Y ahora qué

Wensel Valegas

¿Dónde estará mi vida, la que pudo
haber sido y no fue…?

Poema: Lo perdido. J.L. Borges.

Cuando se culmina un esfuerzo, donde se ha entregado el 100%, sentimos satisfacción, la disposición anímica de haber cumplido a cabalidad todos los pormenores. La lectura de un libro apasionante, por ejemplo, El Quijote; o Cien años de soledad, en su versión de la Real Academia, con críticas y comentarios de escritores famosos. La terminación de un torneo deportivo, o una prueba atlética, donde los esfuerzos son una compilación de emociones, exigencias físicas y deportivas, y la vida moderada fuera del deporte en el denominado entrenamiento invisible del deportista, que exige su responsabilidad y autonomía. La conquista de la persona amada después de una odisea, convencidos que el tamaño de la aventura ha valido la pena. La finalización de un año escolar, donde se ha tolerado un profesorado con personalidades diversas, además, de un currículo poco atractivo, y soportar el maltrato de pares a los que se tuvo la mala suerte de no caerles bien, mostrándonos la faceta de que la vida ideal sólo existe en los cuentos de hadas; pero con el convencimiento que la persistencia es una fuerza interior sólida anidada en nuestro ser. El año escolar es vivido a plenitud con lo que nos gusta de la escuela, y también con aquello que nos disgusta y nos tensiona la vida, nos desgasta, nos causa ansiedad, pero nos endurece para afrontar la realidad y evitar la deserción, adaptándonos. Cerramos El Quijote y los ojos también para recordar los pasajes leídos; igual nos regodeamos con el Macondo de Gabo. Después de la competencia nos sentamos en las gradas solitarias del estadio, con el torso descubierto, testimonio del triunfo, o la derrota, asumiendo el resultado desde su locus interno, o culpando a otros desde su locus externo. Se recibe el informe final (boletín), sabiendo que ese resultado lleva a interrogarse, perdiendo, o ganando, ¿y ahora qué? Es ahí cuando surgen situaciones que nunca nos enseñaron y que nos dejan en la incertidumbre: ¿Qué viene ahora?, ¿adónde me llevan estas lecturas?; si hice mi mejor esfuerzo, ¿qué sucedió? Preguntas sin respuestas donde nos indagamos y exploramos, pero que se resuelven en el ejercicio de la soledad.

Por estos días de noviembre, la gran mayoría de los estudiantes festejan el paso de un año escolar a otro, de un semestre a otro; de incursionar en la vida universitaria y de iniciar una vida como profesional laboralmente. La alegría de los estudiantes que gradúan no minimizan los costos con que los abruma la sociedad de consumo: fotografías, fiestas, vestidos, togas, comidas, licor. Muchos dicen adiós a sus odiosos uniformes y visten con elegancia el vestido alquilado, los zapatos incomodos. En su mayoría, muy pocos escatiman en gastos, “tiran la casa por la ventana”, decía la vieja Matilde, “y mañana no tienen con qué comer”. La desmesura de Dionisio se ha interiorizado tanto que es respaldada por políticas institucionales: fotógrafos exclusivos, costos de derechos de grados, alquiler de un salón social y un paraninfo para la graduación.

La fiesta como ritual social es necesaria, sin importar el esfuerzo que se haga. En tal caso el derecho a la alegría se festeja en la casa, en mitad de la calle del barrio, en el club, donde concurren familiares, vecinos y amigos.

“Por qué la gente será así, todo lo festeja, mira los vecinos de la esquina, imagínate la amanecida segura que tendrán. Ojalá no haya peleas”, me dice Matilde sentada en un mecedor de madera, viejo y fuerte, mirando la esquina. Habla bajito, sin que nadie la oiga, para que nadie piense que es una chismosa. Al final, esa culminación del esfuerzo es una celebración del instante, ya nadie se acuerda de las afugias en el largo peregrinar por la escuela, por la universidad, en el pasado. Se vive el ahora del festejo, aunque no se haya leído a Séneca, en su ensayo sobre la Brevedad de la vida. ¿Y mañana, qué?, Dios proveerá, me responde Matilde, adivinándome el pensamiento.

