencia de la cultura y el entorno social y familiar, situación que debe aprovecharse o desecharse; al final, la persona se levanta y se dirige adonde apuntan sus sueños, imaginarios e ideales. No hay muchas diferencias entre el deporte y la literatura, pero el talento potencial que transita por estos ámbitos, requiere de una fuerza interior que debe descubrirse por sí mismo, o encontrada con la ayuda de otros.
En un Manual para ser niño, le leí a García Márquez la frase: “De nada sirve el talento, si no hay disciplina”. Y no lo dijo en vano el afamado escritor, porque su vida fue un ejemplo de persistencia y disciplina que lo llevó al logro máximo de la literatura, el premio nobel; de igual manera, el tipo de periodismo que propuso y ha logrado trascender, exhibido en sus Textos Costeños y Textos Cachacos. Ernest Hemingway es otro ejemplo de la disciplina como ritual obsesivo que vivió su vida luchando contra fantasmas en una personalidad ambivalente, soportando el beneplácito de la fama y el señalamiento de mujeres maltratadas al mismo tiempo; todo esto ante la incredulidad de muchos lectores después de haber leído sus textos maravillosos del Viejo y el Mar, y Por quién doblan las campanas. Kafka soportó a un padre autoritario, que en sus conversaciones familiares siempre trató de disminuirlo, pero encontró en el aliciente de la literatura una manera de equilibrar la vida con su talento, sin embargo, a pesar de ello, hay pasajes de descontento y minusvalía sobre sí mismo en las Cartas a Felice, mujer a la que el escritor amó toda su vida. Antón Chejov sobrevivió a una niñez difícil, con un padre déspota que se iba a la iglesia a rezar y después de sus rezos cotidianos, – de regreso a casa – lo castigaba por cualquier inconformidad, o descuido, encontrados en el negocio de la familia. A pesar de eso, Chejov, se tituló de médico y es considerado unos de los mejores cuentistas ruso de toda la historia.