Sí, el mañana llega con fuerza y nos coge desprevenido en medio de incertidumbres. Después del festejo, el guayabo; la lucidez aparece y con ella la tristeza, la angustia que depara el futuro, imaginado como un camino largo, sin esperanza; o la alegría por la certeza de un año ganado, una beca universitaria, un reconocimiento, o un trabajo anhelado.

Es una lástima, que el Ministerio de Educación Nacional, el ICFES, las pruebas PISA, estén enfocados en lo estrictamente académico, de espaldas a lo humano, a una axiología que ayude en el ejercicio de la ciudadanía y la responsabilidad social. Hasta la Teoría de las Inteligencias Múltiples de Gardner pasa desapercibida en el escenario de la escuela

Pero también en el mundo de la escuela existen estudiantes, indiferentes a ese lema escuchado en la voz de los maestros: “el siglo XXI nos trae la riqueza del conocimiento”. Para ese estudiante que la educación no lo tocó, que es señalado como si la escuela no hubiese pasado por él; que nos señala y nos reta desde una rebeldía equivocada y llena de frustración: “si el conocimiento es riqueza, por qué usted sigue en la pobreza”, dice uno de ellos con el pecho henchido, soberbio, sin darse cuenta de su estupidez.

Pero aun así reconozco gestos de nobleza en estos estudiantes cuyos padres no se interesan por ellos, exhibiendo en su comportamiento baja autoestima al carecer de vivienda y vivir arrimados, humillados y hacinados a veces; muchos provienen de familias disfuncionales; algunos en clase no escriben porque no tienen un lápiz, una libreta; no leen en la escuela, porque carece de biblioteca, igual que la biblioteca municipal, que casi siempre está cerrada, o carece de las obras literarias y científicas para niños y jóvenes.

A esos jóvenes tiene que dedicar tiempo la escuela. Basta con observar a estudiantes que se nombran para recibir una sencilla mención de honor por su colaboración y honradez, por poseer sentido del humor, exhibir desempeño deportivo, persistir en leer, aunque no tenga libros, por cuidar la escuela, ser líder en los recreos, ser el que más amigos tiene en el colegio, por gozar de inteligencia emocional, solucionar conflictos y ser excelente mediador, ser un líder en el aula de clase. Por ser de las mejores voces en el coro, por ayudar a los niños a organizarse, por tocar un instrumento musical, por ser el mejor decimero y declamador. En estos últimos días de noviembre, he visto a esos jóvenes subir a la tarima a recibir su mención, sorprendidos porque no esperaban que la escuela les estuviese observando. Se veían con el pecho henchido, sonrientes, orgullosos, despojados de la paranoia del fracaso y el miedo, bajaban la tarima en medio de los aplausos de la comunidad estudiantil. Es una lástima, que el Ministerio de Educación Nacional, el ICFES, las pruebas PISA, estén enfocados en lo estrictamente académico, de espaldas a lo humano, a una axiología que ayude en el ejercicio de la ciudadanía y la responsabilidad social. Hasta la Teoría de las Inteligencias Múltiples de Gardner pasa desapercibida en el escenario de la escuela; se resalta el número en las estadísticas que clasifican, pero se desconoce la subjetividad de lo cualitativo.

Esos estudiantes estaban felices, no extrañados, porque la escuela acertó con su mirada, no desde la academia, sino de lo humano. Estaban alegres, despojados de sus miedos, sin resistencia en sus actitudes, pero en esas miradas alegres logré leer un interrogante: ¿Y ahora qué?, que no necesita respuestas, sino la comprensión de una escuela promotora de un infinito amor a la vida; una intervención que haga sinergia ante la apertura de este interrogante abierto a múltiples respuestas. La escuela no tiene que esperar que sea demasiado tarde para que estos jóvenes se interroguen sobre su vida misma y se angustien en su vejez, extraviados en la vida y angustiados por lo que no fueron o pudieron llegar a ser.

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